Revisión a la primera oleada de inmigración germana en Chile: «Aprendizajes y legado de un proceso de modernización territorial en la segunda mitad del siglo XIX»
“Seremos chilenos honrados y laboriosos como el que más lo fuere, defenderemos a nuestro país adoptivo uniéndonos a las filas de nuestros nuevos compatriotas, contra toda opresión extranjera y con la decisión y firmeza del hombre que defiende a su patria, a su familia y a sus intereses”
Carlos Anwandter, inmigrante alemán, 18 de noviembre de 1851.
Nicolás Vicencio
Desde 1492, con el arribo de Cristóbal Colón a América, la inmigración europea al continente ha sido génesis de las naciones forjadas desde esta nueva tierra. Su contacto con la población nativa ha pasado por distintas fases, desde la cooperación al exterminio. Pero, ¿qué civilización ha estado exenta de guerras y conflictos? Ninguna. En América no fue la excepción y Chile tampoco. Nuestra patria se desarrolló lentamente con el aporte de distintas culturas a su largo y ancho. En el sur de Chile se instalaron a partir de mediados del siglo XIX colonos de ascendencia germana, que fueron principales edificadores de la nación en los inhóspitos y despoblados territorios selváticos del sur de Chile[1], correspondientes a la Araucanía y Patagonia norte[2] de este país. A continuación, describiremos como se gestó esta colonización, de herencia visible hasta presente. Quedará así diferenciada de migraciones más actuales, a través de un repaso por sus contextos y actores. Y es que, ante el inminente desafío de un posible cambio constitucional que involucre políticas migratorias, debemos ser responsables y conocedores de nuestra propia historia.
Para entender el caso chileno hay que sumergirse en el contexto internacional de las grandes migraciones y su complejidad. A mediados del siglo XIX, Europa se vio afectada por una serie de problemas. Entre ellos, las revoluciones y guerras que precedieron la creación de los Estado-Nación, por cuyas consecuencias bélicas se propagaron males contra la mayor parte de la población. Sumado a esto hubo brotes de enfermedades y hambrunas, lo que generó que muchas personas emigrasen hacia América en busca de una nueva vida con mejores oportunidades. Se produjeron múltiples migraciones masivas, siendo destinos emblemáticos: Estados Unidos, Brasil y Argentina. Y, en menor medida, también hubo migraciones hacia Chile.
En Chile durante el gobierno conservador de Manuel Bulnes, se formuló una ley de inmigración en 1845 a fin de promover la migración europea hacia el territorio nacional. Esta fue titulada Ley de Inmigración Selectiva, y fomentaba especialmente la promoción del componente germano[3]. Esta norma, es el resultado de una necesidad de parte del Estado chileno de poblar la frontera sur de la Araucanía, es decir, desde el rio Toltén hacia el sur (pues, una vez asegurado, facilitaría la incorporación del territorio al norte del Toltén). La promulgación de esta ley puso fin a una serie de ideas fallidas sobre la ocupación del sur chileno, que involucró ingleses, irlandeses y suizos, entre otros (Montt, 2009, 24-25).
El foco de la colonización fue el sur de Chile, mayoritariamente la zona entre Valdivia y Llanquihue; en esta se desarrollaron dos formas de ejercer la migración germana. El caso valdiviano corresponde a lo que se llama inmigración libre, quienes eran colonos y traían capital para adquirir propiedades ya sean agrícolas, comerciales o industriales. En el caso de Llanquihue fue diferente. porque estuvo organizada por el gobierno y se realizó en territorios totalmente vírgenes y su carácter económico fue esencialmente agrícola. Con esto, queremos decir que el componente social llegado a Valdivia era de un carácter social más elevado en relación con los estándares germanos y chilenos de la época, esencialmente burgueses. Esto, a diferencia de los que llegaron a la zona de Llanquihue, quienes eran de origen mayoritariamente campesino y sin capital. A grandes rasgos las cifras ejemplificaban lo recién expuesto, existiendo un 60% dedicados a la agricultura y un 40% a la industria y comercio (Young, 1969, 24).
