Salvador de occidente o referente para el nacionalismo de izquierda: «El falso dilema de la figura de Vladimir Putin»
Juan Cristóbal Demian
“La mayoría de los ciudadanos soviéticos no absorbía de forma consciente la mayor parte de las declaraciones públicas sobre política e ideología procedentes de las altas esferas, a menos que estuviesen directamente relacionadas con sus problemas cotidianos, cosa que raramente sucedía”.
Eric Hobsbawm.
“El Zar suspiró; y, encogiéndose de hombros, en los que lucía charreteras, se limitó a decir: «Es la ley»”.
León Tolstoi.
El 31 de diciembre de 2007, la revista Time publicó en la portada una foto del presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, donde fue destacado como “Persona del Año”. Putin llevaba entonces siete años al mando del Estado Ruso, mismo que gobierna desde el año 2000. En aquella edición de la revista Time, la foto de Vladimir Putin iba acompañada de la leyenda “Tsar of the New Russia”.
Hoy, coexisten contradictorias apreciaciones sobre este nuevo “Zar”, por ello, vamos a contrastar dos hipótesis ideológicas en disputa. Una de ellas sostiene a Vladimir Putin como campeón de la nueva derecha en la defensa de Occidente, por ende se lo tomaría como un líder conservador, cristiano y nacionalista. La otra lo ve como un defensor de los pueblos anti imperialistas y por ende cercano a la esencia de la Rusia Soviética y favorable a rearticular el comunismo.
Occidente completo, en tanto observador y antagonista de Putin, tiene un rol fundamental en esta disyuntiva, puesto que, si el orden hegemónico mundial es el del liberalismo demócrata progresista, nacido en los centros de poder occidentales, brevemente exitoso tras la caída —precisamente— de la Unión Soviética, dicho orden es cuestionado no sólo por las zonas del mundo no hegemónicas a dicho respecto, sino que, ante todo, es también su auto-cuestionador. En el seno mismo de las sociedades occidentales, la tendencia a la desintegración de su propia hegemonía se da a pasos agigantados. Así, es por la propia desintegración de Occidente que la figura de Vladimir Putin se proyecta con sombras deformadas, que lo identifican como un héroe, un salvador o un líder redentor, cuyo incuestionado dominio sobre sus súbditos es admirable y deseable; todo mientras Putin deja en claro que su proyecto geopolítico desafía las directrices de Occidente.
Revisemos brevemente cómo se han gestado las dos visiones en disputa que hay sobre Putin en Occidente[1].
Estados Unidos vive una polarización ideológica con dos entidades en pugna, una izquierda radical de índole globalista y deconstruccionista, y una nueva derecha en auge liderada por Donald Trump y sus seguidores vinculados al conservadurismo, libertarianismo, nacionalismo, derechas alternativas, etc., rebeldes a la hegemonía liberal democrática y progresista que precisamente el primer grupo irradia sobre el mundo con la complicidad de la vieja derecha americana neoconservadora. En este esquema, la izquierda americana y la vieja derecha ven a Putin como su enemigo, mientras que la nueva derecha lo toma como un mal menor y hasta respetable respecto de su propio proceso interno (Bertrand, 2016).
En Europa Occidental, el escenario es similar al de Estados Unidos. Por una parte, la concordancia de sus élites de vieja derecha, izquierda y socialdemócratas con la izquierda americana se proyectan, principalmente a través de la Unión Europea, en las ideas hegemónicas del liberalismo demócrata y progresista, oponiéndose también a Vladimir Putin. Mientras que, por otra parte, la heterogénea nueva derecha europea ve (con ciertas excepciones) a Putin como un aliado en la lucha por “salvar Occidente”. Es preciso destacar que en Europa Occidental también existe una izquierda radical revolucionaria y neocomunista (Syriza, Podemos, etc.) que cuestiona el sistema burgués y las élites locales, las cuales tienen a Putin por aliado patrocinador de la revolución.
