La insuficiencia del gremialismo como respuesta a las disputas políticas de la actualidad

Clara Lorenzo

“Es absolutamente preciso que se funden muchas asociaciones y organismos intermedios, capaces de alcanzar los fines que los particulares por si solos no pueden obtener eficazmente. Tales asociaciones y organismos deben considerarse como instrumentos indispensables en grado sumo para defender la dignidad y libertad de la persona humana dejando a salvo el sentido de la responsabilidad.”

Juan XXIII.

En este texto se procederá a explicar las falencias del gremialismo, su tergiversación, y su fracaso como método de confrontación de ideas que permita frenar el proceso de conquista ideológica de izquierda. Este desastre del gremialismo conflictúa con el mismo propósito con que fue creado: una forma de restarle influencia al comunismo dentro de la sociedad. Es en virtud de este colapso, que el mismo debe ser reformulado y reinterpretado, para que pueda ser una herramienta efectiva de rechazo a ideologías, o resignarse a ser definitivamente reemplazado.

En un comienzo, la base del gremialismo propuesto por Jaime Guzmán en 1966 fue la libertad de los cuerpos intermedios de la sociedad. En aquel entonces, dada la contingencia histórica de Chile, era requerida con urgencia la desinstrumentalización política de ellos; por tanto, todos los cuerpos existentes -que se encontraban dentro del orden social entre el individuo y el Estado- debían estar dirigidos a cumplir el fin para los que fueron creados, sin desviarse del mismo. Sobre el punto descrito, el llamado “folleto naranja” señala que:

 “El gremialismo es una corriente de pensamiento que sostiene que todo recto ordenamiento social debe basarse en que las sociedades intermedias entre la persona y el Estado, libremente generadas y conducidas por sus integrantes, cumplan con la finalidad propia y específica de cada una de ellas” (36 preguntas y respuestas, p.4).

Las ideas fundantes del gremialismo ya habían sido expuestas por la Doctrina Social de la Iglesia, que promueve la subsidiariedad, la solidaridad, la libertad de asociación y la libertad de dichas organizaciones para gobernarse y cumplir sus fines. Así, Pío XI sostiene que:

“La curación total no llegará, sino cuando eliminada esa lucha (de clases) los miembros del cuerpo social reciban la adecuada organización, es decir, cuando se constituyan unos ordenes en que los hombres se encuadren (…) de acuerdo con la función social que cada uno desempeña (…). Nos consideramos que el hombre es libre no solo para fundar asociaciones de orden y derecho privado, sino también para elegir aquella organización y aquellas leyes que estima más conducentes al fin que se ha propuesto” (Quadragesimo anno, n° 80 al 83, 87).

De aquella manera, Pío XI defiende la formación libre de asociaciones, como respuesta al estatismo asfixiante que aplasta la iniciativa del hombre, a través de la exposición de que la economía centralmente planificada sería la antítesis de la creatividad y emprendimiento humano. Pero la propuesta original ha sido modificada con los años. En un principio, Guzmán habló de “despolitizar” los cuerpos intermedios, mas, en el posible malentendido que la despolitización derivase en el no involucramiento de las personas en lo político, se produjo el cambio de la despolitización a la “desinstrumentalización”. La modificación respondió a la ineludible realidad de que las personas están insertas dentro de un contexto sociocultural, portando consigo una concepción filosófica que interpreta la realidad y actuando en consecuencia para transformarla. Es por ello, que no se pretendía la disociación de lo personal con lo político, lo que se buscaba era impedir la utilización de los cuerpos sociales para fines que no les eran propios, porque ello paraliza la actividad social en su conjunto. Sin embargo, con los años, se ha retomado la vieja idea desechada de la no intervención política por parte de las nuevas generaciones de gremialistas.

Desde sus orígenes, el gremialismo fue concebido como una respuesta intermedia entre el estatismo, que aplasta la iniciativa y el emprendimiento; y el individualismo, que entiende al hombre como un ser autosuficiente e independiente. No obstante, el gremialismo actual no ha logrado ser ni remedio ni estrategia de combate de ninguno de los sistemas señalados. Es por ello, que el involucramiento de las personas en el tejido social, que es lo que termina por derrumbar las ideologías que niegan la libertad del hombre o que la exacerban, se ha visto mermado por la acción de un gremialismo cada vez más indiferente y alejado de la realidad. En relación con lo anterior, la Iglesia ha enseñado que:

“Cuiden los gobernantes de no entorpecer las asociaciones familiares, sociales y culturales, los cuerpos y las instituciones intermedias, y de no privarles de su legítima y constructiva acción, la cual más bien promover con libertad y de manera adecuada. Los ciudadanos por su parte, individual o colectivamente, eviten atribuir a la autoridad política todo poder excesivo y no pidan al Estado de manera inoportuna ventajas a favores excesivos, con riesgo de disminuir la responsabilidad de las personas, de las familias y de las agrupaciones sociales” (Gaudium et spes, n°75).

