Los parlamentos hispano-mapuches: «La resolución de conflictos a través del diálogo intercultural durante la época colonial»

“Concluido (el intercambio de prisioneros), y hecho el juramento, se levantaron todos los caciques y abrazaron al Marqués y a los demás capitulares y a los religiosos de la Compañía de Jesús que se hallaron en aquella junta, y luego hicieron sus presentes de los regalos que traían preparados de sus tierras”.
Parlamento de Quilín, 1641.

Matías Durán

El diálogo puede resolver conflictos cuando es usado de la forma correcta y en el momento adecuado. Recientemente, el Estado chileno volvió a las conversaciones con el pueblo mapuche para escuchar sus peticiones y reflexionar en torno a estas, con el objetivo de resolver cuestiones atingentes al actual conflicto. En el encuentro, o Füta Trawün, se conversaron 12 puntos propuestos por los machis y lonkos que convocaron la instancia, con temas como el reconocimiento de su etnia y sus costumbres en la constitución, entre otros. El gobierno, por su parte, se dedicó a escuchar las rogativas de los mapuches, con el objetivo de llegar a un acuerdo entre ambas partes. Todo esto recuerda a una antigua práctica usada por los españoles durante la época indiana, conocida como los parlamentos. En este artículo, examinaremos brevemente lo que fueron estos encuentros, por qué partieron, cómo funcionaron, y qué enseñanzas dejaron para comprender esta estrategia traída a la actualidad no sólo por el gobierno, sino que también por cierto grupo de mapuches para resaltar cómo podrían aportar desde sus costumbres a los dilemas actuales. Advertimos que usaremos el término mapuche por ser el predominante en la actualidad, no obstante que su masificación es propia del siglo XX, pues en el pasado eran conocidos como “araucanos” debido al territorio que habitaban, mientras que ellos mismos se definían a partir del término che (gente), siendo las tribus que pelearon la guerra de Arauco históricamente identificables con el grupo de los reche (gente pura).

Recordemos que en varias ocasiones se ha invocado la tradición de los parlamentos para hacer referencia a la necesidad de establecer canales de diálogo político entre comunidades mapuche y el Estado chileno. Lejos de ser una simple formalidad, esta invocación tiene pleno sentido actual en la caracterización que hace el historiador Jorge Pinto de la utilidad de los parlamentos como mecanismos de control de conflictos (Payàs, G. 2018, p. 27).

«…la frecuencia con que se celebraban los parlamentos, habitualmente cada vez que llegaba un nuevo gobernador, sugiere tres cosas: Desde luego, fueron instancias plenamente legitimadas, cuyo valor ninguna autoridad desconoció, hayan sido las comunidades mapuches o de la Corona. Era el ritual que le permitía al gobernador entrante ratificar con la dirigencia mapuche la paz a través de acuerdos que generaban tranquilidad en la Frontera. En segundo lugar, esa tranquilidad era, de todas maneras, extremadamente frágil. El hecho de que se repitieran con tanta frecuencia demostraría que los acuerdos pactados debían renovarse, toda vez que su durabilidad no estaba garantizada. Por último, fueron un mecanismo que utilizaron quienes detentaban el poder para lograr un cierto equilibrio, que no siempre se alcanzó, pero que hizo posible que los conflictos se tornaran más manejables»[1].

Así, pues, al reconocimiento mutuo de la legitimidad entre las entidades y sus pretensiones, se unía una transmisión ritual capaz de renovar los pactos periódicamente y resguardar así el frágil equilibrio en todo lugar y momento. Verdadero esfuerzo de mediación lingüística y cultural comprometida que permitía escuchar todas las voces desde la más solemne honestidad[2] (Payàs, G. 2018, p. 27-28).

En perspectiva histórica, los parlamentos son paralelos a los últimos años de la Conquista y con su consolidación se marca el comienzo de la época indiana. Durante el primer período de contacto bélico entre españoles y mapuches, en el siglo XVI, el territorio correspondiente a la zona centro queda sujeto al sistema de encomiendas; mientras, el territorio al sur del Biobío hasta la Isla Grande de Chiloé conserva su autonomía e independencia hasta el período republicano (Molina et. al). Los intentos de someter con las armas a cientos de tribus mapuche por parte del imperio español no lograron la efectividad esperada, pues en sucesivos encuentros bélicos y levantamientos, estos lograron frustrar las intenciones hispánicas de establecerse más al sur del Bíobío para incorporar esos territorios, y sus habitantes, a la monarquía.