En Europa Oriental existe una hegemonía de derecha, dadas sus condiciones históricas de profundo anticomunismo, a raíz de la violencia con la que el imperio soviético trató a su población. Ante esto, las posturas hegemónicas en Europa Oriental coinciden en materias domésticas con las derechas alternativas de Estados Unidos y Europa Occidental, pero, al ser vecinos de Rusia, en gran parte de estos países rechazan el imperialismo de Putin.
Finalmente, América Latina considera a Putin de forma muy similar a la descrita para Europa Occidental, con una nueva derecha inorgánica en alza que reproduce en redes sociales material audiovisual, donde se ensalza la figura del premier ruso como un ícono del patriotismo y un imbatible enemigo de la deconstrucción de la familia y la sexualidad. Al mismo tiempo, la izquierda, aquella cercana al chavismo y con una fuerte nostalgia del socialismo local de décadas pasadas, ve con simpatía la oposición que Rusia plantea a Estados Unidos y valora sus vínculos con Cuba, Bolivia y Venezuela.
Así, la sombra de Vladimir Putin prolifera en Occidente, ahí donde el liberalismo demócrata y progresista fracasó en dar respuesta a los malestares populares, cuestionándosele males como el imperio de la corrección política, el menosprecio a las concepciones tradicionales de la vida y el círculo vicioso de la corrupción y despilfarro de los obesos Estados socialdemócratas, benefactores de políticos sin mérito y sectores poco productivos de la sociedad.
La hipótesis de que el régimen de Putin fortalece la rearticulación del comunismo requiere previamente la sospecha de que el comunismo soviético, lejos de caer junto a la Unión Soviética en 1992, solo se transformó y se prolonga de forma encubierta en el gobierno ruso, y en la misma figura de Putin[2].
Durante su presidencia, Putin ha realizado comentarios sobre la era soviética de diversa índole. Por ejemplo, señaló que Vladimir Lenin no debió haber asesinado al Zar Nicolás II y su familia, tampoco llevar a cabo una represión brutal en la revolución de 1917, ni poner a todas las repúblicas soviéticas en el mismo rango jurídico, poniendo en riesgo la cohesión del Estado (BBC Mundo, 2016). También ha dicho que es imposible que Rusia vuelva al socialismo, pero que su régimen lleva a cabo un proceso de ‘socialización’, que consiste en “una distribución justa de los recursos, un trato justo para la gente que vive en la pobreza y el desarrollo de una política estatal orientada a reducir al mínimo” (RT, 2018). También ha dicho que: “No deberíamos repetir los errores de las décadas pasadas y esperar a que llegue el comunismo” (Putin, 2019), frase que no esclarece, por sí sola, su postura concreta sobre la ideología comunista.
Más aún, Putin ha dicho que el fin de la Unión Soviética fue la mayor catástrofe del Siglo XX, postura que es validada por la población rusa, que a fines de 2018 el Centro Levada constató que un 66% de la población rusa se encontraba arrepentida del fin del Estado comunista (Sahuquillo, 2018) y un 60% indicó que dicho colapso pudo evitarse (RT, 2018). A su vez, en abril de 2019, el mismo centro de estudios constató que un 51% de los rusos ve positivamente al dictador Iósif Stalin, un 70% de ellos indicó que aquel tirano tuvo un rol relevante para Rusia y, lo que es peor, un 46% consideró que los asesinatos de su régimen se justifican (Agencia Efe, 2019).
La desafección rusa del proceso de “democratización” de los ‘90 fue reflejada en la figura del ‘homo sovieticus’, descrito por Svetlana Aleksiévich, quien retrató a la generación que vivió el proceso de desintegración de un sistema oscuro y represivo, pero alimentado por una enorme narrativa, y que ahora se encuentra sumida entre el pesimismo y la indolencia. Aleksiévich, por ejemplo, registró que una mujer rusa le confesó que: “Nuestra vida bajo el capitalismo es exactamente la misma que teníamos bajo el socialismo. A nosotros nos trae sin cuidado que gobiernen los ‘rojos’ o los “blancos. Lo que nos importa es que llegue la primavera para sembrar las patatas” (Aleksiévich: 2015, p. 638).
