La postura vital de Mario Góngora (Parte II): «La búsqueda de perspectivas políticas a partir del rechazo al liberalismo»

Alejandro Tapia

Expuesto el antiliberalismo de Mario Góngora, se hace necesario abordar otros aspectos de su trabajo académico. En primer lugar, diremos algo respecto a su mirada historiográfica, para luego centrarnos en algo que nos parece el punto más relevante de su obra: el diagnóstico político que hace sobre el Chile de las últimas décadas del siglo XX. Nos parece apropiado aproximarse a dichas observaciones, especialmente teniendo en cuenta los más recientes sucesos políticos que ha debido enfrentar nuestro país y toda su institucionalidad republicana.

Si bien el trabajo de Mario Góngora es catalogado por algunos más como el de un intelectual que como el de un historiador, debemos señalar que sus obras puramente históricas son extensas y profundas. En ellas, el autor aborda temáticas como la noción de “Estado” en el derecho indiano, la propiedad rural o la relación entre encomenderos, estancieros y riqueza. A pesar de esta interesante labor historiográfica, sentía un manifiesto interés por tratar diversos temas de su interés de forma ensayística, quedando su condición de historiador en un segundo plano, cuestión que se puede entender como producto de su rechazo al positivismo y a la historiografía del siglo XIX. En relación con esto último, el mismo Góngora señala que:

“Creo que el principal defecto de nuestra historiografía es el positivismo documental. Contra eso no hay más remedio que una gran formación filosófica y teórica, basada en los clásicos de la historiografía y en los filósofos de la historia. Así se evitará que los nuevos historiadores sean meros epígonos de la historiografía del siglo XIX chileno, o que se subordinen a la economía o a la sociología. A esta tarea me he dedicado casi enteramente durante los últimos años, como docente en este departamento” (El Mercurio: 1976, Pág.20).

De los historiadores del siglo XIX sólo “rescata” el trabajo de Benjamín Vicuña Mackenna[1], quien contrasta del historiador decimonónico típico, tal como Miguel Luis Amunátegui o Diegos Barros Arana. Tal preferencia es explicada por Alfredo Jocelyn-Holt en el rechazo que Góngora siente por el ambiente liberal y positivista de la intelectualidad chilena de ese entonces. Subraya que Vicuña Mackenna destaca por haber sido el historiador más libre, el más atrayente, vital, el más ecléctico y, por cierto, el menos riguroso de todos.

“(…) Benjamín Vicuña Mackenna, precursor en muchos sentidos de historiografías más actuales. Vicuña Mackenna se interesará por temas como La Quintrala, el Incendio de la Compañía, o anticipará ángulos y proyecciones como las de los “imaginarios” de la escuela francesa. Góngora está pensando, al rechazar a la historiografía del siglo XIX, en un historiador típico como Miguel Luis Amunátegui, o en Diego Barros Arana, este último, volumétrico, oceánico, de un positivismo pretenciosamente exacto, quien redactaría una Historia General de Chile. Ilustra este espíritu tan propio del positivismo decimonónico, una anécdota que se cuenta de cuando Barros Arana examinaba a alumnos de colegios de Iglesia, debiendo ser certificados por profesores de liceos públicos; pues bien, iba Barros Arana y les pedía que explicaran químicamente el misterio de la transubstanciación. Por muy apócrifo que sea, el relato retrata todo lo que irritaba más profundamente a Mario Góngora del positivismo, en el fondo, su carácter antirreligioso burdo y cientificista” (Jocelyn-Holt: 2017, Pág.45-46).

Mario Góngora se sentirá más cómodo escribiendo ensayos y artículos, pues así podrá explayarse de forma más libre y tomar posición respecto a los diversos temas que aborda. En esos trabajos su postura será menos histórica que existencial y a pesar de sentir un profundo rechazo por las historias generales al modo de Barros Arana, siempre intenta plantear una visión general. Es lo que hace en su obra más reconocida, el “Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX”. En esa obra, Góngora logra enlazar con gran coherencia los siglos XIX y XX, en principio antagónicos, gracias al desarrollo que hace de la idea del Estado como conformador de la nacionalidad.