Los primeros parlamentos documentados pueden situarse en 1593, en las reuniones sostenidas entre Martín García Óñez de Loyola[3], gobernador del Reino de Chile, y grupos territoriales mapuche. El gobernador morirá cinco años después en el asalto de Curalaba (1598), con el cual los mapuches inician la gran rebelión (1598-1602) que terminará por expulsar a los españoles de los asentamientos que habían logrado establecer en la década de 1550 al sur del río Biobío[4]. Al iniciarse el siglo XVII, el desconcierto que produjo en las autoridades de la Corona el fracaso de la colonización del territorio araucano, obligó a reconocer este río como frontera y a establecer allí un ejército profesional. Se crearon, entonces, una serie de fuertes fronterizos donde se asignaron a los soldados. Bajo la protección de estos fuertes se establecieron misiones a cargo de los jesuitas con el fin de convertir a los mapuches al cristianismo.

El fracaso de la conquista hispana de Arauco, así como los debates sostenidos en torno a las razones que llevaron a los mapuches a rebelarse, cubre gran parte de los dos primeros decenios del siglo XVI de la historia colonial de Chile. Dos posiciones se enfrentan y, de algún modo, representan las dos tesis que a lo largo de los siglos se alternarán en las estrategias de dominación de las comunidades y sus territorios: la espada o la cruz. Finalmente, toma relevancia la posición de los misioneros jesuitas, quienes propician principalmente una conquista «espiritual» y de contención, denominada «Guerra defensiva»[5]. Su artífice fue el padre jesuita Luis de Valdivia, quien será comisionado por el Rey para negociar con los indios una solución pacífica al conflicto. De este modo, encontramos a Valdivia ya en los parlamentos de 1605 junto al nuevo gobernador Alonso García Ramón. Era reconocido por promover el diálogo y la “pacificación” de los mapuches por medio de la evangelización, antes que la conquista militar (Janequeo, J: 2012: p. 26). De esta primera experiencia con los mapuches, el padre jesuita informará al Rey y recibirá de éste las instrucciones para implementar la política de «Guerra defensiva». La importancia que otorgó el padre Luis de Valdivia al reconocimiento de las formas de negociación y protocolos mapuches, y el haber visto en los parlamentos una buena manera de formalizar acuerdos y entendimientos fronterizos, sembraron la semilla que logrará hacer de ellos el principal instrumento de relación pacífica hispano-mapuche durante décadas (Zavala, J. 2015: p. 31-32).

En 1641 se realiza el parlamento de Quilín, marcando un precedente con su carácter de «general», en el sentido de que ya no eran una serie de encuentros localizados en que los gobernadores pactan con algunas comunidades, sino ante una gran reunión a la que acuden representantes de todos los butalmapu (confederaciones de tribus de áreas geográficas mayores) y que, por lo tanto, alcanzan un nivel de representación política y de concertación mucho mayor, abriendo así la historia de los grandes «parlamentos generales». El periodo que va desde la década de 1640 hasta fines del siglo XVI se caracteriza por la alternancia de violencia y paz. Tenemos, por una parte, rebeliones mapuches (como la de 1655), pero sobre todo «campeadas” y «malocas» por parte de los españoles en territorio indio con el fin de capturar prisioneros de guerra que luego se convertirían en esclavos[6], apropiarse de cosechas e incendiar sembrados y habitaciones; por la otra, periodos de relativa paz concertada en los parlamentos.

Sin embargo, el inicio del siglo XVIII trajo cambios en la Corona española. Con la proclamación de Felipe V como rey de España en 1700, la dinastía de los Borbones reemplazará a los Austria. Lentamente se irán introduciendo modificaciones en la administración de los reinos americanos, que se manifestarán con fuerza en los últimos tres decenios del siglo.

Antes, el primer cuarto del siglo XVIII chileno resulta el menos conocido en términos históricos, y esto es así porque se conserva menos documentación. La información se vuelve más voluminosa durante el tercer decenio de la centuria. En particular, el alzamiento mapuche de 1723, que concluyó con el repliegue español al norte del río Biobío, proporciona abundante información sobre los acontecimientos de la época y sobre los parlamentos que siguieron la rebelión, los de Concepción del año 1724 y el de Negrete de 1726. La relativa paz que predomina en La Araucanía hasta la década de 1760, propició una intensificación de las relaciones comerciales y sociales fronterizas.

