De la espada al escritorio: el proceso inconcluso de heroización de Manuel Bulnes

«La imagen fundamental y primera que de Chile se tiene es que constituye, dentro del Imperio Español en las Indias, una frontera de guerra, “una tierra de guerra”. A Esta consagran sus poemas épicos Ercilla y Pedro de Oña. Góngora Marmolejo compara Chile “a la vaina de una espada”». Mario Góngora (Góngora, 1981. P. 7).

Por Jorge Marchant.

Si esa es la imagen primera que tenemos de Chile, es natural que, desde la institución de la figura del presidente de la República, los primeros cinco presidentes hayan sido militares (con interrupciones de gobiernos civiles provisionales): Manuel Blanco Encalada, Ramón Freire, Francisco Antonio Pinto, José Joaquín Prieto y Manuel Bulnes. Ahora bien, que los militares hayan sido coautores de la República, no significó que la identidad del país haya sido trabajada a partir de una visión militarista de Chile. Hubo más bien una búsqueda de identidad republicana, que oscilaba entre ideas liberales y conservadora, una oscilación que llegó a enfrentamientos armados. En este texto nos centraremos en el último presidente de esta etapa, que pese a ser un héroe en vida y personificar la consolidación de las ideas conservadoras, murió anciano, enfermo y derrotado en las urnas.

Bulnes fue un héroe útil, un héroe de juventud para una patria joven y viril que requería figuras a las cuales seguir. Pero estas figuras, a medida que envejecen pierde vigencia:

“Frecuentemente el ascenso al poder presidencial de las figuras heroicas genera una dinámica contradictoria, ya que el control del poder estatal -que implica una inmersión dentro de la dinámica partidista- lleva consigo también el desgaste de las virtudes carismáticas de los próceres ante los ojos de la ciudadanía por estar precisamente más expuestas al devenir de la contingencia y la crítica política.” (Brunk y Fallaw, 2006. P. 267-268, en Cid, Ibid. P. 143).

A partir de esta idea planteada por los autores es que abordaremos la figura de Manuel Bulnes, quien tuvo un proceso de heroificación frustrado. Bulnes bien pudo formar parte del panteón de héroes de Chile, pero quedó como una figura intermedia, que se acerca más al estadista que al héroe. Como veremos esto se debió precisamente a su inmersión en el aparato político, que afianza la idea de estar alineado con un bando, y también a la falta de un soporte institucional-historiográfico que sostuviese su figura. Porque Bulnes fue considerado por las masas populares de su época como un héroe en su momento, pero ese clamor no sobrevivió al paso del tiempo, esto posiblemente también a falta de hitos conmemorativos. En las siguientes páginas revisaremos distintas etapas de la vida de Bulnes, para así dar cuenta de la importancia que tuvo para la consolidación de la identidad nacional, los elementos que marcaron su alejamiento de la heroificación y un final que refuerza la idea del desgaste debido a la inmersión en la política.

Las bases del Estado de Chile: Portales y la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana

Una vez independiente Chile y ante la abdicación de Bernardo O’Higgins como Director Supremo, la naciente república se ve sumida en su primera gran crisis política. Según distintos historiadores podríamos hablar de anarquía institucional o de ensayos constitucionales. Es época de confrontación entre facciones políticas −lejos aún de la estructura de partidos políticos contemporáneos− en torno a la disputa para la organización del Estado. No hay una institucionalidad, ni menos una constitución estable, pasando por varias de ellas en pocos años. Fue en estos años que los militares actuaron como agentes transformadores y revolucionarios dentro de la política chilena. Y, es que si bien, actualmente intentamos separar a los militares de la política “partidista”, esto no se podía entender así en aquel entonces, pues la necesidad de afianzar el orden mediante la fuerza, así como la importante influencia de distintas ideas, mantuvieron a los militares como relevantes actores políticos hasta casi mediados del siglo XIX (gobierno de Manuel Montt). Los militares gobernaron, impusieron, removieron y afianzaron gobiernos.