Otro aspecto relevante en la obra de Mario Góngora, y específicamente contenido en el Ensayo histórico, es su rol como diagnosticador al abordar la historia política de la segunda parte del siglo XX chileno. Es al abordar esa época en particular que su análisis pone el acento en las ideas que considera que han puesto en riesgo la identidad y la tradición histórica del país. En el mencionado ensayo, Mario Góngora plantea el concepto de “planificación global”, para explicar el proceso revolucionario que se hace perceptible en Chile a partir de la década de 1960 y que tiene por efecto un proceso continuo de rupturas en relación con la tradición política de Chile. Estas planificaciones, siempre orientadas desde lo más alto del poder del Estado, son grandes transformaciones que pretenden abarcar no sólo el aspecto económico, sino que también a la sociedad y la cultura. Describiendo las planificaciones, el mismo historiador apunta:

“El espíritu del tiempo tiende en todo momento histórico a proponer utopías (o sea, grandes planificaciones) y a modelar conforme a ellas el futuro. Se quiere partir de cero, sin hacerse cargo ni de la idiosincrasia de los pueblos ni de sus tradiciones nacionales o universales; la noción misma de tradición parece abolida por la utopía. En Chile la empresa parece tanto más fácil cuanto más frágil es la tradición. Se va produciendo una planetarización o mundialización, cuyo resorte último es técnico-económico-masivo, no un alma. Suceden en Chile, durante este período ‘acontecimientos’ que el sentimiento histórico vivió como decisivos: así lo fue el 11 de septiembre de 1973, en que el país salió libre de la órbita de dominación soviética. Pero la civilización mundial de masas marcó muy pronto su sello. La política gira entre opciones marxistas a opciones neoliberales, entre las cuales existe en el fondo “la coincidencia de los opuestos”, ya que ambas proceden de una misma raíz, el pensamiento revolucionario del siglo XVIII y de los comienzos del XIX” (Góngora: 2006, Pág. 304-305).

La primera gran planificación global comienza con la llamada “revolución en libertad” enarbolada por la democracia cristiana y apoyada desde el extranjero tanto por el gobierno de los Estados Unidos como por la jerarquía católica. La segunda fase de las planificaciones globales comienza con la presidencia de Salvador Allende y termina abruptamente con el golpe militar de septiembre de 1973, que pone en marcha una tercera planificación, la cual, a diferencia de las otras dos, se impone con éxito y se proyecta más allá del término del régimen militar. Siguiendo lo expuesto por Mario Góngora, ¿Es posible visualizar una cuarta planificación en curso? ¿Qué ideas, creencias o ideologías la sustentan?

Para dar respuesta a las preguntas propuestas, se hace necesario explicar en detalle aquello que Góngora ha denominado como “La época de las planificaciones globales”. En la obra, el historiador plantea que en torno a la década de 1950 surge una serie de autores que piensan en términos estructurales y sociológicos los fenómenos del país y de la región. En ese sentido, algunas instituciones internacionales, tales como la CEPAL, plantearon el problema del subdesarrollo de Hispanoamérica y las fórmulas de corrección a dicha cuestión. La solución pasaba por una decisiva intervención del Estado, porque las deficiencias de las sociedades hispanoamericanas eran atribuidas a la coexistencia de estructuras socio-económicas tradicionales, especialmente en el agro, con estructuras modernas en la industria o en el comercio internacional. Estas desigualdades generaban el estancamiento de pueblos enteros, y planteaba la problemática de sociedades con pobreza sistémica, atraso cultural y el fermento de futuros estallidos revolucionarios. La solución a tal estado de cosas pasaba por un mayor compromiso estatal en reformas estructurales, pero dirigidas, estudiadas y planificadas desde el exterior. Sobre esto, Góngora sostiene que:

“En 1960, por otra parte, planteaba el presidente Kennedy su “Alianza para el progreso”, como plan conjunto de todo el hemisferio occidental, para romper la “imagen”de los Estados Unidos aliados constantemente a las clases dominantes “tradicionales” de América Latina. Su programa significaba trasladar el favor de la potencia hegemónica norteamericana a los gobiernos de centro, para implantar el modelo norteamericano de democracia” (Góngora: 2006, Pág.282).