Los años de 1760 serán más agitados. A una nueva rebelión mapuche que comienza a gestarse el año 1766 contra la creación de pueblos-misiones al sur del Biobío se agrega la expulsión de los jesuitas de América al año siguiente, prolongándose el ciclo de violencia hasta fines de dicho decenio. En consecuencia, los treinta últimos años del siglo verán el despliegue de los grandes parlamentos. Se trata del último periodo de relativa calma en La Araucanía, tiempo en que la violencia se traslada con mayor intensidad hacia las pampas trasandinas. Pasado el vértice de dicho siglo, la celebración de grandes parlamentos tendrá su punto de término en 1803, año en que celebra el último parlamento de Negrete, siete años antes del inicio del derrumbe del dominio monárquico de América en 1810.

Es así como los parlamentos se reconocen como la principal institución fronteriza hispano-mapuche conocida durante la colonia. Como ya hemos constatado, estos funcionaron como un instrumento de diálogo altamente respetado entre la Corona y las tribus mapuche, arbitrando el conjunto de relaciones entre las partes involucradas en términos políticos, económicos, culturales y religiosos. Asumido por parte del Chile indiano que la dominación no podía ser por medios bélicos, sentaron las bases por las cuales se rigieron sus relaciones desde 1641 hasta el fin del Imperio.

La autonomía de los mapuches quedó estipulada con los parlamentos, que adquirieron un carácter regular y respetado pese a los sucesivos cambios de gobernador que hubo. Y es que más que instancias de negociación, como ya mencionamos, fueron instancias de diplomacia y rogamientos por ambas partes. Ya en el parlamento de Quilín de 1641 se reconoce absoluta libertad a los indígenas, eximiéndoles de la esclavitud a cambio de que permitieran la internación de misioneros cristianos en su territorio, liberaran a los cautivos de guerra y se comprometieran a no aliarse con extranjeros y defender, en conjunto con los españoles, las invasiones que pudieran hacer estos.

En el parlamento de Negrete, por ejemplo, realizado un 29 de enero de 1726 en Concepción, se proclama lo siguiente:

…en consecuencia de esta condición, han de ser amigos de amigos y enemigos de nuestros enemigos, y no han de permitir que por su favor, ayuda ó amparo, nos hagan guerra, mal o daño, ya sean indios, ya españoles de mala vida, ya extranjeros que puedan introducirse. (Junta de Guerra).

Y si aquello expone bien las consecuencias diplomáticas de los parlamentos, resulta oportuno referirnos al carácter social de los mismos. Eran eventos trascendentes a los cuales asistían las autoridades de la Corona junto a un gran número de representantes y comitivas de todos los territorios mapuche[7]. Según Guillaume Boccara, con respecto al período que va desde el año 1641 en adelante, no se debería hablar de paz, sino más bien de “pacificación”, la cual es dirigida a individuos y a grupos. (Boccara, G. 2007, p: 83). Todos los esfuerzos de la Corona por lograr tal pacificación, se vieron tensionados constantemente por rebeliones o pillajes en la frontera y sucesivos alzamientos contra los hispanoamericanos. Si bien para un gran sector de estos, aquello obedecía a la inconsistencia de algunos mapuches para cumplir sus acuerdos, esto podría obedecer más a su forma de organización política, que era más autónoma y descentralizada en comparación a la jerarquía hispana, por lo que mientras se celebraban parlamentos con grupos mayoritarios de representantes −como ocurría al convocar los Butalmapu−, resultaba más fácil que algunos disidentes escogieran no respetar o abiertamente ignorar los acuerdos[8].

En relación con los parlamentos, y las dinámicas que se desarrollaban  en ellos, se pueden destacar tres características: su aspecto ritual, con sus saludos y protocolos, su forma de comunicación que permitió el intercambio cultural entre el español y el mapuche, y su carácter de mecanismo político en que operó una forma de la “economía del don”. El antropólogo francés Marcel Mauss, autor del ensayo «Essai sur le don«, define este concepto como le reciprocidad al dar o donar un objeto, que hace grande al donante y crea una obligación inherente en el receptor por la que tiene que devolver el regalo o corresponderlo. El don establece fuertes relaciones de correspondencia, hospitalidad y asistencia. En la dinámica de los parlamentos, que tomaron en cuenta las costumbres mapuches y se adaptaron a las hispanas, se acostumbró a intercambiar regalos que crearon una relación de reciprocidad, que venía a confirmar la intención de que esas conversaciones funcionaran y terminaran con éxito, lo que la mayoría de las veces se ratificó con cada parlamento celebrado.