Luego del triunfo de Lircay[1], había que determinar cuál sería la forma de Gobierno, y Chile ya mostraba un camino que lo asemejaba a Argentina y a su vez lo alejaba de Perú o México, países que se basaron en sus grandes imperios prehispánicos para la construcción de ideales nacionales:

“La concepción fundamental de Portales, para Alberto Edwards, consiste en restaurar una idea nueva de puro vieja, a saber, la de la obediencia incondicional de los súbditos al Rey de España, durante la Época Colonial. Ahora se implantaba una nueva obediencia, dirigida hacia quien ejerciera la autoridad, legítima en cuanto legal (Que complementa Jaime Eyzaguirre) No es un conservantismo tradicionalista, sino que exige solamente el respeto a las leyes y la sumisión a la autoridad”. (Góngora, 1981, P.13-14).

Para poder conseguir esta obediencia era necesario un relato, porque los Estados nuevos tienen carencias que otros heredan de largas tradiciones (como los mencionados Perú o México): “En Chile somos esencialmente patriotas: tenemos la furia del patriotismo, que es una de las tantas enfermedades heroicas que sufren los pueblos jóvenes, sin tradiciones, con un pasado nuevo y que todo lo aguardan de su propia fuerza, de su virilidad…” (Pedro Balmaceda Toro, en Góngora, 1981, P.9).

A ese joven patriota, había que designarle a quien amar. Si bien la bandera ya databa de la declaración de independencia, el actual escudo de armas de Chile se adopta en 1834, la Constitución que ordena la república es de 1833 y se mantiene, con cambios en su interpretación, hasta 1925, sobreviviendo incluso a la guerra civil de 1891. Por otro lado, la letra del himno nacional data de 1847, en pleno gobierno de Manuel Bulnes. Todos estos símbolos que aportaban a consolidar la identidad nacional.

Pero todavía faltaba algo para afirmar a este pueblo joven, una figura a quien admirar y un triunfo que uniera a todos bajo el mismo escudo. Es aquí donde la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana jugó un rol clave en la forja de la nación, porque le otorga al pueblo de Chile su primera gran fiesta popular: La fiesta del 20 de enero, del roto chileno, conmemorando la victoria del General Bulnes sobre el General Santa Cruz en la Batalla de Yungay[2].

Un último factor que es signo de estabilidad es la idea de un Chile “vencedor y jamás vencido”, que se forjó en el siglo XIX con las guerras contra la Confederación (1836-1839), España (1865-1866) y la del Pacífico (1879-1884). Son relevantes porque se construye la idea de que la victoria es del pueblo chileno, se socializa la victoria, que es de la “nación en armas” y no por factores extranjeros (como si fueron las guerras de independencia).

Una vez consumada la victoria en Yungay y al retornar las tropas a Chile, se vería una popular recepción sobre todo en Valparaíso y la zona de la actual V región. “De esta forma, el impacto social de la guerra repercutía más allá de los límites del campo de batalla, y de las personas de los soldados, pues afectaba y suscitaba interés en el desarrollo de la guerra en las redes familiares y sociales representadas por las tropas, ayudando así a promover y facilitar la socialización de ideas-fuerza en la sociedad civil” (Cid, 2011. P.71). En Santiago, sin embargo “no hay referencias sobre la recepción de las tropas, salvo el comentario que realizó en tono de crítica El Ermitaño al recordar “el frío recibimiento” que se le hizo”. (Cid, ídem) Radicalmente opuesto a lo sucedido en la capital, en la zona de Aconcagua “fue celebrada de manera apoteósica” (Cid, ídem).

