«Cultura y civilización»: estudio sobre la metodología de análisis histórico propuesto en «La decadencia de Occidente» de Oswald Spengler – Parte I

José Joaquín Durán

Hay ciertos autores que en un momento determinando de la historia alcanzan una propagación que permea tanto a las capas intelectuales como a los lectores ocasionales. Pero, así como tienen un vertiginoso ascenso, también pueden desaparecer de escena hasta que alguien se proponga recuperarlos del olvido. Este es el caso del filósofo Oswald Spengler, autor que pese a haber marcado la primera mitad del siglo xx, hoy está relegado a la dimensión “políticamente incorrecta”. En nuestro caso, más que argumentar en torno a la vigencia del autor en torno a la situación actual, porque creemos que siempre será posible encontrar vínculos con el presente, queremos examinar la propuesta teórica que desarrolló, una que integró la filosofía cíclica de la historia, la historia comparada y la tradición alemana del concepto de cultura. Para conseguir este objetivo, desarrollaremos un análisis que estará separado en tres partes. La primera de ellas enfocada en contextualizar la producción de la obra y examinar tres dimensiones teóricas que son fundamentales para articular la propuesta del autor. Mientras que en la segunda y la tercera parte exploraremos la metodología de análisis histórico desarrollada por Spengler.

¿Cómo abordar un mundo que se derrumba frente a tus ojos?

En 1918 fue derrotado el Imperio alemán y sus aliados en la Primera Guerra Mundial. Ese mismo año también fue publicado el primer tomo de “La decadencia de Occidente”, del filósofo Oswald Spengler. Si bien el texto estaba terminado en 1914, las complicaciones derivadas del conflicto bélico habían impedido su publicación. Es más, la intención de desarrollar esta obra era algo que el autor ya tenía en mente desde 1911, durante la “Crisis de Agadir”[1]. Así, más que una respuesta directa al conflicto, la obra buscaba responder a un estado general del tiempo histórico. Spengler tuvo una suerte de revelación que le impulsó a explorar las raíces en las cuales estaba asentada la realidad política de su presente, uno en que las formaciones históricas son comparables con la vida misma. Es decir, tienen un comienzo y un final. En aquel esquema la guerra mundial era la manifestación necesaria en el tiempo presente de procesos históricos que se han desarrollado por siglos (Spengler, 1966, p. 52).

Para Spengler era necesaria una respuesta al ocaso de todo un mundo, el cual para él se estaba presentando ante sus ojos. Las posiciones ideológicas que dominaban la escena política de principios del siglo XX oscilaban entre el liberalismo y del socialismo. Ninguna de ellas parecía ser la respuesta que Spengler esperaba para afrontar esta etapa de decadencia. Había que buscar algo fuera de las posiciones hegemónicas. Así, luego de la derrota en la guerra, en Alemania comenzaron a tomar forma ideologías políticas de carácter anti-moderno, que rechazaban tanto el orden existente como la restauración del orden previo (Fermandois, 1996, p. 12). Esta corriente de pensamiento terminó por consolidarse en el movimiento intelectual denominado “Revolución Conservadora”, que agrupó a personajes de distintas disciplinas y con posturas disímiles, pero que confluían en la percepción del espíritu de su tiempo. Entre los personajes que integraban este movimiento estuvo el autor de “La decadencia de Occidente”.

Hemos hablado en abstracto del rechazo hacia el orden existente y las inclinaciones anti-modernas. Pero en términos concretos, ¿cuál fue la escena histórica en la que se conformó la Konservative Revolution? El 4 de noviembre de 1918 tuvo lugar en Kiel una revuelta impulsada por marineros que rápidamente escaló en una revolución comunista que se propagó por todo el Imperio. La gravedad de los hechos significó la abdicación del Káiser, junto al resto de los gobernantes, y la instauración de la República de Weimar, con el Partido Socialdemócrata a la cabeza. A partir de ese momento Alemania se vio inmersa en un constante caos en que la autoridad central convivía con “soviets” formados en distintas ciudades, los cuales eran gobernados por medio de las armas. Estos movimientos sediciosos solo fueron contenidos una vez que el gobierno alemán recurrió al Ejército, que le puso fin a la revolución en curso. Fue esa la atmósfera política en la que Oswald Spengler se alzó como profeta del resurgir alemán (Watson, 2002, p. 192).