Estos se desarrollaron en su mayoría en territorios de jurisdicción española, por lo que les correspondía actuar de anfitriones y costear buena parte de los gastos, que incluía el alojo de los participantes, la comida y la bebida, y una serie de agasajos y obsequios que se entregaban por rango a los mapuches. En la práctica, acarrearon enormes costos para la Corona, pero también significaron una especie de “compensación” hacia la disposición mapuche de reconocer los tratados y, lo más importante, permitir la evangelización de su población (Janequeo, J. 2012: p. 28).

Los parlamentos contaron con protocolos que iban desde las invitaciones, bienvenidas, localización de los invitados, designación y pronunciación de sus nombres, la discursividad y hasta la comensalidad y despedida de los invitados. Cuando se trataba de un grupo visitante, correspondía hacer el ingreso de los invitados, localizarlos en un lugar especialmente preparado para ellos, generalmente en dirección al anfitrión; con posterioridad, se les saludaba y ambas partes conversaban extensamente. En términos de comensalidad, los españoles tuvieron en cuenta la importancia que los mapuches dan a la conexión entre la buena alimentación y las buenas relaciones sociales (Janequeo, J. 2012: p. 30). En los parlamentos se efectuaron grandes gastos de comida y bebida, entre animales y otros para varios días. Si bien el gobernador Agustín de Jaúregui decide prohibir el vino en el Parlamento de Tapihue para otorgarle seriedad a los eventos, de acuerdo a Luz María Méndez, en cada parlamento se consumían en promedio más de 10 mil litros de vino.

En estos se respetó plenamente la jerarquía y organización social de los mapuches, así como también su idioma y estructura discursiva. Todos los parlamentos se hicieron en español y mapudungún[9], con traductores dispuestos por la Corona para canalizar las peticiones mapuches. Este cargo se tomaba con gran seriedad, y estaba visto con recelo que se respetara con mayor precisión posible lo que los mapuches tuvieran que presentar en los parlamentos. 

Sobre la “economía del don”, comprendida de formas similares por ambas partes, existen numerosos registros sobre los presentes otorgados mutuamente entre miembros de la Corona y los mapuches, de la más diversa índole. Los mapuches entregaban principalmente tejidos y cháquiras, mientras los españoles entregaban sombreros, mercería, banderas, bastones y otros productos. Una de las lecturas sobre esta práctica, por parte de los españoles, es el intento de asemejar a los mapuches a los españoles mediante comida y ropas, que eran los principales productos intercambiados. 

En todos los parlamentos participaron representantes de la institucionalidad política y religiosa de ambas partes. Por parte de los españoles, los misioneros, y de los mapuches los lonkos y boqui foye. En términos de rituales, se incorporó a los parlamentos tanto la Misa  como los rituales mapuches con ovejas, y posteriormente con bastones. Se logró una plena aceptación entre las respectivas expresiones religiosas, llegando incluso a juntar la cruz con el canelo. Por parte de los españoles también, se valoró en sobremanera a los mapuches conversos, privilegiando el discurso de los lonkos cristianos. Aunque cabe mencionar, que la efectividad de la evangelización, a pesar de tener avances, no fue completamente efectiva[10].

Es cuanto podemos decir respecto al despliegue social de los parlamentos, que tuvieron un fin abrupto a inicios del siglo XIX, con excepción de algunos intentos menores en dicho siglo, que tampoco prosperaron. Con el nacimiento de la república, las relaciones entre los mapuches y chilenos iniciaron con tensión. De partida, las guerras de independencia fueron peleadas entre independentistas y realistas, luchando los mapuches por estos últimos en pleno reconocimiento de los acuerdos alcanzados con los parlamentos. Con la derrota realista y la independencia consumada, la relación entre Chile y los mapuches comienza con la necesidad de decidir cómo serán las relaciones de ahora en adelante. En lo concreto, el nuevo Estado chileno se reúne con los mapuches en el Parlamento de Tapihue de 1825, donde se reconoce y desmilitariza la tierra mapuche, asegurando las comunicaciones de la nueva república entre Valdivia y Chiloé. Se pone fin a las hostilidades y se intercambian prisioneros, también. Este parlamento, sin embargo, nunca fue ratificado por el congreso y acabó siendo el último en celebrarse, pasando al olvido esta práctica colonial y consecuentemente, las relaciones entre ambos fueron haciéndose cada vez más difusas y distantes hasta la ocupación de la Araucanía hacia finales del siglo XIX. Durante este proceso político-militar sobre los territorios mapuche por parte del Estado, trató de hacerse una especie de parlamentos con lonkos y representantes indígenas, aunque nunca llegaron a tener la representatividad o los niveles de acuerdo que existió entre mapuches y españoles durante la época indiana, fracasando así el intento liberal para legitimar el avance chileno.