Sin embargo, dentro de toda la apoteosis del recibimiento de las tropas, faltaba aún un acontecimiento que no tenía símil en la historia de Chile. La entrada de Manuel Bulnes a Valparaíso. Las tropas llegarían a la ciudad el 30 de noviembre, y su ingreso sería apoteósico. “Una lluvia de flores caían de los balcones de uno y otro lado de las calles; y eran tantas y tan variadas las demostraciones de admiración y regocijo, que el corazón más indiferente no podía dejar de sentirse conmovido” (Cid, Ibid. P. 74).[3]

“En medio de esas efusiones del patriotismo y de la alegría pública habría podido creerse que en la sociedad chilena habían desaparecido las odiosidades políticas y todos los gérmenes mal sanos legados por las contiendas civiles” (Barros Arana, 1905, P.80). No obstante, estas muestras de alegría durarían hasta que la autoridad política redujo, a contar ya desde 1840, los festejos de la victoria solo al 20 de enero, frente a la necesidad de una festividad para el pueblo. Así fue como el acento fue puesto en el roto chileno, en lugar del General Bulnes: “La finalidad era el consenso, y la historia política reciente de Chile no se prestaba especialmente para ello, y la guerra contra la Confederación estaba dentro de este escenario.” (Cid, 2011. P.83).

Manuel Bulnes: el Héroe Presidente y roces con la élite

Triunfante de Yungay, se acercan las elecciones de 1841, José Joaquín Prieto debe abandonar la presidencia tras 10 años y asoma un candidato natural: “El presidente saliente y su círculo inmediato destacaron entonces ante el país un nombre, el del General Bulnes, que debía atraer la adhesión casi unánime de los hombres de trabajo esparcidos en el ámbito nacional, para quienes la lucha de los partidos era algo intrascendente o si no un pernicioso fenómeno santiaguino.” (Bulnes, 1946. P. 79). La elección presidencial, según las palabras de “El Araucano”, había tenido desde sus primeros pasos las condiciones que podían darle el carácter de “una aclamación popular” (Bulnes, 1946. P. 80).

Su gobierno, estuvo marcado la expansión territorial -como la toma de posesión del estrecho de Magallanes-, el comienzo de la colonización alemana en el sur, el reconocimiento de Chile como país independiente por parte de España y el fuerte impulso que dio a la educación mediante instituciones tales como Universidad de Chile o la Escuela de Artes y Oficios[4], entre otras. Además, destacan en su mandato gestos de alto simbolismo como el traslado de la Presidencia al Palacio de La Moneda, abandonando el palacio que albergó a la Real Audiencia; la creación y adopción del actual Himno Nacional; la rehabilitación pública de O’Higgins; o la autorización al retorno de la Compañía de Jesús.

Pero este impulso tuvo un costo. A poco de comenzar el gobierno sus contemporáneos comprendieron que “apenas sonó como figura presidencial, la heroica figura de Bulnes comenzó a desgastarse”. Las acusaciones de contubernio familiar para en la elección de Bulnes estuvieron a la orden del día en el período 1840 – 1841, como las expresadas por El infante de la Patria, periódico que deploraba la idea de que la nación se convirtiera en “patrimonio de una familia”. (“Los tres candidatos”, El infante de la Patria, Santiago 24 de junio de 1841, en Cid, Ibid. P. 142). “En otras palabras, al mezclar su trayectoria militar con las aspiraciones de poder, la figura de Bulnes se politizó, socavando en parte su popularidad”. (Cid, Ibid. P. 143).

Incluso durante su Gobierno tuvo roces la aristocracia ya aburguesada: “Desde 1830 hasta 1850, la aristocracia se había resignado a su papel de apoyo, sumiso y silencioso del poder. La seguridad de sus intereses, y el oropel de la figuración social o parlamentaria habían bastado por cuatro lustros a satisfacerla. Pero, ahora querían algo más que ‘reinar sin gobernar’”. (Edwards, 1928. P.92).

En ese aspecto, si bien fue heroizado y muy querido en vida, tanto conservadores como liberales lo mantendrían lejos del panteón nacional. Los conservadores se inclinan por el malogrado Diego Portales, con quien Bulnes tenía diferencias por haber sido un “conservador progresista”. Mientras que, a los liberales, si bien Bulnes les da cabida, ideológicamente no es de su completa predilección, pues era un militar de origen provinciano (nacido en Concepción) e ideales conservadores, y, en muchos casos fue incluso tratado de dictador, por su gobierno de estilo fuerte y centralizado. Además, si bien Bulnes tenía una importantísima trayectoria castrense, su figura no se torna en “heroica” hasta el triunfo de Yungay.