Para entender lo que significó en números la colonización del sur de Chile hay que poner sobre la balanza las estadísticas nacionales e internacionales. Desde el viejo mundo cruzaron aproximadamente 7 millones de germanos a América entre 1816 y 1920. Entre ellos, se estima que a Chile llegaron aproximadamente 8.500, entre 1846 y 1914, según las estadísticas oficiales alemanas. Esta cifra debe contrastarse con el total de extranjeros que llegaron a Chile entre 1850 y 1897, que corresponde a 38.528 personas, es decir, entre ese periodo podemos calcular que, de todos los inmigrantes llegados, solo un 22,1% correspondía a germanos. Sumado a estas cifras, las provincias colonizadas, los inmigrantes germanos nunca superaron el 5,5% de la población total (Kellebenz y Schneider, 1976, 402). Números que sorprenden al contrastarse con el impacto cultural obtenido por la colonización.
El primer período o primera ola de esta inmigración germana va desde 1845, año en que se promulga la Ley de Inmigración Selectiva, y continuó hasta 1875, fecha en que se considera el final de la primera oleada migratoria y se puede apreciar cierta consolidación económica de la colonia germana en las zonas de Valdivia y Llanquihue. Posteriormente, fue poblada la frontera araucana durante la segunda ola de inmigración entre 1880 y 1914. ¿Qué rol cumplió el estado chileno en esos años?
Por una parte, desde el Estado chileno existió una clara política de inmigración progermana, en la que los agentes colonizadores fueron actores claves para su promoción y motivación. Destacó el papel del primer agente Bernardo Philippi[4], quien entendió su rol como mediador entre el Estado y los inmigrantes que optaron por Chile fue esencial para el éxito de la empresa migratoria. La condición de germano e hispanohablante de Philippi facilitó el puente comunicacional entre las entidades estatales y los migrantes. Al mismo tiempo ejerció una labor por más de 7 años antes de la primera llegada de los colonos como impulsor y explorador de las mismas zonas a colonizar (creando su primera cartografía del territorio).
El punto de partida para llevar a cabo la empresa colonizadora fue la creación de la institución llamada Agencia de Colonización, que tuvo como objetivo promover y motivar esta migración. Los principales agentes de esta institución en la fase inicial y de adaptación fueron el marinero prusiano, ya mencionado, Bernardo Philippi y Vicente Pérez Rosales[5], siendo este último el responsable del establecimiento y funcionamiento de la colonia de Llanquihue.
Como contexto, durante 1845 Chile se encontraba en lo que Oswald Spengler llama el “Estado en forma” que desde la independencia se venía gestando y se había reforzado con la constitución de 1833, viviendo bajo un carácter autoritario que era apoyado por la llamada fronda aristocrática de la élite más conservadora (Edwards, 2012, 76-77). Esto es necesario recalcarlo, para entender el ambiente político en que se gesta la empresa migratoria, su discusión previa y sobre todo tener en cuenta la opinión de la esfera pública chilena, es decirla élite, que sin dudas aportó a la consolidación del proyecto. En gran medida, la empresa tuvo como finalidad contrarrestar el conflicto que representaban los territorios de la Araucanía, entre los ríos Biobío y Toltén (habitados por los indios reche de actitud históricamente más hostil), y los territorios vírgenes entre Valdivia y Calbuco (habitados en las zonas libres de selva por huilliches de actitud más bien pacífica y colaborativa). Para lograr esto se establecieron una serie de necesidades a cumplir en pos de la modernización y el progreso anhelado, el cual no fue un proceso exento de oposiciones, y que, tras la llegada de los germanos, influirá en la percepción que tienen los chilenos de los colonos.
Las motivaciones del Estado chileno para la colonización son implícitas, con esto queremos decir que existía un discurso procolonización con dos grandes objetivos. El primero, es el de poblar el territorio sur del río Toltén para posteriormente poblar la frontera araucana al norte del mismo, tal y como pasará con la segunda ola de inmigración entre 1880 y 1914. La motivación restante era la visión de progreso que quería la elite política chilena para el sur de Chile.
A fin de generar un clima más propicio para la recepción de los inmigrantes seleccionados, se adoptó una serie de políticas públicas. El Estado decide, en primera instancia, proporcionar a los colonos tierra, herramientas, dinero, salud y educación gratuita, además de todo el apoyo logístico necesario para su acomodación en el país de acogida. Se incluyó dentro de los beneficios la exención de impuestos por un periodo de veinte años, como señalan la ley de inmigración y sus posteriores reformas. Sin embargo, hacia 1859. distintos informes del ministerio de RR.EE dejan traslucir la incapacidad del Estado para cumplir con todos los servicios requeridos, sobre todo por el carácter rural de algunos asentamientos. Por ello, pronto se estableció que para poder acceder a los servicios prometidos debían dirigirse a la ciudad.
