El guerrero crepuscular: síntoma y expresión de una forma de masculinidad contemporánea

“El que tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo”

Nietzsche

Esta interpelación está dirigida a quienes no avanzan por instinto. A quienes, antes de dar el paso, se detienen. Encienden un cigarro, miran el horizonte y se preguntan si acaso esa fuerza que les impulsa es realmente suya o hay algún atisbo de mandato externo. No por inseguridad. No nos confundamos. Es por el gusto de saborear que están vivos. Y que, pese a todo, van a seguir siendo libres.

El objetivo de este texto es analizar la crisis de la masculinidad y cómo se manifiesta para un tipo específico de hombre, a través de un examen que puede ser incómodo para algunos, pero que es justamente lo que necesitan.

Luego, desarrollaremos una propuesta propia para abordar la situación. Y ese es el desafío que le planteamos al lector. Porque esté o no de acuerdo con lo que aquí sea dicho, tendrá que tomar posición.

Advertencia: quienes esperen de este texto una guía al estilo gurú de redes sociales, para hacerse ricos en cinco pasos (el quinto te sorprenderá) o seducir a la mujerzuela de turno, se llevarán una gran decepción. Dicho esto, vamos al siguiente punto.

¿Qué tipo de masculinidad impera?

Para quienes vivan en sociedades regidas por democracias liberales en el mundo occidental y paraoccidental, y estén mínimamente atentos a su entorno, habrán podido notar que los mecanismos de control social son cada vez más disimulados, suaves e indoloros. Pero no por ello menos opresivos. Esta idea fue condensada por algunos autores como la “Casa Comunal”, que: “(…) se refiere a la notable sobrecorrección de las últimas dos generaciones hacia normas sociales centradas en las necesidades y los métodos femeninos para controlar, dirigir y modelar el comportamiento”[1]. En este tipo de sociedades, la masculinidad -siempre y cuando sea expresada por hombres- es mirada con sospecha. Y es frente a este panorama que se abrieron dos caminos para el hombre contemporáneo.

De un lado, la “masculinidad deconstruida”, que hace del varón una silueta emocional, culposa, neutra e incapaz de afirmar su lugar en el mundo sin pasar por el filtro del feminismo. Del otro, la parodia del macho: musculoso, ostentoso, vulgar, que, en lugar de habitar su fuerza, la sobreactúa como un payaso en un circo digital.

La primera propuesta, para efectos de la propuesta que trabajamos, solo queda rechazarla en casi todas sus expresiones. Decimos casi porque hay un elemento que identifica correctamente, pero lo trabaja de forma incorrecta. Esto es la mirada hacia el plano emocional. El problema es la respuesta que entrega.

Esto se debe a que la terapia psicológica no es útil para el hombre moderno, o al menos no lo es para el tipo de hombre al que le estamos hablando. El gran problema de este recurso es que, una vez arrebatada la posibilidad de la muerte en el campo de batalla, no hay un objetivo que esté a la altura. La masculinidad está en crisis porque los hombres dejaron de tener un objetivo y los que persiguen están prefabricados. Cuando algunos descubren el engaño, ya es muy tarde.

Uno de los principales errores es sustraerse de la acción. Esto puede verse reflejado en ámbitos como la pornografía, los videojuegos o ser espectador de deportes. Todos ellos son simulacros que nos restan de la acción que estamos llamados a ejercer.

Otro aspecto en el que se manifiesta esta crisis es la epidemia de ansiedad-depresión, a la que se responde con el “vivir el presente” como antídoto. Esto puede que nos de la ilusión de sentirnos seguros (esa es la clave de esta técnica), pero al no encargarse del trasfondo es simplemente dejar la basura debajo de la alfombra. Es importante conectarnos con el pasado y el futuro desde el presente, no desde la fantasía ansiosa-depresiva del control sin fisuras, sino que siendo consciente de que somos seres con profundidad que no solo existen en una dimensión.