Para Spengler la Revolución de Noviembre fue una etapa en la que se manifestaron las tensiones que albergaba la nación alamana. En la introducción de su obra “Años Decisivos” se refirió a los sucesos con desprecio: “Odié, desde su primer día, la sucia revolución de 1918, como traición infligida por la parte inferior de nuestro pueblo a la parte vigorosa e intacta que se alzó en 1914 porque quería y podía tener futuro” (Spengler, 1934, 11). Ahora bien, la consolidación de República de Weimar a nivel político y social era para los miembros de la “Revolución Conservadora” algo tan perjudicial como la Revolución de Noviembre. En este punto es posible introducir un concepto clave que designa tanto a las condiciones del contexto como a las motivaciones de la obra de Spengler, este es el concepto de “decadencia”. Esta corresponde a una formulación del autor que procederemos a analizar con mayor profundidad en las siguientes páginas, limitándonos en este punto a aquello que el contexto histórico refleja de esta palabra. Esto se debe a que la afirmación de que existe un proceso de decadencia es ante todo un diagnóstico, que se compone de los síntomas identificados.

El segundo tomo de la obra “La decadencia de Occidente” fue publicado el año 1923. Por aquel entonces, las trincheras, balas y explosiones parecían lejanas, pero el panorama en Alemania no era menos desolador. Si bien quedaron atrás los combates en las calles contra los revolucionarios, en la República de Weimar debían afrontarse los problemas derivados de las sanciones que debieron asumir luego de la derrota con el Diktat de Versalles, todo en medio de una descomposición del tejido social. En el Berlín de aquella época convivían los veteranos mutilados que deambulaban mendigando por las calles, los sujetos de mirada sospechosa que escondían sustancias ilícitas, los miembros del crimen organizado que articulaban una red oculta, escondida a los ojos de las autoridades, y las prostitutas que sacaban su tajada del estado amoral en el que se sumió la población. En aquel Berlín de los “locos años veinte” imperaba la sociedad del cabaret representada en el Expresionismo y la Nueva Objetividad, marcada por una atmósfera de histeria, oscuridad y degradación. Esta fue la sociedad descrita por Stefan Zweig (1942, p. 244), quien retrató con palabras sus impresiones al respecto:

«Berlín se convirtió en la Babel del mundo. Surgían bares, lugares de recreo y despachos de aguardiente como hongos… Ni aun la Roma de Suetonio había conocido orgías comparables a los bailes de invertidos de Berlín, donde centenares de hombres vestidos de mujeres y de mujeres en indumentaria masculina bailaban bajo las miradas complacientes de la policía. Una especie de demencia se apoderó con el derrumbe de todos los valores, principalmente en los círculos burgueses, hasta entonces inconmovibles en su orden. Las niñas se envanecían de su perversión; una muchacha de dieciséis años sospechosa de ser todavía virgen habría sido considerada en ese tiempo, en una escuela berlinesa, como una vergüenza […]”.

Pese a que la República de Weimar encontró ciertos momentos de estabilidad durante los años 20’, en 1929 la situación interna se volvió cada vez más difícil de afrontar y culminó con la llegada al poder de los nacionalsocialistas. Elementos decisivos son los conflictos ideológicos a nivel político, la crisis de institucionalidad democrática-liberal y los problemas socioeconómicos que terminaron por desencadenarse luego de la “Gran Depresión”, donde los indicadores económicos contrastaron cada vez más con la “animada” escena sociocultural (Diez, 2007, p. 199). En definitiva, la atmósfera de Weimar permite que veamos la obra y el pensamiento de Spengler en el marco de un contexto socio-cultural que llevó a una parte importante de la población a coincidir con el diagnostico de “decadencia” propuesto por el autor.

La articulación de una propuesta metodológica

Para introducirnos en la propuesta de análisis histórico desarrollada por Spengler, primero es necesario explorar tres dimensiones teóricas fundamentales que articulan la estructura de la obra del filósofo alemán. Estas dimensiones cumplen tres funciones: orientar el sentido de su exposición, aplicar un método para el estudio de la historia y establecer el objeto de análisis. Cada una de estas dimensiones de manera aislada poseen su propia significación, pero en la obra de Spengler adquieren un sentido especial al estar entrelazadas como propuesta de trabajo. El primero de ellos es la filosofía de la historia, que está referida alsentido de la obra. El segundo es la historia comparada, que es elmétodo utilizado para el estudio de la historia. El tercero, es la relación entre cultura y civilización, que delimita elobjeto de análisis. A través de la exposición sobre estas tres dimensiones de la propuesta teórica de Spengler estableceremos las condiciones necesarias para comprender el funcionamiento del método de análisis histórico propuesto en “La decadencia de Occidente”.