En 1964 es Eduardo Frei Montalva y el Partido Demócrata Cristiano quienes asumen el gobierno de Chile con una visión refundacional, teniendo presente los puntos de vista de la CEPAL y de la Alianza para el progreso. Las políticas más importantes de su gestión se realizaron al alero de las propuestas impulsadas desde los Estados Unidos y los técnicos cepalianos; la reforma agraria y la “chilenización” del cobre[2]. La administración de Eduardo Frei, también contó con el respaldo de la jerarquía de la Iglesia Católica, la cual desde el Concilio Vaticano II experimentó un proceso de aggiornamento en relación con el mundo y la cultura contemporánea. Señala Sofía Correa Sutil:

“…las recientes propuestas políticas reformistas del Vaticano consignadas en la Encíclica Mater et Magistra de 1961, una nueva generación de obispos y los crecientes vínculos de laicos activos y de eclesiásticos con los dirigentes de la Democracia Cristiana, fueron antecedentes que reunidos contribuyeron de manera significativa a hacer que la Iglesia girara en sus alianzas partidistas, distanciándose del Partido Conservador. La jerarquía dejó claramente establecida su postura política en una pastoral colectiva en septiembre del año 1962, llamada El deber social y político en la hora presente, en cuya redacción habrían tenido gran influencia sacerdotes jesuitas” (Correa: 2011, Pág.306).

La pastoral colectiva dejó de manifiesto el apoyo de los Obispos a la Democracia Cristiana en desmedro de su antigua alianza con los conservadores y culpó a la derecha de las injusticias y de la pobreza en el país. En el texto, la jerarquía hacía un llamado a todos los cristianos para realizar las necesarias reformas estructurales y así poder corregir las inequidades sociales que padecía Chile, especialmente en el campo[3]. Respecto del texto de la pastoral de los Obispos chilenos, sostiene el Dr. Juan Carlos Ossandón Valdés:

“Es innegable la voluntad del documento de favorecer a la Democracia Cristiana. Se emplea su lenguaje, constantemente se está insistiendo en la necesidad de la reforma de las estructuras sin precisar absolutamente nada; se condena el aspecto religioso del marxismo, pero se silencia lo condenable que es su análisis sociológico de cualquier sociedad; se insiste en que todo católico ha de dedicarse a trabajar en política en la línea fijada por este documento. Sólo faltó que nombraran a Eduardo Frei. Finalmente se acusa, sin identificarlos, a ciertos sectores que luchan por mantener el actual estado de cosas e impiden el progreso social. Acusación gravísima que la D.C. siempre dirigió a la derecha…” (Ossandón: 1976, Pág.16*Inédito).

El proceso de reformas estructurales impulsado por la Democracia Cristiana, y bendecido por la jerarquía eclesiástica, generó un proceso de radicalización política en el país, del cual ni siquiera el partido gobernante pudo evadirse. El gobierno de Frei Montalva terminó no solo con una oposición a su derecha, sino que con una importante fuga de militantes hacía la extrema izquierda[4]. Muchos jóvenes democratacristianos y militantes históricos abandonaron la colectividad para fundar el MAPU. Luego, con posterioridad, en pleno gobierno de Salvador Allende, el partido enfrentaría una segunda fractura con la salida de la Izquierda Cristiana. La Democracia Cristiana y su gestión anticiparon el clima político que vivirá Chile con la Unidad Popular. Señala Alfredo Jocelyn-Holt:

“…es la DC la que durante su Gobierno marcará la tónica que luego la Unidad Popular profundizará. En otras palabras, no es posible concebir a la UP sin el gobierno que le antecede, y por ende no es posible entenderla sino dentro de un contexto mayor en el que la radicalización ya provenía de un «centrismo» centrífugo, que tensionaba más de la cuenta el clima político y social del país. Un país que además venía de tumbo en tumbo” (Jocelyn-Holt: 2014, Pág.145).

