Discípulos que no trascendieron al papel: «Revisión en torno al Corporativismo en Chile a partir de la enseñanza del Padre Osvaldo Lira»
Alejandro Tapia Laforet
Hace varios años atrás, durante una tranquila tarde, se escuchó un estentóreo grito en uno de los tranquilos patios de la Pontificia Universidad Católica de Chile: “¡Mequetrefe traidor! ¡Te hiciste liberal!”[1]. Estos cáusticos epítetos eran dirigidos al profesor Jaime Guzmán Errázuriz, el cual transitaba despreocupado por los interiores de la casa central de la universidad. El autor de tales insultos era un personaje inconfundible. Se trataba del Reverendo Padre Osvaldo Lira Pérez, también profesor de la Universidad Católica y antiguo maestro de Guzmán. La llamativa y poco común escena hace parte del nutrido número de anécdotas en torno al impetuoso sacerdote, pero a su vez refleja un conflicto de larga data al interior de la intelectualidad católica chilena. Dicha pugna hace referencia a las doctrinas o ideas políticas que el catolicismo debe alentar y a su relación con el ordenamiento que debe adoptar la sociedad. Desde la década de 1930 se contraponen dos corrientes político – doctrinales: el corporativismo y el liberalismo. En el presente artículo trataremos de ilustrar el influjo y la recepción de las ideas corporativistas en el universo político y académico del catolicismo chileno, y así poder analizar y entender cómo los católicos han quedado huérfanos de una expresión política coherente con los principios religiosos de su fe, sumiéndose en una profunda intrascendencia política e histórica.
IDEA SIEMPRE ANTIGUA Y SIEMPRE NUEVA
Pero ¿Qué es el corporativismo? ¿Cómo podemos describirlo brevemente? El “Estado” corporativo tiene como objetivo la formación o restauración de una sociedad orgánica. No proviene de una matriz única, sino de fuentes alternativas, considerando que, tanto el catolicismo como el fascismo, proponen la sustitución del liberalismo contractualista por modelos políticos de tipo corporativistas. El corporativismo tiene su fundamento en el rol que deben cumplir las organizaciones naturales que son anteriores al Estado como la familia, el municipio y los gremios. Para esta corriente la comunidad no es el resultado de un contrato entre hombres individuales, libres e iguales, sino que es la consecuencia del carácter social y político de la persona humana por medio de su participación en las corporaciones o asociaciones naturales. En la así llamada “democracia orgánica” la representación política reside en los gremios y no en los partidos políticos, los cuales son tenidos por agrupaciones artificiales y divisoras de la comunidad política. Este modelo político también tiene una expresión económica donde se resalta la idea de cooperación entre las clases sociales para superar la idea marxista de lucha entre las mismas. En la política como también en la economía, el corporativismo busca terminar con un estado de guerra o de conflicto permanente entre los hombres que el liberalismo promueve. Ante todo, los corporativistas resaltan los conceptos de religión, costumbres y patria, es decir, todo lo que aliente la unidad entre las personas y las regiones de una nación. Esta corriente doctrinal contó con muchísimas simpatías entre los jóvenes durante el llamado periodo de entre-guerras[2] del siglo pasado. Afinidad especialmente entusiasta entre la juventud católica, la cual anhelaba la construcción de un orden nuevo cuyo fundamento estuviera en los principios del cristianismo. Ese nuevo orden reemplazaría a las caducas instituciones demo liberales y pondría término a las injusticias sociales de la plutocracia. En 1934 uno de estos jóvenes proclamaba:
«Si el Estado orgánico no sirve ese fin sobrenatural del individuo; si su elemento vital – humano, la familia, no se basa en los santos principios cristianos; si su factor ideológico no se construye sobre la filosofía católica; si su elemento económico, la corporación profesional, no se inspira en la justicia y caridad social; si su factor geográfico, la comuna o la región, se desentiende en su gobierno de los derechos de Dios y de la Iglesia, puede afirmarse que él atenta contra la naturaleza, ya que, lejos de facilitar al individuo el logro de sus elevados propósitos, le sirve de funesto y gravoso obstáculo» (Eyzaguirre: 1934).