A nivel político formal, por un lado, nos enfrentamos a una discursiva lejanía del gobierno ruso de su matriz comunista predecesora. Sin embargo, por otra parte, hay que entender que la transformación del Estado soviético al ruso en la década de los noventas no fue comenzar de cero, y el mismo Putin es muestra de un cierto ‘reciclaje’ político interno que venía del comunismo (Putin fue agente del servicio de inteligencia soviético KGB), a su vez, tanto el glasnost (apertura política) como la perestroika (apertura económica), nunca fueron realmente aperturas tan profundas como se creyó en Occidente (Sorman, 1990).
La mejor forma de esclarecer lo confuso del panorama expuesto es recurrir a la Historia y la teoría política, en concreto a las profundas diferencias entre Vladimir Lenin y Iósif Stalin, las cuales representan dos modelos de comunismo distintos entre sí.
Las principales críticas que Putin arroja a la era soviética son dirigidas hacia Lenin, quien además fue uno de los principales teóricos del comunismo dialéctico y cuya postura fue siempre a favor del internacionalismo revolucionario, despreció las características patrióticas de algunas revoluciones socialistas (Lenin, 1908) y apeló a un comunismo democrático sin Estado, tras la Dictadura del Proletariado.
Por su parte, lo que tanto gran parte de la población rusa como el mismo Putin dicen añorar es la posición estatal soviética heredada de Stalin, enfocada en la industrialización nacional en un contexto de Dictadura del Proletariado prolongada y completamente desenfocada de la meta de abolir del Estado de Lenin.
Lenin no deseaba que Stalin le sucediera en el poder, porque conocía el riesgo de distorsión de los principios revolucionarios originales si llegaba a gobernar. Al no poder extender la revolución a ningún país durante su vida, Lenin se vio obligado a gobernar una Unión Soviética aislada (Hobsbawm, 1998), y a recular en los excesos de la desintegración moral a los que había llevado el libertinaje sexual subversivo que él mismo había promovido[3]. Por aquellas razones, a su muerte, Stalin pudo hacerse del poder en un Estado compacto y que volvía moralmente a una suerte de “conservadurismo” revolucionario con fines de aumentar su población, que transformó así el proyecto soviético en un imperio, lejos de la utopía comunista leninista.
De haber elementos de continuismo comunista en la Rusia de Putin, éstos se corresponden con la versión estalinista del marxismo-leninismo y no con un leninismo original, el cual por su propia naturaleza es contrario a la expansión del poder nacional, mientras que el estalinismo basa su poder precisamente en ello.
Sin embargo, de todo lo anterior no puede evidenciarse una emulación completa de la Rusia estalinista en el régimen de Putin, puesto que, a pesar de la ‘socialización’, que en el fondo es socialismo, mantiene lógicas de poder bastante lejanas al estalinismo, como la fuerte promoción del cristianismo y el conservadurismo en una Rusia mucho más burguesa que lo que Stalin hubiera permitido. Así, no puede afirmarse —más que de forma utilitaria— que Putin pueda ser el “salvador” de la revolución comunista internacional.
Examinemos ahora que la Rusia de Putin sea la vanguardia del tradicionalismo de Occidente y un modelo de nacionalismo que pueda inspirar a las nuevas fuerzas de la derecha mundial. Un buen ejemplo de esta hipótesis llevada al extremo puede leerse en “Lo que Europa y el Mundo esperan de Vladimir Putin”. En aquel ensayo se indica que el entonces recientemente advenido presidente cumpliría la “predestinación suprahistórica” de Rusia, la de convertirse en una “Tercera Roma” que dirija una “acción revolucionaria planetaria” de índole “escatológica” y “cristológica” contra el orden liberal occidental; y que en base a una “doctrina metafísica, geopolítica y teológica de Estado” transforme a Rusia en el “Gran Imperio Eurasiático del Fin” predispuesto a una “guerra de liberación final del eterno occidente del mundo” (Parvulesco, 2001).