Del proceso posterior a la Revolución en libertad de Frei Montalva, se puede decir -a lo menos- que estuvo influido por la revolución cubana y por el bloque socialista. El gobierno de Salvador Allende, y su Revolución socialista con empanadas y vino tinto[5], profundizó las reformas estructurales iniciadas por Frei y buscó implantar una sociedad socialista por vías institucionales. El fracaso del socialismo allendista se hizo evidente no solo por la desastrosa conducción económica, sino que se les hizo imposible resolver la profunda contradicción política que se vivía al interior de la alianza de gobierno. La Unidad Popular era una coalición bifronte, donde algunos representantes se inclinaban por seguir un proceso reformista y de respeto a la tradición republicana de Chile, mientras que otro sector que apostaba por la vía revolucionaria y el “castrismo” cubano. Esa contradicción no pudo resolverse de forma adecuada y condujo inexorablemente al golpe militar de septiembre de 1973. La salida militar a la segunda fase de las planificaciones globales se justificó debido a la inminencia de un enfrentamiento civil. Mario Góngora sostiene que:

“La perspectiva general de esos años, sobre todo la del último, 1972 – 1973, es la de una guerra civil todavía no armada, pero catastrófica, análoga a los últimos meses de la República española, antes de julio de 1936. Fue un reflejo de la guerra ideológica mundial entre concepciones irreconciliables: más que una guerra de clases, una lucha de pasiones, que destruyó para siempre la imagen convencional del Chile moderado y equilibrado” (Góngora: 2006, Pág.293-294).

Ante el fracaso de la Democracia Cristiana y del Allendismo, la respuesta de los militares fue igualmente revolucionaria. De la misma manera que las anteriores planificaciones, el proyecto del nuevo gobierno, a pesar de su discurso inicial de tono restaurador, también se ejecutó a través de la transformación -y a la larga descomposición- de los cimientos de la sociedad tradicional chilena. La diferencia entre el plan desarrollado por la dictadura cívico-militar y los dos que le antecedieron, estuvo en su aparente éxito. El modelo económico, social y político que fue instaurado, logró perdurar durante más de 40 años y pudo transformar radicalmente el ethos del país. Si bien en un comienzo muchos vieron en el alzamiento militar y en el nuevo régimen una oportunidad de reconducir al Estado chileno por sendas que lo apartaran del utopismo ideológico, esa esperanza se vio frustrada con el paso del tiempo. La declaración de principios de 1974, establecida por el mismo gobierno militar fue prontamente ignorada y descartada. Aquel documento, además de rechazar al marxismo, se inspiraba en la tradición cristiana e hispánica, condenando “la atmosfera materialista de la civilización occidental” y subrayaba las nociones de poder social y de bien común, ideas que enfrentaban al nuevo régimen con el comunismo y el liberalismo.

Sabemos que esa orientación fue abandonada para asumir el liberalismo y la despolitización del cuerpo social. El nuevo régimen llevó adelante otra “revolución desde arriba”[6], tendiente a desmantelar todo el Estado chileno, no sólo al llamado “Estado empresario”. Nuevamente, y al igual que en las dos planificaciones anteriores, la idea era partir todo desde cero, haciendo tabula rasa con la forma histórica común de la nación. Sostiene Góngora:

“La planificación ha partido de cero, contrariando o prescindiendo de toda tradición, lo que siempre trae consigo revanchas culturales. El neoliberalismo no es, efectivamente, un fruto propio de nuestra sociedad, como en Inglaterra, Holanda o los Estados Unidos, sino una “revolución desde arriba”, paradójicamente antiestatal, en una nación formada por el Estado” (Góngora: 2006, Pág.301).

Tal como sostiene Góngora, toda planificación comienza desde cero, porque toda planificación ha sido una revolución. Chile nuevamente se encuentra inmerso en una revolución, la cual ha eclosionado violentamente en octubre de 2019. Su propuesta y estética es una revancha contra el modelo impuesto por la dictadura y aceptado por los consensos democráticos, una vez reestablecida la democracia de partidos. El repudio y rechazo al proyecto chicago-gremialista se hizo sentir desde el primer momento de la naciente democracia, y ganó voluntades con el paso de los años. Sus valedores, nunca se percataron de esta pequeña revolución subterránea. Prefirieron administrar el poder junto con los antiguos opositores al autoritarismo militar, ya convertidos al “neoliberalismo” luego de la homologación de la izquierda local a la socialdemocracia.