Existen distintos autores que han trabajado la historia en función del sentido que esta podría tener. Esta teleología de la historia ha sido trabajada por San Agustín en Ciudad de Dios, Hegel en Historia de la Filosofía, Giambattista Vico en Principios de una Ciencia Nueva en torno a la Naturaleza Común de las Naciones y por el mismo Spengler en La decadencia de Occidente. Si bien los sentidos son distintos, el vínculo compartido entre todos aquellos que trabajan la filosofía de la historia es el estudio de esta disciplina en función del transcurso completo del tiempo, por lo que su preocupación por el devenir histórico es la del proceso en su totalidad (Walsh, 1979, p. 14-15). Este análisis del tiempo histórico en el sentido teleológico puede ser abordado de manera lineal o cíclica, cada una con impulsores y detractores. En el caso de Spengler la propuesta está más cercana al sentido cíclico de los procesos históricos.

En segundo lugar, está la historia comparada. Este método de análisis está referido a los planos históricos que pueden son contrastados, para encontrar patrones comunes y diferencias entre ellos. En términos generales, la aplicación de la historia comparada puede ser identificada desde los inicios de la historiografía, con la investigación realizada por Tucídides sobre las instituciones de Atenas y Esparta. Pero la revalorización de esta rama de la disciplina histórica como forma sistematizada de investigación es reciente (Maier, 1992-93, p. 12), aunque podríamos hablar de una continuidad que puede ser evidenciada en distintas propuestas a lo largo de la historia.

Más recientemente, el interés que reapareció en el siglo XIX nos invita a que reflexionemos en torno a los problemas para darle consistencia a esta categoría de la historiografía. Porque, pese a que el método de análisis comparativo ha sido utilizado desde los inicios de la disciplina histórica, no es una rama consolidada (Olabárri, 1992-93, p. 35), y muchas veces es vista como sospechosa desde la aproximación científica.  Sin embargo, son muchos los autores que han trabajado la historia comparada, entre los que podemos citar a Tocqueville, Weber, Marx, Bloch, Sorokin y Toynbee, los cuales comparten una inclinación disciplinaria que, además de la historia, está vinculada con la sociología.

Este punto de encuentro entre la sociología y la historiografía fortalece la idea de abordar los procesos históricos a partir de una aproximación interdisciplinaria. Ahora bien, ¿cómo debería ser desarrollado este estudio de los planos históricos? Es aquí donde podemos ingresar fácilmente a un asunto intrincado, que se refiere a la cientificidad de las humanidades. Después de todo, la búsqueda de leyes generales de la sociología histórica contrasta con las inclinaciones intuitivas de la historiografía comparada (Maier, 1992-93, p. 18).

Por último, el tercer elemento es la relación entre la cultura y la civilización. Esta antítesis tiene una amplia trayectoria, que toma forma a partir de la confrontación de la identidad francesa y alemana, las cuales se enfrentan directamente en la Primera Guerra Mundial. En este choque se contraponen la kultur y la zivilization, como muestra de que las guerras no se limitan al enfrentamiento armado entre los bandos, sino que pueden abarcar más dimensiones de las que aparecen en la superficie. Esto nos permite comprender que en la “Gran Guerra” se enfrentaron dos tradiciones, donde el Imperio alemán y Francia se abanderaron respectivamente por la “cultura” y la “civilización” (Goberna, 2004, p. 427). De este modo, mientras que las campañas propagandísticas de Francia, Inglaterra y Estados Unidos buscaron instaurar la idea de la lucha por de la civilización contra el imperialismo alemán, en Alemania la movilización fue en función de la defensa de la cultura nacional frente al cosmopolitismo (Goberna, 2014, p. 223).