La inmigración fue y sigue siendo un tópico importante y de trascendencia político-social. En el siglo XIX existía un claro discurso por parte de la esfera pública –esto es, la elite nacional y la opinión pública. Estas opiniones reflejan pensamientos e ideologías subyacentes. Por ejemplo, en un artículo titulado “Poblar i civilizar” (en un claro guiño a la obra de J.B. Alberdi[6]) del 19 de enero de 1865 del periódico La Patria, se asume la necesidad de tener una mayor cantidad de población por medio de la inmigración; esto permitiría alcanzar la tan ansiada modernización del país y superar la herencia feudal-colonial aún vigente. Así, se señala que “[…]todo el mundo está de acuerdo en considerar el aumento de población del país como uno de los medios más eficaces de progreso y engrandecimiento”. En este sentido, este artículo busca incidir en la opinión pública y permitir “que la inmigración tome vuelo”. Se realiza un llamado al gobierno a reconocer, en teoría, “[…] la necesidad de establecer concesiones y franquicias que atraigan al estranjero a nuestro territorio”. La principal premisa en ese momento era “gobernar es poblar”, frase acuñada por el teórico de la inmigración argentino Juan Alberto Alberdi y que, como mencionamos, sirvió de inspiración directa a las prensas locales. Esto se vincula con la idea eurocéntrica del progreso y civilización, que influenciaba a los intelectuales latinoamericanos y a las esferas públicas.
Al igual que en nuestros tiempos contemporáneos, ante la llegada de agentes exógenos a cualquier comunidad se generan tensiones identitarias y aprovechamientos, y la colonización germana no fue la excepción. Así lo evidenció Pérez Rosales en una carta enviada en 1851 al gobierno, indicando que los valdivianos, tras la llegada de los primeros colonos, comenzaron a inscribir todas las tierras disponibles para sacar provecho económico. Las tensiones continuaron conforme pasan los años: en el caso de Valdivia, que poseía una población de ascendencia española establecida de larga data, hubo conflictos internos en la misma comunidad alemana, sobre todo por problemas religiosos, debido a la difusión de la religión luterana por la ley de libertad de culto. A ello se sumarán más adelante roces políticos debido a las pugnas económicas que los industriales alemanes empiezan a tener con los locales tras el auge industrial que vivió la ciudad; por ejemplo, las ya mencionadas “burbujas inmobiliarias” debidas a las especulaciones de las tierras por parte de los valdivianos, entre otras cosas.
Los alemanes llegados en la primera fase de colonización eran mayoritariamente de fe luterana. Esto sumado a la negativa del gobierno de establecer una ley de libertad de culto en aquel momento (tuvieron que regirse por la ley establecida en la constitución católica como la oficial) llevó a que al mismo tiempo se cuestionara el futuro de la inmigración y que se generara todo un debate en torno a la promulgación de la libertad de culto. El mismo Domeyko[7] argumentaba en contra de la aceptación del protestantismo ya que se pondría en riesgo la “unidad espiritual” de la nación (Domeyko, 1850, 10).
Vicente Pérez Rosales señala que la atracción y necesidad de inmigrantes a suelo nacional comprendió dos vertientes correlativas entre sí. La primera tiene que ver con una inmigración que sea capaz de renovar y dar una nueva moral a los habitantes chilenos, mediante el ejemplo de laboriosidad de los germanos. La segunda viene a ser la aplicación práctica de la primera, vale decir, que el ejemplo de los extranjeros pueda ser imitado por los nacionales y alcancen un mismo nivel de iniciativa en la creación de industrias, en la habilidad de trabajar del artesanado y la capacidad moderna de trabajar la tierra (Pérez Rosales, 1870, 7-8).
Desde la segunda mitad del siglo XIX en adelante, y específicamente desde 1870, muchos historiadores coinciden con que las nociones étnicas y raciales cobrarían un papel importante dentro de la sociabilidad sureña continental. Con la llegada de los alemanes, la región salió de su letargo económico y comenzó su periodo de auge y modernización, sumado a esto a una extensa red ferroviaria que facilitó el comercio y motivó cambios de orden social y cultural en el sector. La llegada de los colonos alemanes desarrolló entonces un tipo de sociedad totalmente distinta a la que existía al norte de la frontera, una suerte de trasplante de Europa al sur de Chile y se creó una gran sociabilidad e instituciones que renovaron impulsos y establecieron país en el territorio comprendido desde Valdivia a Calbuco.