No obstante, los éxitos económicos y el desarrollo del país, la intelectualidad izquierdista, conjuntamente a numerosos activistas no dejaron de ocupar todos los espacios abandonados en la cultura y en la vida universitaria por parte de los adeptos al modelo para generar desde allí la resistencia al mismo. La planificación debía ser contestada para generar una nueva planificación global. Y es que una revolución no es producto de un mero malestar económico, sino de ideas que se discuten entre una élite, las cuales van permeando en la cultura y socavan el orden establecido. Georges Rudé reafirma esta idea:

“…para hacer una revolución es necesario algo más que las dificultades económicas, el descontento social y la frustración de las ambiciones políticas y sociales. Para dar cohesión a los descontentos y a las aspiraciones de las diversas clases sociales debe existir un cuerpo unificador de ideas, un vocabulario común de esperanza y de protesta; en resumen, algo parecido a una psicología revolucionaria común o un modelo de creencias generalizadas…” (Rudé: 1978, Pág.301).

Además de esta hegemonía cultural, que se fue produciendo en favor de las fuerzas “progresistas” contrarias al orden “neoliberal”, la distancia entre los sectores acomodados del país y los sectores populares se fue acrecentando considerablemente. Esto, a pesar de la reducción de los niveles de pobreza. Por ejemplo, en Santiago coexisten barrios exclusivos, absolutamente aislados, y sectores periféricos sumidos en el narcotráfico, la violencia y con una calidad de vida cada vez más deteriorada. Esa realidad generó un ánimo de mayor resentimiento, frustración y odio respecto de los sectores sociales de mayores ingresos. El Chile exitoso, trató de ocultar por años la realidad en que estaban sumidos miles de compatriotas, y eso fue manejado por los sectores refractarios al sistema a través de periodistas, académicos y diversas organizaciones “no gubernamentales”.

¿Es posible entrever la nueva planificación? Desde octubre de 2019 se han escrito decenas de trabajos tratando de explicar la crisis política que aún persiste en asolar a nuestro país, y que ni siquiera la situación sanitaria ha podido amainar. Las fuerzas políticas, grupos y movimientos que se tomaron las calles de todo Chile, aparecieron ante la opinión pública como fuerzas caóticas que solo convergían en el discurso “antineoliberal” de injusticias sociales producto del sistema económico vigente. La movilización popular y la violencia inédita llevaron a los partidos políticos, al margen de la presidencia de la república, hacer confluir las demandas callejeras en un proceso constituyente. Es en esa instancia donde se pueden observar los rasgos de la incipiente nueva planificación.

Desde la revuelta de octubre han confluido las viejas izquierdas marxistas y las izquierdas indefinidas, fucsias, -al decir, del también marxista, Diego Fusaro-. Las primeras, buscando la revancha, desean retornar a la quimera de la segunda planificación. Las segundas, que hasta el momento se muestran como el sector más articulado al interior de la convención constitucional, son las que parecieran encarnar mejor la realidad de una sociedad de consumo fruto de 30 años de orden chicago-gremialista. La nueva constitución que todos suponen traerá paz social y desarrollo, podría ser un texto que intente congeniar estas dos sensibilidades izquierdistas, por lo que el texto podría resultar en un híbrido que refleje plenamente a una sociedad líquida encandilada por quimeras o ilusiones del momento.

La convención, más allá de someter a debate los derechos sociales para reconfigurar el modelo económico, tratará una serie de temáticas –como ya lo viene haciendo- de índole identitaria, que le dará cierto cariz moralista al futuro texto constitucional. Es imposible que esto resulte extraño o extravagante, en vista de que tales discursos se han instalado en los campus universitarios y en la televisión, haciéndole sentido a muchas personas, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Hay que asumir que se ha pasado de una juventud despolitizada, a la juventud que se proclama como “hija del Che”, acólita del cambio climático y seguidora de las diversas causas que ofrece el mercado de las minorías.

Pensamos que el futuro texto constitucional, y por tanto la nueva planificación, tiene que estar enmarcada en los cambios que ha engendrado la posmodernidad en la sociedad occidental. En ese sentido, es posible que el proyecto de nueva constitución sea bastante inédito, pues la izquierda ha sabido recibir sin mayores traumas las propuestas posmodernas, alejándose de la vertiente más “tradicional” de la izquierda hispanoamericana.