Así, no podemos permitirnos hablar de un proceso de apoteosis heroica de Bulnes, porque, probablemente “pasó” por el panteón de héroes nacionales sólo en vida, sufriendo a su muerte el más rápido de los olvidos. En resumen, la figura de Bulnes tuvo un proceso de heroificación frustrado.

Se explica así que no cuente con un proceso historiográfico que lo respalde como tal o lo haya forjado como héroe para pertenecer al panteón de héroes nacionales. Solo vivió en el inconsciente colectivo de la época como tal, que se apagó poco a poco al no tener un soporte institucionalizado. El triunfante General, que lideró al roto chileno y que fue recibido con algarabía por el pueblo, con gran injerencia del Estado, que otorgó el sentido heroico a la gesta, permaneció como héroe hasta el desgaste de su figura, donde al cambiar también los vientos políticos y las necesidades del Estado se hizo cada vez menos necesaria la presencia del héroe de la ya independiente República de Chile.

Bulnes pudo ser Aquiles, pero las circunstancias le exigieron perfilarse como Pericles. Sin embargo, quedó en un espacio intermedio, que no le permitió consagrarse como ninguno de los dos. Con el tiempo cultivó el perfil de abnegado servidor público, en lugar de la figura del militar heroico y experimentado. De este modo, con casi toda certeza renunció a la posibilidad de figurar en una galería de próceres, por cuanto su real interés y ambición estaba alineado al deber de ocupar el puesto en que resultase más útil para Chile, espacio en donde vio socavada su popularidad política, mas no popular.

En 1851, al terminar su mandato y traspasar la presidencia a Manuel Montt, se refirió así a la entrega del poder:

“Los atractivos del poder no han podido jamás fascinarme; he depuesto gustoso esta carga pesada de responsabilidades y cuidados, que no la popularidad efímera, cuyas caprichosas oscilaciones tengo tanto motivo de conocer, sino el testimonio de mi conciencia, el aprecio de mis contemporáneos desapasionados y de la imparcial posteridad podrán recompensar dignamente” (Bulnes, Ibid. P. 109-111).

Sin embargo, por temas paradojales, Bulnes tuvo que volver no solo una, sino dos veces a intervenir en los destinos de la nación. Primero en el plano militar, donde tuvo que volver a ejercer brevemente como General para acabar nuevamente con las escaramuzas revolucionarias en 1851, por supuesto, con un triunfo en medio de contingencias que seguirían impactando su valoración por parte de la élite.

Retiro y muerte

                                            En junio de 1866, expiraba el período presidencial de cinco años de don José Joaquín Pérez, sucesor del decenio de Montt -ambos civiles-, y el país caminaba directamente hacia la reelección del mandatario por un segundo quinquenio, como había ya ocurrido con Prieto, con Bulnes y con Montt. Bajo Pérez, los partidos políticos, nuevos algunos, alcanzaron mayor influencia en el manejo de los negocios, el parlamento compitió con el ejecutivo. Poco iba quedando de los decenios conservadores. La opinión pública estaba satisfecha con la paz reinante, en el orden interno, en el quinquenio. Pero grandes y poderosos círculos manifestaban descontento por la debilidad del Gobierno ante la agresión española al continente y ante el trastorno financiero y económico en que vivía la República.

Esos grupos descontentos intentaban cerrar el paso a la reelección de Pérez. En reunión de más de 1.500 personas de gran figuración celebrada días antes de las elecciones, proclamaron la candidatura de un avejentado Bulnes, llevándolo nuevamente al plano político, pese a su retiro y voluntad de no volver a la política. Era un recurso desesperado, porque Bulnes se encontraba en los umbrales de la muerte, y así debieron comprenderlo don Manuel Montt y don José Tomás de Urmeneta cuando se acercaron a comunicarle el acuerdo de sus conciudadanos.