Esta dimensión conceptual del conflicto nos remite a los significados de los términos y su relación con los intereses de los actores implicados.  Por una parte, la civilización estaba asociada con un principio universal, en el cual los franceses tenían un lugar especial debido a su patrimonio “cultural” en función de un panorama general. Esto puede ser extensible tanto a Estados Unidos como al Reino Unido, en tanto particularidades dentro de un todo. Por otra parte, la postura defendida por los alemanes era la cultura como exaltación de la particularidad, que en esencia era distinta al resto de los pueblos (Goberna, 2004, p. 435). De esta manera podemos constatar la presencia de dos componentes en la relación entre los términos “cultura” y “civilización”. El primero tiene que ver con los elementos que explican cómo cada nación se plegó hacia cada uno de los conceptos. Mientras que el segundo estuvo referido a la forma en que estos se manifestaron al momento de estallar el conflicto bélico.

Esta antítesis es previa a la Primera Guerra Mundial. Su conformación en torno a las identidades de Francia y Alemania puede ser rastreada en la tradición germana a partir del siglo XVIII, cuando Kant formuló que la idea de la moralidad es propia de la “cultura”, mientras que reducirla a su utilización en formas externas es algo que corresponde a la “civilización” (Elias, 2017, p. 59). Asimismo, en el plano sociológico, Ferdinand Tönnies distinguió en Comunidad y Sociedad las dimensiones en las que formas de vida están asociadas con los conceptos que componen el título de la obra. Para el autor, pese a que tanto en la comunidad como en la sociedad existe una convivencia pacífica, en el caso de la sociedad están esencialmente separados, mientras que en la comunidad están esencialmente juntos (Tönnies, 1944, p. 65). Con base en esta idea podemos establecer que, llevado al plano de la contraposición entre cultura y civilización, la comunidad constituye una composición orgánica –lo esencialmente junto-, al tiempo que la sociedad está limitada al plano de la artificialidad –lo esencialmente separado-, ampliándose así el espacio de disputa al que ambos conceptos nos remiten.

El contexto histórico de la producción de la obra nos permitió conocer cómo esta estuvo influenciada no solo por la Primera Guerra Mundial, sino que por un estado general de las cosas. Mientras que las dimensiones basales de la propuesta del autor anticipan la conjunción de la filosofía cíclica de la historia, la historia comparada como método y la cultura como objeto de estudio, siguiendo la tradición intelectual alemana en torno al concepto. En la siguiente entrega abordaremos los aspectos centrales de la propuesta metodológica del autor, que pudieron ser esbozados en esta primera parte, y la cultura como objeto de estudio, la cual se constituye como una formación que posee un ciclo de vida.

Bibliografía:

  • Diez, J., “Sociedad de masas e integración política en la Alemania entreguerras”, IH 27, 2007, pp. 179-208.
  • Elias, N., El proceso de la civilización, Disponible en: http://ddooss.org/libros/Norbert_Elias.pdf [Fecha de consulta: 3 de noviembre de 2017]
  • Fermandois, J., “Movimientos conservadores en el siglo XX ¿Qué hay que conservar?”, Estudios públicos, 62, 1996.
  • Goberna, J., “Conceptos en el frente. La querella de la Kultura y la Civilisation durante la I guerra mundial”, Historia Contemporánea 28, 2004, pp. 425-437.
  • Goberna, J., “Terminología e ideología. Cinco interpretaciones de la antítesis conceptual alemana de Kultur y Zivilization durante la Primera guerra mundial”, SOCIOLOGÍA HISTÓRICA, 2014, pp. 221-250.
  • Maier, C., “La Historia Comparada”, STUDIA HISTORICA-HISTORIA CONTEMPORÁNEA, Vol. X-XI, 1992-93, pp. 11-32.
  • Olabárri, I., “Qué historia comparada”, STUDIA HISTORIC A-HISTORIA CONTEMPORÁNEA, Vol. X-XI, 1992-93, pp. 33-75.
  • Spengler, O., La decadencia de Occidente, Tomo I, Madrid, CALPE, 1966.

La decadencia de Occidente, Tomo II, Madrid, CALPE, 1966.

  • Spengler, O., Años decisivos, Madrid, CALPE, 1934.
  • Tönnies, F., Comunidad y sociedad, Buenos Aires, Losada, 1944.
  • Watson, P., Historia intelectual del siglo XX, Barcelona, CRITICA, 2002.
  • Walsh, W. Philosophy of History: An Introduction, New York, The Academy Library, 1979.
  • Zweig, S., El mundo del ayer, Buenos Aires, Claridad, 1942.

[1] Conflicto diplomático entre el Imperio alemán y Francia debido a las pretensiones de Alemania en Marruecos, que puede ser considerado como un antecedente de la inminencia de la Primera Guerra Mundial.

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