Teniendo en cuenta la compleja relación que ha tenido el Estado liberal y el pueblo mapuche, actualmente se ha convertido en un postergado desafío el perpetuar espacios útiles al entendimiento y la conversación entre ambas realidades. La república ha recurrido a múltiples fórmulas fallidas, unilaterales, sin el reconocimiento o representatividad que alguna vez tuvieron los parlamentos. Tal es el caso de las «mesas de diálogo», o el más reciente encuentro convocado por las autoridades, sin tampoco acercarse a la ritualidad e interculturalidad que hubo durante la colonia, repitiendo fórmulas que aparecen estériles tanto estética como políticamente. Todo un desafío, encontrar formas de interacción que alivien el conflicto, y quizás, como bajo la monarquía, que también logren la cooperación y entendimiento entre chilenos y mapuches. El espíritu de los parlamentos que alguna vez unieron a nuestros ancestros, no se ha derogado, por lo que su vigencia sigue plena y espera vuelvan algún día, nuevos mandos, capaces de avanzar en legítimas conversaciones.


Bibliografía:

Balandier, G. (1970) El concepto de situación colonial. Ciudad de Guatemala: Ministerio de Educación, 1970. 

Boccara, G. (2007). Los vencedores: historia del pueblo mapuche en la época colonial. San Pedro de Atacama: IIAM, Universidad Católica del Norte. p. 256-282.

Cabrera, M. (2020). Füta Trawün convocado con Gobierno en La Araucanía cambia de sede en medio de críticas. Radio Bíobío. Recuperado de https://www.biobiochile.cl/noticias/nacional/region-de-la-araucania/2020/09/09/futa-trawun-convocado-en-la-araucania-cambia-de-sede-se-realizara-en-estadio-german-becker.shtml

Mauss, M. (2009). Ensayo sobre el don. (Trad. J. Bucci). Katz Editores. (Trabajo original publicado en 1924).

Payàs, G. (2018). Los Parlamentos hispano-mapuches, 1593-1803: textos fundamentales, Temuco, Chile. Ediciones Universidad Católica de Temuco, 2018.

Pichinao, J. (2012) Los parlamentos hispano-mapuche como escenario de negociación simbólico-político durante la colonia. En Comunidad de Historia Mapuche Ta iñ fijke xipa rakizuameluwün. Historia colonialismo y resistencia desde el país mapuche. Temuco: Ediciones Comunidad de Historia mapuche, 2012. p. 25-42.

Pinto, J. (2003). La formación del Estado y la nación, y el pueblo mapuche. De la inclusión a la exclusión. Santiago: Ediciones de la Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana.

Samaniego, M. (2015). «Derivas de la diversidad: comunicación, espacio público político y frontera. Icíar Alonso, Alba Páez y Mario Samaniego (eds.). Traducción y representaciones del conflicto desde España y América. Una perspectiva ínterdisciplinar. Ediciones Universidad de Salamanca y Universidad Católica de Temuco. pp. 179-189.

Villalobos, S. (1974). Historia de Chile (5.ª edición). Santiago: Editorial Universitaria. p. 148.


[1] Pinto (2003), p. 11.

[2] Samaniego (2015).

[3] Martín García Oñez de Loyola fue gobernador de Chile entre 1592 y 1598. Su gobierno tuvo por misión acabar las hostilidades indígenas, pero fracasó en el desastre de Curalaba. Como antecedentes particulares del gobernador, y que representan muy bien las vicisitudes del período, hay que mencionar que era sobrino del fundador de la Compañía de Jesús, San Ignacio de Loyola, así como que fue uno de los muchos conquistadores que se unió en matrimonio a hijas de la nobleza local, en este caso inca, al haber desposado a la princesa Beatriz Clara Coya.