Al igual que el historiador francés Jean Pierre Blancpain creemos que existen cuatro ejes fundamentales para la identidad germana: la lengua, la escuela, el credo y las sociedades. Estos elementos estarán presentes constantemente en nuestro análisis, y no pueden ser ignorados cuando se estudian las matrices culturales y sobre todo educativas de una comunidad como la de los inmigrantes germanos (Blancpain, 1991, 189).
Las escuelas ejercieron un rol fundamental en esta consolidación, ya que fueron las cultivadoras de los hijos de industriales, futuros comerciantes y grandes personajes. Con ellas se crearon clubes, iglesias, y toda una red de instituciones alemanas que vinieron a trastocar y reformular el paisaje por completo. La fundación de escuelas fue excepcional, y se debió mayormente a que los hijos de inmigrados encontraban decadente la educación de los escasos liceos y no estaban dispuestos a viajar a Europa a continuar sus estudios secundarios. En primer lugar, reclaman que se les exima de las clases de religión y posteriormente que introduzcan clases sobre industrialización, comercio y finanzas, entre otros, lo cual se realizó a cargo de una comisión compuesta por los principales industriales alemanes de la zona, entre ellos Carl Anwandter. De esta forma se potenciaría el futuro industrial de la región desde sus cimientos, creando un ciclo de educación, trabajo y progreso que vigorizó a la ciudad valdiviana. Con el paso de los años se generará una hibridación cultural a través de la educación como pilar fundamental y con ella otras áreas como la arquitectura, la música, la literatura y en general las costumbres, factores propios de la inmersión de una comunidad exógena en un país nuevo configurando una exitosa situación de encuentro entre dos identidades como lo era la chilena sureña frente al alemán colono.
A partir del siglo XX la influencia cultural germana superaría los aportes ligados a la demografía, trabajo y comercio, consolidándose e incorporándose con éxito a la identidad chilena en todo el territorio nacional, tal y como lo prueban la amplia adopción de su gastronomía[8], el impulso difusor de la música docta[9], el entusiasmo por la doctrina prusiana en el Ejército de Chile[10], o la natural asimilación de organizaciones estudiantiles universitarias en común regla con Alemania y Austria[11]. A este punto quizá el símbolo que mejor resume este proceso sea el icónico hecho de que la única Torre Bismarck de América se encuentra precisamente en la ciudad de Concepción[12], punto geográfico y cultural que hasta antes de la colonización alemana significaba el principio de un viejo paréntesis en la soberanía de Chile.
Este proceso fruto de las olas colonizadoras del siglo XIX explica el hecho que menores movimientos migratorios de símil procedencia en el siglo XX tuviesen facilidad para insertarse en una patria cuya consolidación nacional tiene entre los germanos a algunos de sus soportes más entusiastas.
Todos los elementos mencionados contribuyen a reexaminar los fenómenos migratorios recientes, que responden a procesos lo suficientemente distintos como para hacernos dudar de su capacidad para solucionar dificultades del Chile actual, al tiempo que constituyan una solución óptima para los problemas de quienes migran.
Bibliografía:
Rosario Montt, Inmigración Suiza en Chile en el siglo XIX. Por su propia fuerza, el pionero Ricardo Roth, Santiago de Chile, Centro de Estudios Bicentenario, 2009.
George F.W. Young, The Germans in Chile: Inmigration and colonization. 1849-1914, Chicago, University of Chicago, 1969.
Hermann Kellenbenz y Jürgen Schneider, “La emigración alemana a América Latina desde 1821 hasta 1930”, Jahrbuch fúr Geschichte Lateinamerikas, (Berlín), 1976.
Alberto Edwards, La fronda aristocrática en Chile, Santiago, Editorial Universitaria, 2012.
Ignacio Domeyko, Memoria sobre la colonización en Chile, Santiago, Imprenta Julio Belin y cía., 1850.
Vicente Pérez Rosales. La colonia de Llanquihue: su orijen, estado actual i medios de impulsar su progreso. 1870.
Jean-Pierre Blancpain, Los alemanes en Chile (1816-1945). 6ta
ed., Santiago de Chile, Colección Histo-Hachette, 1991.