Fuera de todo este lenguaje apocalíptico es preciso reparar en lo que la derecha alternativa occidental venera del líder ruso, por ejemplo, una ley contra la propaganda homosexual dirigida a menores de edad promulgada el 2013, también sus declaraciones sobre defender los “valores tradicionales, los valores de la familia y la maternidad” (Agencia Efe, 2018), impedir que Rusia se transforme en un califato (RT, 2017) y su respaldo a Donald Trump en su política fronteriza con México (El Universal, 2019).
El progresismo occidental mira con desprecio lo que considera una epidemia homofóbica en Rusia validada por el gobierno, la actitud expansiva de Putin respecto de sus territorios aledaños, su permanencia excesiva en el poder, su represión contra disidentes políticos su intervención en Occidente con fines de desbaratar el orden liberal demócrata, inspirado en una ideología nacionalista y antiliberal (Nance, 2018).
Dichas acusaciones a Vladimir Putin recaen en la influencia del filósofo Aleksander Dugin, llamado por algunos “el Rasputin de Putin”, autor de “La Cuarta Teoría Política”, libro en el que fundamenta el “eurasiatismo”, cuya meta es la de la rearticulación de Rusia en el mismo territorio que gobernaba durante los años de la Unión Soviética, pero en un nuevo contexto multipolar, es decir, donde el Occidente liberal sea sólo una forma de civilización más entre varias.
Al basarse en la idea heideggeriana del dasein, el cual es de carácter múltiple, Dugin confiere a cada civilización una fórmula suprahistórica. Así, el mencionado eurasiatismo correspondería al estado ideal de la civilización rusa, ya que “dasein es lo que corresponde a la naturaleza del hombre como especie, en el estado primario que antecede a todas las superestructuras filosóficas, políticas, sociales e ideológicas” (Dugin, 2013, 14). De aquella forma, el autor agrega que “cualquier lugar es de tal o cual pueblo. Por eso el dasein se despierta a través de un pueblo. […] Su despertar se realiza dentro de un cierto lugar.” (Dugin: 2013, p. 17).
Con todo, esta postura se basa en la “disidencia con el post-liberalismo como práctica universal, con la globalización, con la posmodernidad, con el ‘fin de la Historia’, con el status quo”, esto implica también contra “las leyes económicas y morales universales de los ‘derechos humanos’” (Dugin: 2013, p. 31).
Habría así, una especie de ‘todo vale’ contra la hegemonía liberal demócrata y progresista, por lo tanto, Dugin subentiende que, en los remanentes del nacionalismo tradicionalista y el comunismo en su variante patriótica, hay insumos para mermar el poder de Occidente irradiado desde Estados Unidos. Es más, las simpatías de Dugin hacia los nacionalismos europeos son explícitas, pero también lo son al gobierno de Trump en su variante libertaria, porque, el conservatismo fiscal y el apego a los orígenes republicanos de Estados Unidos, son opuestos al intervencionismo internacional que Washington tuvo durante el siglo XX. Sobre aquel punto, en un discurso en New Hampshire, Trump sostuvo que: “Soy el Presidente de los Estados Unidos de América, no soy el Presidente del Mundo” (Trump, 2019), lo que marca un giro hacia el aislacionismo, que de forma estratégica conviene a Rusia para volver a dominar su área geográfica adyacente. No en vano Dugin declaró “Trump es un paso hacia nuestro objetivo, pero es insuficiente” (Ramas y Tamames, 2018).
Sin embargo, la apreciación que tiene el duginismo de la tradición y el nacionalismo, no satisfacen el panorama completo, porque, en sus palabras, “el nacional-izquierdismo ciertamente puede tener un futuro global en la medida que entre muchos sectores de la humanidad, las energías arcaicas, étnicas, y religiosas están lejos de haberse agotado” (Dugin, 2013, 164). Asimismo, en diversos sitios de seguidores del duginismo, como “openrevolt.info”, pueden leerse homenajes a figuras desde intelectuales del fascismo hasta líderes comunistas como Hugo Chávez y Nicolás Maduro[4]. Aquello es coherente con la postura colaborativa de Putin hacia la tiranía venezolana y la cubana, así como su posición concordante en temas estratégicos con China.