En el contexto de una sociedad atomizada por el ultraliberalismo vigente, de hombres sin identidad, desarraigados de sus comunidades naturales, la nueva revolución se sentirá tentada a reescribir la historia y proclamar una nueva cultura. Esa cultura donde los derechos humanos sean la confesión del Estado o de los “Estados”, puesto que Chile puede ser un laboratorio para la desintegración del Estado nacional a partir del indigenismo[7], que el comunismo y el progresismo han sabido explotar como novedosas causas, así como también al ecologismo profundo o el feminismo radical[8]. Sea como sea, transitamos por una tierra de sombras, en la que la incertidumbre y el pesimismo parecen embargar el ambiente. Citando a Mario Góngora, que a su vez cita a Heidegger afirmamos que: “Solo un Dios puede salvarnos”[9].

Bibliografía

Correa, S. (2011). Con las riendas del poder. La derecha chilena en el siglo XX. Santiago, Chile: DeBolsillo.

El Mercurio (1976). Santiago, Chile.

Góngora, M. (2006). Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX. Santiago, Chile: Editorial Universitaria.

Jocelyn-Holt, A. (2014). El Chile perplejo. Del avanzar sin transar al transar sin parar. Santiago, Chile: DeBolsillo.

Rudé, G. (1978). Europa en el siglo XVIII. La aristocracia y el desafío burgués. Madrid, España: Alianza Editorial.

VVAA. (2017). Mario Góngora: El diálogo continúa… once reflexiones sobre su obra. Santiago, Chile: HC historia chilena.


[1] En una entrevista con Simon Collier, el profesor Góngora profundiza sobre su gusto por la obra de Vicuña Mackenna. Ante la pregunta sobre su historiador favorito en la “generación de historiadores” del siglo XIX, Mario Góngora responde: “…Benjamín Vicuña Mackenna, porque, a pesar de todo su descuido (para decirlo muy suavemente) en la investigación, es el que tiene en mayor medida un sentido para apreciar y admirar los hechos históricos o las personalidades que forman el foco de sus obras. Permítame darle un ejemplo. Aun cuando era ideológicamente enemigo de Portales, su libro sobre ese hombre está cargado de una admiración, de un entusiasmo, que verdaderamente realza la grandeza histórica de Portales, o, en todo caso, al Portales de la primera administración (en el segundo a Vicuña Mackenna le pareció que había sido un tirano rudo y violento). Gracias a esa cualidad especial de sentir admiración y entusiasmo, Vicuña Mackenna logró a veces una visión más profunda que la que se abría ante historiadores más rigurosamente apegados a los “hechos escuetos”. Aparte de todo esto, Vicuña Mackenna fue, en Chile, el pionero de la historia urbana, de la historia rural, de la historia de las zonas mineras y de los nacientes ferrocarriles. Hizo todo esto, de más está decirlo, a su manera peculiar y más bien pintoresca. Otro aspecto distintivo de su personalidad, creo, puede ser encontrado en sus ideas políticas y sociales. Aun cuando él mismo era un aristócrata, fue, sin embargo, el expositor más penetrante del pensamiento burgués-democrático (o, en todo caso, de todo lo que podía ser entonces ese pensamiento burgués-democrático) en el Chile de 1850 a 1880. Inevitablemente, su expresión de esta línea de pensamiento descendía hasta lo “pintoresco” y, a veces, aun hasta la vulgaridad”.

[2] También la política de control de natalidad. Dice Javier Castro: “En Chile, el gobierno democratacristiano de Eduardo Frei Montalva ejecutaría en gran medida parte del programa modernizador que se desprendía de las agencias de planificación norteamericana. La consigna de su campaña presidencial Revolución en libertad, promovía como eje central el desarrollo para todos los chilenos. Sin embargo, ya desde inicios de la década del sesenta, la Internacional Malthusiana hacía su desembarco en Chile. La iniciativa privada, institucional y filantrópica, daría los primeros pasos para la construcción de una agenda contronatalista en un Chile que durante aquella década estuvo marcado de contrastes reformistas”.

[3] Respecto a la Reforma Agraria y su relación con los medios eclesiásticos, el historiador José Bengoa expone lo siguiente: “Para hacer las reformas en el campo (…) se requería apoyo social y político en el mismo campo (…) Hay que honrar a los (…) activistas de la Iglesia que fueron claves en el proceso de organización del campesinado. Para un gran número de personas jóvenes en su mayoría, muchos de ellos profesionales, fue una suerte de ‘misión’ casi religiosa (…) Una generación de estudiantes y jóvenes profesionales democratacristianos se lanzó al campo, agitadores en el mejor sentido de la palabra” (“Reforma Agraria y revuelta campesina”, LOM ediciones, 2016, Pág.70).