[1] Correspondiente a los territorios que no fueron efectivamente ocupados por la Corona española en el pasado debido a: (1) la resistencia indígena (entre los ríos Biobío y Toltén) o (2) un clima y geografía excesivamente complejos como ocurre en el territorio ubicado entre Valdivia (que si estaba habitada desde época indiana) y Calbuco (igualmente habitado por población chilota en la ribera que mira de frente al archipiélago y que incluye a Maullín y Carelmapu).
[2] Término geográficamente correcto, pero poco usado, en parte porque el mismo proceso objeto de este artículo marcó una clara diferencia con la Patagonia más austral que se compone de las actuales regiones de Aysén y Magallanes, cuyo poblamiento y colonización fue distinta, no obstante que también en la zona norte de Aysén (Puyuhuapi) llegaron colonos de origen germano en la década de 1930.
[3] Es necesario aclarar que llamamos germanos mayoritariamente a los migrantes, debido a que provenían de diversos países de matriz cultural pangermánica, como los estados alemanes previos a la unificación, el Imperio Austrohúngaro, los sudetes de Checoslovaquia y Polonia, entre otros. De esta forma los agrupamos en modo que facilite su estudio y comprensión por parte del lector.
[4] Explorador y naturalista de origen prusiano y educación suiza. Conoció Chile en la década de 1830 como parte de sus investigaciones. En 1838 se asentó definitivamente en la ciudad de Ancud (Chiloé). Desde allí partió con la expedición que incorporó el Estrecho de Magallanes a la República de Chile (1843). Su familiaridad con el país y buena relación con las autoridades, lo convirtieron en el hombre ideal para desempeñarse como agente colonizador en la Europa germana, donde promovió nuestra nación como destino.
[5] Aventurero y estadista chileno nacido en 1807 dentro de una familia de alta sociedad, situación que le facilitó el desempeño durante los más diversos destinos, yendo desde la vecina Mendoza hasta Europa, pasando por el Imperio del Brasil y California. Durante su vida se desempeñó como comerciante, minero, pintor, escritor (Su obra Recuerdos del pasado fue considerada por Unamuno como la mejor novela chilena) y diplomático, labor esta última que explica su rol director en el primer proceso de colonización germana en el sur de Chile.
[6] Intelectual decimonónico argentino que plantea teorías de inmigración europeizantes para América Latina, con esta forma se superaría la pobreza y se lograría el progreso que se anhelaba.
[7] Noble polaco nacido en 1802. Tras la derrota patriota durante la insurrección polaco-lituana contra el Imperio ruso (1831), emigró primero a Francia y luego a Chile, donde desde 1838 prestó servicios científicos y académicos. En 1847 le fue concedida la nacionalización por gracia dados sus significativos aportes en torno a la minería. Su protesta respecto al arribo de luteranos en el sur de Chile se entiende por sus creencias en cuanto polaco y católico romano. Con posterioridad a esta oposición hubo mayor número de católicos que viajaron como colonos.
[8] Lo demuestra la posibilidad de encontrar como “locales” a lo largo del país, preparaciones tales como: Kuchen, Strudel, Berlines, Lomo Kassler, Goulash húngaro, Asado alemán, Crudos y el popular Chucrut (Sauerkraut).
[9] Impulso que en 1968 dio un paso más al establecer formalmente las “Semanas musicales de Frutillar”, un festival de verano que convoca distintas manifestaciones de música docta a orillas del lago Llanquihue, corazón cultural de la colonización alemana. Entre 1998 y 2010 se construyó el Teatro del Lago, auditorio de acústica privilegiada, con una arquitectura 10.000 m² y una serie de temporadas artísticas que lo han convertido en un referente regional.
[10] Verdadera refundación que fue dirigida con éxito por el veterano prusiano Emilio Körner entre 1885-1910. La identificación de este militar con Chile llegó a tal punto que su voluntad póstuma consistió en el traslado de sus restos a Santiago de Chile. Su herencia en el Ejército permitió que fuesen luego oficiales chilenos los difusores de la doctrina prusiana en otros países de la región.
[11] Como la Burschenschaft, que cuenta con cinco instituciones a nivel nacional y otras extintas en Chile, como la Landmannschaft.
[12] Las Torres Bismarck fueron un tipo común de monumento construido en homenaje al Canciller organizador del Imperio Alemán en territorios regidos por este o con una presencia importante de colonos germanos. De cerca de 250 torres quedan unas 175 en pie. La enorme mayoría están en Europa, siendo la excepción 2 en África, 1 en Oceanía y 1 en América. https://www.dw.com/es/la-única-torre-bismarck-de-américa/a-36623946