Este corporativismo católico que se desprende de las palabras de Jaime Eyzaguirre no guarda ningún tipo de vinculación intelectual con el corporativismo promovido por el fascismo italiano, pero en la práctica ambas propuestas tenían principios en común. Ambas corrientes eran anti modernas, anti partidos y cuestionaban la atomización del individuo frente al Estado. Es el Papa Pío XI[3] quién fijaría con claridad la postura de la Iglesia respecto al carácter individualista de la sociedad de la época. En su encíclica Quadragesimo Anno se fustiga el estado de las cosas en que el hombre debe soportar todas las cargas sobrellevadas antes por las extinguidas corporaciones viéndose oprimido por las más diversas preocupaciones de la época. Esta denuncia pontificia fue escuchada y bien recibida por los jóvenes católicos del mundo entero, incluyendo la juventud chilena. Si bien el corporativismo había tenido eco en Chile durante las décadas pasadas debido a la eclosión de la cuestión social, fue durante los años treinta y cuarenta del siglo XX cuando se expresaron variados proyectos políticos, económicos e intelectuales tendientes a reemplazar la institucionalidad liberal.
«No es de extrañar entonces el cabal compromiso que la juventud socialcristiana adquirió con la promoción de un Estado orgánico. Estos jóvenes universitarios instigaron constantemente una transformación del régimen social en sintonía con el orden corporativo, aunque con matices entre los distintos grupos (…) La evidencia ofrecida al respecto por las publicaciones periódicas de la juventud es abrumadora: prácticamente en cada nuevo número de REC, Falange, Estudios o Lircay se expusieron nuevos argumentos que respaldaran la instauración de un orden nuevo bajo un Estado orgánico: el diagnóstico fundamental había arraigado con intensidad en la experiencia intelectual de esa juventud católica» (González: 2018, Págs. 166-167).
En Chile esta juventud socialcristiana[4] se organiza en torno a diversos movimientos políticos y medios de difusión cuyo fin es cuestionar a la élite católica por su vinculación y compromiso con el liberalismo. Especialmente repudiable les parece la connivencia de los sectores católicos conservadores con los valores de la oligarquía financiera que regenta los destinos de Chile. El conflicto generacional entre los católicos adscritos al partido conservador y aquéllos que buscan instaurar el orden nuevo resulta inevitable.
Muchos de los jóvenes corporativistas son dirigidos u orientados por sacerdotes especialmente comprometidos con las encíclicas sociales. Esta fidelidad les será recompensada por la derecha liberal conservadora con acusaciones de militancia en el comunismo. El jesuita Fernando Vives es expulsado cuatro veces de Chile y el Padre Osvaldo Lira es exiliado en Bélgica solo por sostener que un católico en libertad y en consciencia podía no militar en el partido conservador. La cúpula del partido veía con peligro como numerosos jóvenes talentosos se les escapaban de sus futuros cuadros políticos para abrazar proyectos que consideraban quiméricos, bellas utopías, pero impracticables. El Padre Fernando Vives no cedía en sus opiniones respecto al establishment del conservadurismo y a la nueva orientación que debían adoptar los estudiantes católicos. El presbítero jesuita fustigaba y calificaba al partido conservador como un conglomerado: «De añejeces, ambiciones e ignorancias. La juventud católica, que vale mucho más que antes, o está al margen del Partido, o en actitud de formar uno nuevo: no he conocido un solo joven decente, y suben a centenares los que han pasado por mi aposento, que manifieste simpatías conservadoras» (VVAA: 2002, Págs. 84-85).