[4] Respecto a la crisis que vive el Partido Demócrata Cristiano hacia finales del gobierno de Eduardo Frei Montalva, y la deriva izquierdista de muchos de sus militantes, resulta interesante destacar algunas declaraciones de sus cuadros juveniles y de importantes representantes, que dan cuenta de la fractura ideológica que experimenta el partido y el gobierno de la “revolución en libertad”. El Consejo plenario de la juventud de la DC con presencia de Enrique Correa, Julio Silva Solar, Renán Fuentealba y Jacques Chonchol declaraba en noviembre de 1968 que: “El partido está contra el sistema capitalista y que el dilema por tanto hoy es claro: revolución socialista o regresión derechista”. En ese mismo Congreso, el joven militante Enrique Correa señalaba: “Este gobierno no hizo la revolución (…) por el contrario se inclina por una pendiente cada vez más derechista y que necesita por tanto de una cuota cada vez mayor de autoritarismo”. Por último, y en esa misma reunión, Jacques Chonchol proclamó que había que: “Acelerar el proceso de Reforma Agraria. Cambiar valores culturales de la sociedad burguesa a través de la educación, y cambiar el cuadro político institucional a través de reformas” (El Diario Ilustrado, 4 de noviembre, 1968, “Una línea abierta hacía la Revolución aprobó la JDC”).

[5] “…en la vía chilena Allende no emergió como un líder revolucionario que tuviera el control más o menos indisputado del partido o los partidos que llevaran a cabo la revolución. Ya en el Pacto de la Unidad Popular en 1969 quedó establecido que el candidato, una vez elegido Presidente, debía someter las grandes decisiones a la aprobación del Comité de la Unidad Popular. Esto anclaba institucionalmente la carencia de un liderazgo revolucionario clásico en Salvador Allende. Su prestigio y su estatura dentro de los partidos de la coalición eran indudables, pero tenía que negociar constantemente de igual a igual. No los controlaba, porque su cargo no tenía que ver con la estructura de esos partidos, sino que con el alto simbolismo que tenía el cargo de Presidente de la República dentro de la tradición política chilena, que no era revolucionaria, aunque la izquierda había logrado hacerse del Gobierno por las vías institucionales. En este sentido, era poco probable que Allende hubiera podido imprimir algún grado de individualidad a su proyecto, si es que este se hubiese consolidado, una probabilidad no tan remota como aparece en tantos análisis posteriores. Para poder divisar tras la bruma de lo que no ocurrió, para estimar el carácter de ese futuro de “empanas y vino tinto”, es bueno, junto con comprender la figura de Allende, prestar atención a las fuerzas que lo acompañaban e impulsaban, y hacia dónde estas se dirigían” (Fermandois: 2013, Pág. 233).

[6] “La lenta conformación histórica del pueblo a lo largo de los siglos pasó a ser desconocida con la despolitización de la sociedad, con una reeducación popular por la vía de nuevas formas de consumo e interacción social, y con la destrucción de entramados jurídicos y simbólicos, vecinales y sindicales, territoriales y culturales establemente asentados” (Herrera: 2021, Pág. 181).

[7] En esa lógica, resalta la propuesta hecha por 15 constituyentes que forman parte de la Comisión de forma del Estado, en el sentido de reemplazar el Estado unitario por un Estado regionalista autonómico conformado por una serie de entidades territoriales denominadas “autonomías”.

[8] La diputada comunista Camila Vallejo señala en una reciente entrevista, la relación entre el Partido Comunista y el feminismo: “Hemos logrado avanzar en poner al centro de la contradicción entre democracia y patriarcado, porque entendemos que, para avanzar hacia una democracia plena, tenemos que superar el patriarcado y eso pasa también por nuestra propia estructura. El Partido Comunista se está haciendo cargo hoy, concretamente, de trabajar para ser un partido feminista”. El resto de la entrevista: Camila Vallejo lidera programa de género de Boric: “El PC está trabajando para ser un partido feminista” (cnnchile.com)

[9] Entrevista a Mario Góngora, “Chile, un estado formador”, Pág.150.

Apóyanos:
Become a patron at Patreon!