El bolchevismo, a nivel de movilización de masas, es fundamental no ideológicamente, sino místicamente, puesto que el comunismo pasó a ser no una ideología internacionalista bajo la URSS, sino una estética del nacionalismo ruso, misma mística que se transmite a los movimientos de liberación nacional como el kurdo o el palestino, cuyo “izquierdismo” está en íntima relación con un rechazo a Estados Unidos y el Occidente liberal demócrata y progresista. Todo ello se entremezcla con un patriotismo irreductible, dentro del cual las virtudes de la tradición son parte de la subsistencia: defensa de la familia, promoción de la maternidad y rechazo a los vicios y degeneraciones burguesas.
Si para la Segunda Guerra Mundial, “la victoria soviética se cimentó realmente en el patriotismo de la nacionalidad mayoritaria de la URSS, la de la Gran Rusia, que fue siempre el alma del ejército rojo, al que el régimen soviético apeló en los momentos de crisis” (Hobsbawm, 1998, 175), hoy podemos ver la exaltación del pasado soviético por parte del régimen ruso como manifestación de un “neoestalinismo” vaciado de comunismo, cuyas decisiones con respecto a la tradición y la religión tienen que ver con el fortalecimiento estratégico de la nación. Si todo vale a la hora de debilitar al enemigo —y para mala suerte de los fans derechistas de Putin en América Latina— es la izquierda local la que tiene más proyección estratégica en las lógicas rusas.
Putin no pretende ser un “salvador de Occidente” ni menos “restaurador del comunismo”, antes trabaja para sí mismo en la conducción del Estado que dirige y aplica el respeto a las tradiciones y al pasado soviético en pro de sus fines. Por aquellas razones, el mandatario ruso apoya a bandos opuestos, como los nacionalistas y los neomarxistas, de varios países con el fin de dinamitar el orden “unipolar” en Occidente, solo para ganar más espacio geopolítico gracias al aislacionismo de Trump; lo cual no tiene contradicción alguna si se considera la doctrina duginista.
Las nuevas derechas e izquierdas que deseen tener la gracia de Rusia deben asumir que no son más que peones de un juego estratégico mayor y que posicionarse voluntariamente bajo su paraguas puede tener un altísimo precio a futuro, conforme la estrategia rusa se resuelva en favor de uno u otro sector.
Bibliografía
Agencia Efe (20 de septiembre de 2018), Putin llama a combatir desigualdad de género y defiende familia tradicional. Recuperado desde: https://www.lavanguardia.com/vida/20180920/451931868515/putin-llama-a-combatir-desigualdad-de-genero-y-defiende-familia-tradicional.html
Agencia Efe (16 de abril de 2019), Más de mitad de rusos ven positivamente a Stalin, mejor valoración en 20 años. Recuperado desde: https://www.efe.com/efe/espana/mundo/mas-de-mitad-rusos-ven-positivamente-a-stalin-mejor-valoracion-en-20-anos/10001-3953894
Aleksiévich, S. (2015), El fin del “Homo sovieticus”, Barcelona, España, Acantilado.
BBC Mundo (27 de enero de 2016), Las críticas de Putin a Lenin que molestaron al Partido Comunista de Rusia”. Recuperado desde: https://www.bbc.com/mundo/noticias/2016/01/160126_putin_partido_comunista_lenin_criticas_vladimir_imperdonable_mr
Bertrand, N. (10 de diciembre de 2016), ‘A model for civilization’: Putin’s Russia has emerged as ‘a beacon for nationalists’ and the American alt-right. Business Insider. Recuperado desde: https://www.businessinsider.com/russia-connections-to-the-alt-right-2016-11
Dugin, A. (2013), La Cuarta Teoría Política, Barcelona, España, Nueva República.
El Universal (27 de junio de 2019), Putin defiende el muro y política migratoria de Trump. Recuperado desde: https://www.eluniversal.com.mx/mundo/vladimir-putin-defiende-politica-migratoria-de-trump
Hobsbawm, E. (1998), Historia del Siglo XX, Buenos Aires, Argentina, Grijalbo Mondadori.