[4] La única ciudad del sur de Chile que escapó del alzamiento y se mantuvo hispana fue Santiago de Castro, en la Isla Grande de Chiloé, posesión más austral de la administración indiana. Esta se convirtió en el refugio natural para la población española que sobrevivió a la destrucción de las demás ciudades.

[5] El Real Ejército de la Frontera de Chile, primero de América en su tipo organizacional y profesional, fue consecuencia al alzamiento indígena y arribo al país del gobernador Alonso de Ribera, veterano Maestre de Campo de los Tercios de Flandes, que consiguió autorización por Real Cédula para organizar un Tercio en la frontera más hostil del creciente Imperio. Esta organización militar favoreció la estructura social y administración del resto de Chile, y fue junto con la Iglesia, el puente real entre las dos repúblicas (término usado en la época), la de los naturales (Arauco) y la de los españoles (que tras 1818 pasará a ser conocida como República de Chile).

[6] Para acabar con la esclavitud indígena en los reinos americanos, se implementó el sistema de encomiendas que regulaba la mano de obra indígena, en una institución que pasó por altos y bajos que bien ameritarían otro estudio. Lo relevante de aludirla, es que estuvieron exentos a dicha prohibición los prisioneros de guerra, por lo que en varias ocasiones se aprovecharon las incursiones militares en terreno indígena para conseguir prisioneros que posteriormente se convertirían en esclavos, práctica a su vez regulada, alternando entre la captura y liberación de prisioneros de guerra. En Chile tuvo una permisividad más bien exclusiva durante el siglo XVII, dada la conflictividad en Arauco que significó el fracaso de la guerra defensiva (que priorizaba las misiones) y reinicio de acciones ofensivas hacia la segunda década del siglo en cuestión.

[7] Es un ejemplo muy claro del reconocimiento que los hispanos hacían de la soberanía ejercida por los líderes locales. La raíz teológica de esto, es reconocer que toda soberanía proviene de Dios, tal como entiende al cristianismo al tratar el respeto a las autoridades. En una empresa tan compleja como la evangelización de América resultó fundamental reconocer poderes autóctonos y en la medida de lo posible unirlos e integrarlos al avance hispano. Fruto de ello fue el reconocimiento a la nobleza indígena y la existencia de nobleza mestiza, algo casi impensable en sistemas coloniales de otros imperios europeos.

[8]  Es importante insistir en la principal razón por la cual aconteció esto. En primer lugar, los parlamentos no incorporaban en el diálogo a toda la representación política indígena. Esto aconteció principalmente porque la sociedad mapuche no era una sociedad centralizada; tuvo y continúa teniendo múltiples liderazgos y autoridades, distribuidos a lo largo sus territorios, lo que habla de una vasta heterogeneidad político e ideológica. Bajo esta lógica, queda abierta la posibilidad de que no todas las representaciones territoriales estuviesen informadas, en pleno acuerdo, y por lo tanto representadas en los parlamentos, por lo que siempre existió la posibilidad de una reacción contraria a los acuerdos establecidos. O también, su abierta negación a participar de estas instancias.

[9] Contrario a lo que podría creerse, la Corona no pretendió homogeneizar las Indias reemplazando los idiomas locales con el castellano. Antes, privilegió usar las lenguas indias predominantes como puente entre los hispanos y los grupos indígenas que usaban dialectos menos desarrollados y extendidos. Por esto es que, nahuátl, guaraní, quechua, aimará o mapudungún, por citar algunos, terminaron siendo los idiomas predominantes en las regiones indígenas donde eran el lenguaje principal. La prueba de este proceder consta en múltiples registros religiosos y políticos, sobretodo anteriores al siglo XVIII, si bien hasta comienzos del siglo XIX todavía se dictaban clases en idiomas locales a los indígenas de una posición social capaz de proseguir estudios. El mestizaje y ciertas leyes del período borbónico tendientes a una mayor difusión del castellano, fueron elementos que finalmente masificaron su hegemonía en los reinos americanos.

[10] Prueba de esto es que la Araucanía fue Vicariato Apostólico hasta 1929, fecha en que recién pudo ser elevada a la actual Diócesis con sede en Villarrica.

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