Es importante destacar que la Doctrina Social, inspiradora del gremialismo, solo se entiende dentro del contexto de una sociedad católica respetuosa del derecho natural y, por tanto, es allí donde sus cuerpos intermedios se encontrarán alineados en la consecución de sus propios fines y de los fines del hombre. Así lo concibió Guzmán en su propuesta y, por aquella razón, bajo la óptica del gremialismo, es inconcebible la existencia de un cuerpo intermedio que promoviese ideas contrarias al derecho natural. El mismo no podría ser aceptado como bueno y, es más, un gremialista combatiría políticamente dicha iniciativa por perniciosa.

Esta es la primera insuficiencia del gremialismo, malentendido, moldeado y manoseado por varios de los actuales gremialistas: el gremialismo solo fue concebido dentro de una sociedad cristiana, oponiéndose al libertarismo que lleva a las personas a asociarse para lograr cualquier fin, incluso uno contrario al derecho natural. De aquel modo, un gremialista que sigue el modelo planteado originalmente, combatiría y rebatiría a la izquierda institucional y no-institucional, además de oponerse a organizaciones como Planned Parenthood y a la misma ONU con sus políticas abortistas. Aquello se debe a que, aun cuando aquellas organizaciones nacieran de la libre asociación de las personas, no combatirlas constituye una omisión o permisividad dañina para toda la sociedad.

La idea del gremialismo, propia de la subsidiariedad y totalidad, así como de la autonomía derivada de la libertad y edificada sobre la dignidad de la persona, fue planteada por la urgente contingencia del país, pues los cuerpos intermedios se habían vuelto serviles a distintas doctrinas políticas y eran incapaces de cumplir sus fines. La polarización de los ‘70 fue el punto cúlmine de imposible convivencia, como consecuencia de las variantes comunistas, al copar las instituciones para hacerlas funcionales a su proyecto revolucionario, por lo que, el gremialismo surgió como remedio dentro de la saturación política.

Esta intolerancia, paralización y radicalización chilena, enrabiada con odios y disputas, fue el extremo necesario para que Jaime Guzmán hallase el remedio en el extremo opuesto. Fue entonces que se planteó el gremialismo: organismos intermedios de la sociedad no serviles a ideologías, volviéndose necesaria la depuración de los tintes políticos en los mismos. Tras 53 años desde la redacción del primer folleto naranja, podemos ver los resultados de este ideal de una organización “armónica”, entendida como cooperación en un todo nacional. La Pontificia Universidad Católica sirve como triste ejemplo de haberse mantenido en la citada propuesta sin responder políticamente a los desafíos de nuevo tiempo.

De la hiperpolitización a la despolitización. De la parcialidad a la neutralidad. Hoy en día la PUC vuelve a ser un foco político, con una avasalladora mayoría de movimientos de izquierda vociferantes y un gremialismo ignorante y silencioso. Los campus universitarios son tierra fértil, sin que se oponga resistencia, donde la ideología campea a su gusto, los movimientos feministas, indigenistas, ambientalistas y de diversidad han copado la actividad universitaria en todos los ámbitos. El gremialismo produjo la desaparición de la defensa política de un sector justamente por la pretensión de neutralidad, dejándole la primacía de dominación a los movimientos que centran su pensamiento en la misma ideología que 50 años atrás se había combatido, así como en sus actualizadas variantes del siglo XXI. De este modo, la pretendida neutralidad, acabó en una nueva colonización de la Pontificia Universidad Católica de Chile, que dejo de manifiesto la desprotección en la que había quedado tras descansar en los laureles de 1980.

El paso de despolitización terminó con la defensa corporativa de las propias ideas y, por ello, es necesario entender que no se puede pretender confrontar una posición consolidada y firme con la neutralidad y el mero “diálogo”, porque la diferencia entre ambas fuerzas culminará en el fracaso de aquella que es neutra y dialogante. Si lo que se pretende es confrontar una postura política que nace de una corriente filosófica, entonces otra, con suficiente base doctrinal y argumentos dirigidos a cuestionarla, deben presentarse dentro del espectro. Pretender esperar que se respetará la neutralidad institucional que debiese tener una Universidad, frente a una ideología que solo avanza y gana terreno, es una ingenuidad que acaba, como demuestran los hechos, en aplastante derrota.