Marx, C., Lenin, V. y Engels, F. (2014), La Comuna de París, Madrid, España, Akal.
Nance, M. (2018), The plot to destroy democracy: How Putin and his spies are undermining America and dismantling the West, Nueva York, EEUU, Hachette Books.
Parvulesco, J. (2001), Lo que Europa y el mundo esperan de Vladimir Putin. Los destinos escatológicos de la nueva Rusia. Ciudad de los Césares (60). Recuperado desde: https://paginatransversal.wordpress.com/2014/03/03/lo-que-europa-y-el-mundo-esperan-de-vladimir-putin-los-destinos-escatologicos-de-la-nueva-rusia/
Putin, V. (2019), No deberíamos esperar a que llegue el comunismo. RT en Español. Recuperado desde: https://www.youtube.com/watch?v=j-k869kJGf8
Ramas, C. y Tamames, J. (21 de noviembre de 2018), Trump es un paso hacia nuestro objetivo, pero es insuficiente (entrevista a Aleksander Dugin), Estudios de Política Exterior. Recuperado desde: https://www.politicaexterior.com/actualidad/trump-paso-hacia-objetivo-insuficiente/
RT (15 de junio de 2017), Putin: “No permitiremos que Rusia se convierta en un califato”. Recuperado desde: https://actualidad.rt.com/actualidad/241358-putin-no-permitiremos-rusia-convierta-califato
RT (20 de diciembre de 2018), Putin: “La restauración del socialismo en Rusia es imposible”. Recuperado desde: https://actualidad.rt.com/actualidad/299624-putin-rusia-desarrollarse-socializacion-no-socialismo
Sahuquillo, M. (19 de diciembre de 2018), Aumentan en Rusia los nostálgicos hacia la Unión Soviética. El País. Recuperado desde: https://elpais.com/internacional/2018/12/19/actualidad/1545228653_659406.html
Sorman, G. (1990), Salir del socialismo, Buenos Aires, Argentina, Atlántida.
Tolstoi, L. (1956), Obras completas, Madrid, España, Aguilar.
Trump, D. (2019), I was elected President of the
United States, I am not the President of the World! Recuperado desde: https://www.facebook.com/DonaldTrump/videos/504942946740324/UzpfSTEwMDAxMDA3ODAyMDUyMzo5NDE3NDAyOTYxNzE4OTY/
[1] No se rastrean en este artículo las tendencias ideológicas que conviven en Occidente, sólo se mencionan las tendencias que están supeditadas a cada zona geográfica.
[2] Sobre esta hipótesis debemos integrar algunos datos: en términos político formales el comunismo ruso se concentra en el opositor Partido Comunista de la Federación de Rusia (1993) —que es el principal partido de oposición en el país— , secundado por los Comunistas de Rusia (2012) y el Partido Comunista de la Justicia Social (2012), los dos últimos acusados por el primero de desviar votos comunistas en favor del régimen de Putin.
[3] Con el fin de socavar toda moralidad aristocrática o burguesa de orden previo, durante su breve gobierno, Vladimir Lenin y los teóricos que le secundaban como Aleksandra Kolontái o Anatoli Lunacharski, promovieron una cultura de libertinaje sexual que desprendiera el sexo de cualquier idealismo como por ejemplo el amor o el respeto a la familia; se promovió el amor y el aborto libre y la mecanización del sexo hasta el punto que la tasa de natalidad se hizo insostenible para el mantenimiento del Estado.
[4] El sitio web “openrevolt.info” es propiedad del movimiento New Resistance, el cual, siguiendo el pensamiento de Aleksander Dugin, se presenta como un movimiento de emancipación y liberación nacional de las clases obreras blancas norteamericanas contra el sistema capitalista y globalista hegemónico. Entre los personajes cuyos artículos destacan se encuentran Julius Evola (filósofo vinculado al neo-fascismo), Giorgio Freda (líder político que creó el llamado nazi-maoísmo), el mencionado Hugo Chávez y hasta Ilich Ramírez (terrorista venezolano vinculado a la insurrección palestina).