Como antes señaláramos, el corporativismo católico tenía varios puntos en común con el corporativismo propuesto por el fascismo. No sólo se compartían las mismas críticas al capitalismo liberal, sino que muchos jóvenes católicos miraban con admiración y se sentían atraídos por la figura de Benito Mussolini[5], así como de otros estadistas e intelectuales de talante filo fascista o considerados como tales debido a sus perfiles anti burgueses y contrarios a la modernidad. El profesor José Díaz Nieva, al referirse a uno de estos grupos de universitarios católicos chilenos, afirma:
«La Liga Social (…) se vio claramente influida por el pensamiento humanista del filósofo francés, ex – colaborador de Charles Maurrás en L’ Action Francaise, Jacques Maritain; pero también se vio atraída por políticos tan dispares como el canciller austriaco Engelbert Dollfuss, Ramiro de Maeztu, José María Gil Robles, Antonio de Oliveira Salazar, Corneliu Z. Codreanu, “el capitán”, o Henry de Man, en quien veían a un socialista que dirigía sus esfuerzos en “revisar algunos postulados del marxismo y a mostrar al movimiento socialista nuevos objetivos”» (Díaz Nieva: 2000, Págs. 51-52).
Esta vinculación, al menos superficial, entre el corporativismo católico y el fascismo sería una de las causas del desprestigio y abandono de la tesis sobre el orden corporativo cristiano. Las ideas fascistas al ser derrotadas militarmente en la Segunda Guerra Mundial arrastraron en su descalabro a toda suerte de personajes y movimientos políticos asimilados al bando perdedor. Incluso la Iglesia se puso a tono con la nueva situación política y comenzó ya durante los últimos años de la guerra a distanciarse de cualquier simpatía con el corporativismo. Esto se hizo patente a partir del radiomensaje Benignitas Et Humanitas de Pío XII en la víspera de la Navidad de 1944. Sobre esta adecuación de la Iglesia ante el inminente triunfo de la democracia liberal y la inminente americanización del continente europeo, el historiador Rubén Calderón Bouchet subraya que Pío XII cedió a la solicitud del reclamo publicitario cuando afirmaba que los pueblos se oponían con energía al monopolio del poder dictatorial considerando ya una amarga experiencia, la del fascismo, y que ahora reclamaban por un gobierno que fuera más compatible con la dignidad y la libertad de los ciudadanos. A pesar de esto Calderón sostiene que:
«El Papa no quería defender algo tan contrario al espíritu del Evangelio, pero al usar el término democracia y tratar de aclararlo en un contexto plagado de ambigüedades no hizo más que sumar un elemento de confusión a los muchos que ya existían en el complicado panorama de la época» (Calderón Bouchet: 2009, Pág. 71).
El que la Iglesia se desentendiera de las ideas corporativistas fue el gran empellón que muchos católicos necesitaban para ingresar en las filas de otras corrientes políticas de forma militante. La intelectualidad católica comenzó a buscar las soluciones a los problemas de la sociedad en las ideologías triunfantes de 1945. Algunos abrazarían el liberalismo y otros se convertirían al socialismo. Incluso, algunos de los más convencidos corporativistas se volverían propagandistas de un extraño comunitarismo con fuerte impronta titoísta. Respecto a esto último nos recuerda Díaz Nieva que:
«El comunitarismo vendría a reemplazar las antiguas tesis corporativistas, alejando al ideario falangista de sus reminiscencias fascistoides» (Díaz Nieva: 2000, Pág. 215).
Este nuevo comunitarismo se acomoda y respeta las estructuras democráticas vigentes, centrando su atención en los problemas económicos. El ideal comunitarista tiene como objetivo la renovación y superación de la sociedad capitalista además de la liberación del proletariado. En un intento por definir a esta nueva corriente que reemplaza al corporativismo uno de sus teóricos afirma que:
«El comunitarismo es filosóficamente la sociedad de personas; políticamente, la convivencia de compañeros que trabajan para fines comunes y practican la solidaridad, como forma de respeto, amistad y cultura; económicamente, la autogestión, o sea la democracia en la producción. Es la única forma concreta para unir el espíritu, la inteligencia y el corazón del hombre en el trabajo. Eso no es una utopía… La sociedad comunitaria es un ideal histórico concreto, una meta de largo alcance, siempre realizable, siempre capaz de inspirar nuevas y más profundas maneras de llevar al hombre hasta su esencia» (Castillo Velasco: 1972, Pág. 362).