Las urnas le dieron apenas un tercio de los electores, y el 18 de octubre de ese mismo año 1866, al mes exacto de iniciar su segundo quinquenio el presidente Pérez, Bulnes falleció.

“Mientras un largo cortejo precedido de cirios encendidos llevaba los restos hasta la Catedral, donde a la mañana siguiente elevaría las preces funerales el arzobispo Valdivieso. Los diarios de la capital de aquellas fechas permiten sentir hasta hoy el estremecimiento de la alta sociedad, el de los hombres de armas y el del pueblo al paso de los restos de Bulnes; pero deja también su lectura un hálito de indiferencia de los hombres de gobierno, cuya palabra parece no haber resonado en el cementerio.” (Bulnes, Ibid. P .116).

En su funeral, el 20 de octubre, su uniforme fue puesto sobre su ataúd. La Catedral capitalina estaba tan repleta “que ni aún en las naves laterales podía haberse hallado lugar para más gente”. (en Cid, Ibid, P.147). La procesión de traslado al cementerio fue enorme. Sin embargo, la aclamación del General fue más que nada popular. Si bien la aristocracia y burguesía chilena se había sentido tocada por la muerte de la figura republicana, su figura como político era ya la del desgaste. Bulnes se quedó, para la gente de aquella época, como el héroe de Yungay y para el político, como el ya cansado anciano.

Manuel Bulnes y el pago de Chile

Los últimos momentos de Bulnes hablan más de las malas decisiones de sus compañeros y sector político que de su contradicción al haber regresado a la política cuando ya se había retirado. El héroe y estadista, que gozó de popularidad y la sacrificó por el bien de la patria, accedió a darle una última y pírrica oportunidad a su sector. Quizás por lealtad, lo que habla de su abnegado compromiso y de la desconexión de los conservadores con el plano estratégico y de largo plazo y su renuncia a lo que los llevó a la grandeza, la defensa de la tradición y la conducción de un proyecto nacional autoritario, reemplazado por aperturas progresistas e incluso acercamientos al mundo liberal. Si hablamos de la actualidad, sus herederos lejanos, la derecha, caminaron por el camino trazado por la facción dominante de los conservadores de esa época, con signos que empezaron a notarse durante el gobierno de Manuel Montt que tendrían profundas consecuencias en su carencia de relato histórico.

El desempeño en el plano político de la derecha y el sector conservador en el siglo XX es desastroso. Participaron de algunos gobiernos y llegaron a la presidencia solo una vez con Jorge Alessandri y, de no ser por el golpe militar, podrían haberse mantenido fuera del espectro hasta la actualidad. Podríamos atribuir esta condición de la derecha nacional por la carencia de un proyecto político propio o si quiera tener un mínimo de respeto o interés por proyectar y cuidar su propia historia y héroes. Solo en momentos desesperados, siendo reaccionarios en el mal sentido, acuden a épicas o figuras del pasado que seguramente despreciaron, pero en momentos de desesperación no tienen a alguien más a quien recurrir.

Es más, el último en revindicar la figura del héroe de Yungay fue Arturo Alessandri, un liberal, en su segundo gobierno, que se conformaba por liberales y conservadores. ¿El sector conservador estaba revindicando a Bulnes por su patriotismo, entrega y sacrificio por la patria? ¿Tenían intenciones de proyectarlo o usarlo como referente? La historia pareciera indicar que volvieron a reivindicarlo reaccionariamente y por la necesidad política del momento, que era afirmar la figura de autoridad hacia fines de la década de los 30 del siglo XX en plena crisis política donde, por coincidencia, se cumplían el centenario de la Constitución de 1833, el asesinato de Portales y el decenio de Bulnes. De relato histórico y proyección en el tiempo, nada.