Ahora, vayamos a la segunda alternativa, que contiene elementos relevantes, pero deformados. Por ejemplo, ¿es importante trabajar el cuerpo? Algunos de los que están demasiado inmersos en el área intelectual desdeñan esta actividad y la catalogan como expresión de vanidad que distrae de los asuntos “realmente importantes”. Allá ellos.

El asunto es que aquel desprecio con ínfulas de superioridad es una expresión poco disimulada de comodidad y cobardía. Frente a esto, nos remitiremos a señalar que “es una vergüenza envejecer sin haber visto la belleza y la fuerza de las que es capaz el cuerpo humano”[1]. No obstante, en nuestro caso, no es el cuerpo estético lo que buscamos, es el cuerpo en forma para la acción. Es toda la actitud vital la que tiene estar orientada hacia el conflicto. Esto no quiere decir que vayamos a actuar de manera pendenciera o nos convirtamos en polemistas performáticos. Es más bien la importancia de marcar una presencia, aunque genere incomodidad.

Los arquetipos de masculinidad

A lo largo de la historia, la masculinidad ha estado dirigida hacia tres arquetipos: el sacerdote, que canaliza lo espiritual; el guerrero, que encarna la voluntad y la fuerza; y el esclavo, que sobrevive a través de la sumisión. Pese a que puede haber elementos que sean útiles para el sacerdote o el esclavo, este texto resultará verdaderamente útil para quienes encarnan al guerrero, o que al menos aspiran a serlo. Porque, si bien los tres arquetipos han sobrevivido al paso del tiempo, es el guerrero quien más ha resentido el curso que tomó el devenir histórico.

El sacerdote vive en tensión con lo eterno. Puede abstraerse del mundo, porque su mirada no se posa en el aquí y ahora, está en las grietas de lo trascendente. Es un hombre que se repliega, que encuentra sentido en la renuncia. Su batalla ocurre en otra esfera. El esclavo, en cambio, sabe jugar bajo las reglas del amo. Con obediencia suficiente -y la flexibilidad moral que exige el poder- puede llegar alto. Ganar dinero y mandar sobre otros. Pero su alma sigue encadenada, porque solo es el reflejo de la voluntad ajena.

El guerrero, sin embargo, no tiene hacia dónde huir. No puede replegarse como el sacerdote, ni acomodarse como el esclavo. Su existencia depende del conflicto, y en tiempos de paz aparente, la guerra ya no está afuera, está dentro. Nietzsche intuyó este problema de manera acertada al afirmar que: “En condiciones pacíficas, el hombre guerrero se ataca a sí mismo”[2].

¿Cuál es la guerra?

Si bien es legítimo que algunos se sientan llamados a empuñar un fusil en las múltiples variantes de conflictos que existen en el presente (se necesitan combatientes en las más diversas causas, intereses, banderas y colores), como dijimos al comienzo, este texto es para quienes antes de avanzar se detienen a pensar.

Ahora bien, si una vez completada esta lectura hay quienes continúen con aquel impulso, no queda más que desearles éxito. Después de todo, por cuestionable que pueda ser la causa defendida[3], quien arriesga su vida por una causa, aun dudosa, impone respeto. Porque está la posibilidad de que ese ímpetu sea impulsado por motivaciones que simplemente son criminales. En este punto, hacemos eco de Burke, porque sabemos que el problema no es que haya hombres malos dispuestos a usar la violencia, sino que los hombres buenos han sido domesticados hasta olvidarla[4]. Por otro lado, llevado a otro extremo, está la anécdota del noble napolitano que se batía a duelo contra quienes osaban afirmar que Dante era mejor que Ariosto. Pero que nunca había leído a Ariosto.

Estas precisiones buscan establecer con evidencias que el arquetipo del guerrero tiene distintas formas de expresarse. Y al tipo de guerrero al que le hablamos es el que no solo reconoce la Casa Comunal, sino que sabe que el telón de fondo es la Posmodernidad, en la que la incredulidad hacia los metarrelatos es el rasgo definitorio que articula esta etapa de la historia[5]. Así resuelve la paradoja pareciera encerrar la idea de que, pese a que en el mundo hay conflictos con causas aparentemente “legítimas” y “justas”, estamos afirmando que en la actualidad esta clase de hombres carecen de objetivos que puedan sentir a su altura. Porque nació demasiado tarde como para conquistar América junto a un puñado de soldados, pero mucho antes de que exista la posibilidad de lanzarse a la colonización de otros planetas.