Esta es la segunda insuficiencia de los nuevos gremialistas: la despolitización —en el entendido de blanqueamiento de colores políticos presentes en una institución— lleva al abandono de las propias ideas, lo que entregará el ambiente propicio para que una ideología domine sin encontrar resistencia. Un gremialista de hoy, realmente comprometido con su causa, no mezclará sus afinidades políticas con su trabajo, ni buscará que los organismos sociales en donde está presente sean favorecedores de sus posturas, sino que separará sus inclinaciones políticas de la cotidianidad de su vida. Aquello deja a todas las entidades sociales indefensas y vulnerables a la colonización ideológica. El gremialismo desocupó las organizaciones humanas de su ideario político, y la neutralidad permitió que estos espacios fuesen conquistados por partidos y movimientos que no respetarán nunca las aspiraciones idílicas de una sociedad que separa el espacio de discusión política del resto de las actividades.

Es por ello, que el nuevo gremialismo resulta absolutamente insuficiente frente al contexto politizado actual, ya que como neutral queda sin herramientas de defensa y a merced de aquello que justamente se pretendió evitar: las posturas políticas totalitarias y radicales. Dicha separación, de los cuerpos intermedios del ambiente político, deja desprovistas a las personas en el debate intelectual, debido a que si no se ha reflexionado en comunidad y personalmente el problema cultural y filosófico que se enfrenta, jamás se presentarán argumentos e ideas que contribuyan al desarme del avance ideológico de izquierda.

El gremialismo moderno no es sólo un fracaso para combatir la hiperpolitización, sino que además está destinado a dejar fuera a las comunidades de la promoción de cierta filosofía y de posturas doctrinarias en las que aún si hoy no lo parece, se funda su propia existencia. La sustracción de los organismos sociales del debate es incluso una falencia en el análisis humano, porque nosotros mismos, en cuanto animales políticos, no podemos evitar cohesionar los distintos aspectos de la vida social. Incluso, la dificultad para separar lo político del resto de las demás actividades irá en aumento, en la medida que la persona motive su accionar a base de fuertes convicciones y principios.

Aquella, entonces, sería la tercera falencia del gremialismo actual, que demuestra su ineficiencia, y es que su misma concepción pretende separar aspectos de la vida humana como el lugar donde se trabaja, se estudia y se participa, de las convicciones más profundas y personales: de la concepción del mundo, de la mirada de los fenómenos sociales y de la colaboración que se hace para dirigir la sociedad hacia un fin que considera correcto. El hombre difícilmente podría separar ambos ámbitos sin renunciar, al menos por ciertos momentos del día, a defender sus ideales. Desde ese punto de vista, las convicciones pierden su fuerza, y dejan de ser defendidas, compartidas y suscritas, dejando de lado la influencia y el impacto social que se podría ejercer, hasta recluir la política a la conversación de sobremesa, el tema para el aperitivo de domingo y el pequeño impulso que se pretende dar a una elección circunstancial que nada afectará al proceso político gestado por élites profesionales y promovido desde las más variadas bases sociales. Cabe preguntarse, ¿es si quiera posible abstraer las distintas dimensiones sociales de la política? Combatir una guerra ideológica en que uno plantea la ocupación y el otro la desocupación implica que no hay batalla en absoluto por el espacio, ya que el retroceso de una ideología solo se logra con el enfrentamiento de otra igual, capaz de refutar sus principios y sus bases.

El marxismo contemporáneo, que pretende conquistar el poder desde los organismos sociales, no pudo haber encontrado una presa más fácil. Y aquella es la cuarta insuficiencia del gremialismo: si bien fue propuesto como remedio de la hiperpolitización, hoy es justamente débil frente a una estrategia de dominación ya activa, que nuevamente busca saturar los cuerpos intermedios, acentuando en ellos el conflicto.

En su pretensión de liberación de la instrumentalización, dejó a la sociedad expuesta a una arrolladora subordinación política. Es por ello, que el gremialismo es radicalmente insuficiente, porque es justamente el escenario ideal para llevar al colapso de las instituciones sociales, por su desprotección frente a la conquista ideológica. La neutralidad política en los organismos intermedios es entonces, el germen para que las instituciones sucumban a la instrumentalización que en un inicio se pretendía rechazar. Si las personas estuviesen involucradas o interesadas en lo político, podrían resistir la corrupción de las instituciones, con individuos conscientes, despiertos y protegidos frente a la inoculación de ideas. Aquello evitaría que, cada cierto tiempo, sea corroída la sociedad y, a su vez, cesaría esta fluctuación de la despolitización a la conquista, para terminar luego en una nueva despolitización. Si es que hubiese verdaderamente una lucha filosófica y política librada dentro del tejido social y sus organizaciones, se tendría un sector en constante defensa de los valores naturales de la persona y de la tradición occidental hoy socavada.