Así las cosas, el pensamiento católico quedó asimilado y dividido entre las dos corrientes hegemónicas y en disputa durante la guerra fría, y ya no fue posible articular ningún movimiento político o corriente de opinión adscrita al corporativismo, pues su influencia quedó circunscrita a pequeños cenáculos de universitarios y jóvenes profesionales católicos. Casos dignos de mencionar son los esfuerzos de los militantes del MRNS y el círculo de la revista Tizona. Ambos grupos eran animados y dirigidos por el Presbítero Osvaldo Lira (SSCC). ¿Quién era este entusiasta sacerdote?
Nota del Comité: El siguiente enlace te permitirá continuar con la segunda parte del artículo: https://revistaentrelineas.cl/2020/03/09/discipulos-que-no-trascendieron-al-papel-revision-en-torno-al-corporativismo-en-chile-a-partir-de-la-ensenanza-del-padre-osvaldo-lira-parte-ii/
Bibliografía
Calderón, R. (2009). La luz que viene del norte. Buenos Aires, Argentina: Nueva Hispanidad.
Castillo, J. (1972). Los caminos de la revolución. Santiago, Chile: Editorial del Pacífico.
Díaz, J. (2000). Chile: de la Falange Nacional a la Democracia Cristiana. Madrid, España: Universidad Nacional de Educación a Distancia.
Góngora, A. De La Taille, A. Vial, G. (2002). Jaime Eyzaguirre en su tiempo. Santiago, Chile: Zig-Zag. González, D. (2018). Una revolución del Espíritu. Política y Esperanza en Frei, Eyzaguirre y Góngora en los Años de Entreguerras. Santiago, Chile: Centro de Estudios Bicentenarios.
González, D. (2018). Una Revolución del Espíritu. Política y Esperanza en Frei, Eyzaguirre y Góngora en los años de Entreguerras. Santiago, Chile: Centro de Estudios Bicentenario.
[1] Hay quienes difieren de la versión que hemos empleado y sostienen que el R.P Osvaldo Lira le espetó estas palabras a Jaime Guzmán en persona durante alguna reunión social. El hecho es que la anécdota ha cobrado con los años un carácter mítico y suele repetirse con frecuencia, incluso en nuestros días.
[2] Respecto a ese particular período el profesor Rubén Calderón Bouchet señala: Pocos recuerdan que aquellos años fueron de enorme singularidad en la política europea. Al contrario de lo que muchos creen, a fuerza de una machacona propaganda ideológica, la democracia era una excepción, una flor exótica, y, como le llamó Halévy, era ésa la época de las tiranías o, más bien, de las dictaduras pues no todas fueron tiránicas.
[3] El Papa Pío XI condena el liberalismo con vehemencia, pero manifiesta su distancia con el fascismo sin que llegue a ser una condena explícita. En su carta Non abbiamo Bisogno subraya los peligros de la estatolatría y del poder absorbente del Estado para con la Iglesia.
[4] El término “socialcristiano” o “socialcristianismo” es un pleonasmo bastante útil para hacer referencia a personalidades o movimientos políticos que buscan dar una respuesta superadora al liberalismo político y económico a la luz del magisterio pontificio. En Chile un buen número de los primeros “socialcristianos” adscribe a las tesis corporativistas.
[5] El historiador Cristián Gazmuri recuerda en la biografía que le dedica al ex Presidente de Chile, Eduardo Frei Montalva unos párrafos que el ex Presidente escribe para la revista Zig-Zag en agosto de 1934. Escribe Frei: “En nuestra edad, al parecer tan prosaica y difícil de entusiasmos, la oratoria juega un papel decisivo. Las multitudes se sugestionan por los caudillos que les hablan arrebatadoramente (…). Mussolini es, sin duda uno de los más grandes dominadores de multitudes que ha conocido la humanidad. Su gesto es duro y desafiante. La palabra siempre precisa que cae como martillazo, se va elevando con un golpeteo al que no es posible resistir (…) Y entonces, la idea surge en una desnudez violenta que impresiona y coge con fuerza tal, que no es posible resistirla”.