Esta expresión del arquetipo del guerrero reconoce también que ingenuo creer que la voluntad humana puede doblegar el curso de la historia. Ningún arranque voluntarista producirá más efecto que el que le es posible desplegar. Por eso nos parece adecuada la idea de “cabalgar el tigre”. Es la actitud que permite avanzar de forma valiente, pero no temeraria.

En resumidas cuentas, el llamado es a dirigir el impulso guerrero hacia la idea de vivir peligrosamente, pero eligiendo los ámbitos de la vida queremos transformar en una batalla, con la mirada puesta siempre en la victoria. Aunque no haya aplausos. Porque solo actuando a partir de la metáfora de la lucha alguien que se percibe como este tipo guerrero puede vivir de manera consecuente con su propio fuero interno.

¿Qué nos inspira?

Todo esto nos lleva a una figura que muchos quisieran encarnar: el anarca de Ernst Jünger[6]. No es un rebelde sin causa ni un nostálgico del orden perdido. Es un hombre que actúa desde la soberanía interior, que no espera validación ni permiso. No combate para tomar el poder, sino para mantenerse incapturable.

A muchos podría parecer que este es el camino para el tipo de hombre que hemos esbozado. Pero hay algo que no calza. Y les revelaremos qué es. El anarca es una respuesta adecuada para quienes quieran encarnar el arquetipo del sacerdote. Pero que no es el asceta místico del desierto que está encaramado en una columna. Es más bien el tipo de sacerdote que observa atentamente desde la torre de marfil, y desde allí juzga a justos y pecadores, al mismo tiempo que dialoga con lo divino. En cambio, el guerrero que describimos no observa desde lo alto. Está en el barro. No puede darse el lujo del anarca.

El contacto directo con el mundo de este tipo de hombre requiere una actitud frente a la vida que no lo haga sucumbir a un panorama en que tiene todo en contra. Por ello, es fundamental no caer en la gravedad lúgubre y la rigidez marcial. Debe teñir la escena de un toque de humor, cinismo e ironía de vez en cuando. De la misma forma quijotesca en que el tuerto Casas Cordero y el gran Nicasio García relatan en “El enganche de los puetas” su participación en la Guerra del Pacífico.

Porque nuestra propuesta es resistir, llevando la mirada hacia el abismo, pero con estilo, con riesgo, con forma. Este es el guerrero crepuscular, quien conoce la existencia de causas justas, trascendentes y eternas. Pero que vive en la etapa de la historia en la que los metarrelatos que los sostenían fueron arrasados y pese a ello elige seguir combatiendo.


[1] Recuerdos de Sócrates (Memorabilia) de Jenofonte, discípulo de Sócrates. En el Libro III, capítulo 12, Sócrates expresa:

[2] Aforismo 76, “Más allá del bien y el mal”.

[3] A riesgo de parecer amorales con aquella afirmación, les recordamos que estamos evaluando un arquetipo, cuya expresión efectiva se orienta hacia las opciones que entrega la sociedad en la que están insertos. La proliferación de “soldados” que integran las filas del crimen organizado, barras bravas y pandillas, entre otros, responde también a la ausencia de alternativas para la expresión de este arquetipo.

[4] “Cuando los hombres malos se combinan, los buenos deben asociarse; de lo contrario, caerán uno por uno, como un sacrificio sin piedad en una lucha despreciable”. Thoughts on the Cause of the Present Discontents, 1770. Liberty Fund (The Works of Edmund Burke in 12 Volumes), aparece en: Volume I, Liberty Fund, Indianapolis, 1999, p. 71.

[5] Jean-François Lyotard, La condición posmoderna, Madrid: Ediciones Cátedra, 1987, p.

[6] La conceptualización de esta figura pueden encontrarla en la novela Eumeswil (1977) de Ernst Jünger.

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