Es evidente que aquello que se deja de defender en la plaza pública termina por olvidarse, y dado que la política está lejos de acabarse en elecciones, al ser un debate social permanente,  sólo una resistencia y negación lúcida será capaz de no consentir el copamiento ideológico. En cambio, si todo un sector de la sociedad se sustrae de la política y la suscribe a meras campañas electorales, no cabe más que resignarse a la dominación política de un país que solo supo ser indiferente. Podría ser loable la intención de no politizar, pero ello de ningún modo debiese implicar la sustracción de la participación social y la franca retirada de sectores políticos denominados “de derecha” de las diarias interacciones sociales; todo aquello lleva inevitablemente al país a sucumbir frente a un enemigo que trabaja constantemente por sus convicciones.

Podríamos decir que Jaime Guzmán vio también esta necesidad de defender las ideas en el plano político al fundar la UDI como continuidad del gremialismo. La idea de un partido es aparentemente opuesta a lo apolítico, pero el mismo Guzmán, defendió sus ideas, como senador y profesor, hasta su asesinato, demostrando con ello que la desinstrumentalización, como respuesta política, es insuficiente para el combate ideológico siendo la propia muerte de Guzmán, testimonio al respecto.

Así llegamos a la quinta falencia del gremialismo moderno: la desidia del sector político de “derecha” del debate público, quienes centraron sus intereses en lo económico, muchas veces absteniéndose deliberadamente de lo social y de la participación en comunidad que no fuera más allá de lo netamente comercial. La consecuencia del desastre de la despolitización, aplicada hasta el día de hoy, fue el posterior encapsulamiento que, en cierto sentido, creó una sociedad paralela, verdaderos guetos sectoriales con poco y nada de contacto con una realidad tan distinta a la mayoría de los chilenos. Aquello sólo contribuye al incremento y acentuación de la polarización. Es por ello que hay un sector adormilado e indiferente en Chile, desdeñoso y desinteresado de lo político; este sector no despertará hasta que sean interrumpidos sus intereses: los económicos. Solo cuando la conquista ideológica chilena alcance el sistema de libre mercado, ya destruidas las relaciones personales, familiares y sociales, despertará esa fuerza que se necesita tan urgentemente y querrán involucrarse en su país cuando sea demasiado tarde.

La consecuencia más grave de esta falencia es la casi inexistencia de referentes intelectuales gremialistas con producción propia, y la carencia de personas que, desde la doctrina del gremialismo, sean capaces de actualizarlo a los desafíos actuales. Esta falta de pensadores paraliza la actividad política y deja desorientados a los jóvenes universitarios que ya no tienen una guía para llevar un gremialismo —desactualizado y superado— frente a los problemas actuales. El futuro del gremialismo, frente a la falta de producción de ideas, es la inutilidad del gremialismo como respuesta a la contingencia, no porque el gremialismo no sea capaz de responder a dichos problemas, sino que no hay nadie dispuesto a actualizar dichas ideas. Frente a algo así, el gremialismo corre peligro de acabarse como mero centro de poder, una red de influencia con poco y nada que decir respecto a la actualidad política. Todo aquello es demostrativo del fracaso del experimento de la neutralidad en Chile.

Estos son los errores de una ideología en evidente paralización: creer que toda asociación, en cuanto libre, tiene legitimidad para cumplir sus fines; el abandono de la defensa de las propias ideas y convicciones en la vida diaria, bajo la pretensión de despolitizar; la intención de separar el ámbito político del hombre del resto de sus actividades, desconociendo su naturaleza; su incapacidad para responder a un “marxismo cultural” que propone la saturación política, frente a un gremialismo que promueve la neutralidad; y la más grave de todas, la pérdida de la participación de un sector de la sociedad, que lleva a la inexistencia de actores sociales, de la articulación y organización gremial y la ausencia de intelectuales que superando tal neutralidad consigan actualizar un gremialismo que hoy parece tan caduco como insuficiente.

En suma, neutralidad y estancamiento constante que nos hace recordar aquella cita popularmente atribuida al Dante, recordándonos que “Los confines más oscuros del infierno están reservados para aquellos que eligen mantenerse neutrales en tiempos de crisis moral”.

Bibliografía

Aristóteles (1982): “Ética Nicomaquea”, Madrid, Ediciones Aguilar.

Fundación Jaime Guzmán (2017): “El gremialismo y su postura universitaria en 36 preguntas y respuestas”, Santiago.

Juan XXIII (1963): “Pacem in Terris”. Recuperado de http://w2.vatican.va/content/john-xxiii/es/encyclicals/documents/hf_j-xxiii_enc_11041963_pacem.html.

Concilio Vaticano II (1965): “Gaudium et Spes”. Recuperado de http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19651207_gaudium-et-spes_sp.html.

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