Pero ¿la historia depende de los hombres y sus acciones? Creemos que no completamente. Después de todo, hace casi 90 años atrás Bulnes recibió, después de 100 años, el lugar que se merecía en la ciudad después de sucesivas derrotas conservadoras, revoluciones, guerras civiles y desacuerdos entre chilenos. Y no fue precisamente por acciones humanas de los que estaban llamados a proteger su legado. La historia llegó a un punto cúlmine, en que la necesidad creó el momento propicio: La República en aprietos necesitaba unidad, necesitaba un héroe. Necesitaba un mito que le permitiera avanzar con una dirección. Y ahí apareció. Resulta paradojal que el responsable de hacerlo era heredero de sus contrincantes -aunque no es la primera vez que ocurre en la historia-, pero incluso con el paso indeleble del tiempo, con olvidos y aprovechamientos de por medio, Manuel Bulnes obtuvo el lugar que la historia le tenía reservado.

Actualmente nos vemos en un contexto político igual o más friccionado. Hoy nada queda del legado testimonial de Bulnes. Su barrio, roído y sumido en la decadencia, su paseo, convertido en un basural, y su estatua, opacada por el ajetreo de La Alameda. Sigue ahí, esperando por las personas que quizás lo recuerden en su bicentenario. Por un lado, podríamos decir que el héroe estaría satisfecho con este resultado. Mejor olvidado antes que mal recordado o, peor, mal aprovechado. Miremos con dirección al bicentenario de Bulnes, que seguramente estará esperando a los chilenos que tomarán la antorcha de la tradición.

Bibliografía:

Góngora, Mario. Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX. Ediciones la Ciudad, Santiago, 1981.

Bulnes, Alfonso. Bulnes 1799-1866. Buenos Aires, Editorial Emecé, 1946

Barros Arana, Diego. Un decenio de la historia de Chile, tomo I. Imprenta y encuadernación universitaria, Santiago. 1905

Cid, Gabriel, La guerra contra la Confederación. Imaginario nacionalista y memoria colectiva en el siglo XIX chileno, Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago, 2011.

Barrena, Antonio. Vida de un soldado. Desde la toma de Valdivia (1820) a la victoria de Yungay (1839) (Santiago: RIL, 2009).

Edwards, Alberto. La fronda aristocrática. Imprenta Nacional, Santiago, 1928.

Honores fúnebres al general Bulnes, La República, Santiago, 20 de octubre de 1866.


[1] Bulnes fue activo partícipe en el ejército del sur en la revolución de 1829, convencido por su tío y futuro presidente en 1831, José Joaquín Prieto, se levantó contra el gobierno liberal y derrotó a las tropas de Ramón Freire en la batalla de Lircay. Los vínculos con los soldados de Lircay los mantuvo incluso en su gobierno, dictando una ley de amnistía donde otorgaría el olvido jurídico a Ramón Freire y sus hombres, incluso reinsertándolos en el ejército.

[2] Manuel Bulnes Prieto había sido nombrado General en jefe por su tío, el presidente José Joaquín Prieto, luego de que Blanco Encalada realizara un tratado de paz en Paucarpata, el cual sería rechazado tajantemente por el gobierno de Prieto

[3] Así relató los festejos el capitán Antonio Barrena:

“La solemnidad de esos momentos, el regocijo general, los vivas interminables, la música marcial, la lluvia de flores que de todas partes le arrojaban al general y que, a nosotros, su guardia, también nos cubría. La galantería del héroe con su cabeza descubierta y saludando graciosamente a todas partes, nos llevaba enajenados. Por mi parte aseguro que sentía erizarse mis cabellos, como tocados por una corriente eléctrica, y mis pies carecían de sensibilidad, pareciéndome pisar sobre colchones. Aquello no era una fiesta o un regocijo, llegaba a ser un delirio. Todos se movían, saludaban tirando sus sombreros al aire, batían sus pañuelos, vivaban entusiasmados, se estrechaban las manos y se abrazaban los unos a los otros. Los semblantes rebosaban de alegría y por muchas mejillas rodaban lágrimas de gratitud”. (Barrena, 2009, P. 256-257)

[4] Para ello se trajo a distintos intelectuales liberales desde el extranjero, o se potenció la presencia de quienes ya estaban en Chile. Famosos nombres como fueran los de Ignacio Domeyko, Claudio Gay, Andrés Bello, Rodulfo Phillipi, o Mauricio Rugendas, entre otros.

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