La postura vital de Mario Góngora (Parte I): «La búsqueda de perspectivas políticas a partir del rechazo al liberalismo»

Alejandro Tapia

Así como suele decirse que Chile es un país de poetas, también podemos agregar que es una tierra historiadores. Desde muy temprano se desarrolló el interés por trabajar el género de las historias generales, así como otro tipo de investigaciones históricas. A pesar de que el cultivo de la historia requiere de una disciplina cuasi monacal, muchos de nuestros historiadores no tuvieron el temor de participar en el debate público de su tiempo. Es decir, no desestimaron su participación en la vida política del país. Algunos casos notables fueron los historiadores Benjamín Vicuña Mackenna, Alberto Edwards y Francisco Antonio Encina. Por cierto, hay que indicar que esta disposición no se agota en estos tres nombres. Entre aquellos que siguieron ese criterio y, así mismo destacaron por un trabajo profundo, sobresale el nombre de Mario Góngora, cuya obra nos resulta llamativa por ser fruto de un pensamiento denso y complejo, que va más allá del simple trabajo historiográfico[1].

La obra de Góngora es extensa, tanto por la variedad de los temas que estudia, como por la profundidad con que los aborda. Su trabajo abarca desde la historia social hasta la historia de las ideas, sobresaliendo su producción sobre la “noción de Estado” en el derecho indiano, así como la que aborda esta misma temática durante el Chile de los siglos XIX y XX.  Este último trabajo alcanza hoy renovada vigencia dado los múltiples desafíos que enfrenta nuestro país a causa del  actual conflicto político institucional. Justamente ese trance nos mueve a abordar algunos aspectos de la obra del profesor Góngora. Los asuntos que nos parecen más relevantes, considerando todo lo que se podría decir de una obra tan vasta, se centrarán en tres simples cuestiones: el carácter antiliberal del pensamiento de Góngora, su rol como “diagnosticador” y, por último, la revolución a partir de lo que el historiador denominaba planificaciones globales.

Mario Góngora nació en la ciudad de Santiago de Chile en junio de 1915, es decir en los estertores del régimen parlamentario instaurado tras la caída del gobierno balmacedista. Hijo de un funcionario diplomático, Góngora realiza sus primeros estudios en el colegio San Agustín, institución educacional católica fundada por los frailes de la orden agustiniana. Ingresa a estudiar derecho en la Pontificia Universidad Católica de Chile a principios de la década de 1930[2]. El contexto local y mundial durante sus años de estudios universitarios es extremadamente atractivo para una juventud ávida de revoluciones y restauraciones. Como parte de una generación activa, Góngora no pudo restarse al ambiente de su época:

“En efecto, los ojos de esta juventud miraban anhelantes hacia el viejo continente. Todos los ‘ismos’, desde el comunismo hasta el fascismo, tenían un importante grado de receptividad. Muchos tenían la percepción de que ‘era la primera vez en la historia que, en un cuarto de hora más, se iba a realizar la felicidad en la tierra’. La seducción por las revoluciones de distinto signo no era de extrañar” (Arancibia Clavel: 1995, Pág. 30).

El año de su ingreso a la universidad, Mario Góngora se afiliará en la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos (ANEC), agrupación fundada como respuesta de los jóvenes católicos al influjo de la anticlerical Federación de Estudiantes de Chile (FECH). La ANEC fue un centro de formación de gran importancia para sus miembros, especialmente en lo que respecta a la doctrina social de la Iglesia. La idea de la agrupación era poner en práctica lo enseñado por las encíclicas Rerum Novarum (1891) y Quadragessimo Anno (1931). Es así como desde un comienzo la asociación se mostró ajena a la política contingente y ante cualquier polémica partidista. Una tendencia que se reforzó con la llegada del Padre Óscar Larson[3] como nuevo encargado de la asociación.

“Los objetivos que perseguía la ANEC quedan plasmados en el artículo primero de sus Estatutos: «su fin será trabajar por la restauración de todo en Cristo, y con este objetivo desarrollará una intensa labor católica en todas las clases sociales y especialmente entre la juventud y los obreros»”(Díaz Nieva: 2000, Pág.54).

Larson encausó a los miembros de la ANEC en la formación doctrinal y en las problemáticas sociales denunciadas por los escritos pontificios. No obstante, esta postura apolítica no sintonizaba con los deseos de la jerarquía católica de la época. Era común que los jóvenes que manifestaran cualquier inclinación política o por las cuestiones de índole social, ingresaran en las filas del viejo partido conservador que resultaba así en el “sector” de referencia para parte importante de la clase alta local. Esto explica que incluso al interior de la ANEC hubiese diversas tendencias entre sus miembros, una de las cuales, no rechazó participar en las filas del conservadurismo[4].

La mayoría de los eclesiásticos, incluidos los obispos, consideraban que el partido conservador representaba los principios del catolicismo y que, por lo tanto, era el canal natural de participación de los católicos. La ANEC era considerada como un simple trampolín para el ingreso en la militancia conservadora. La tensión entre la jerarquía y el Padre Larson aumentaba y dejaba en evidencia las profundas discrepancias existentes. En ese ambiente de agitación es que hizo ingreso en la ANEC el joven Mario Góngora. Su paso por la asociación le permite profundizar en la doctrina de la Iglesia además de fortalecer su fe. De esto último dan cuenta numerosas entradas de su diario personal.

“Junto con pasar la juventud, voy comprendiendo la necesidad de levantar mis horizontes y de profundizar cada vez más en mí mismo. Y el único medio de realizarse profundamente es el amor. Cuánto deseo amar constante y totalmente: amar ante todo a Cristo, amarle hasta el sacrificio y el heroísmo, desprenderme de todo egoísmo”(Góngora: 1936).

Estos años en la universidad le ayudarán a configurar toda su forma mentis a través de la relación personal con diversos maestros y condiscípulos. Durante este período Mario Góngora se dedica a profundizar y acrecentar su conocimiento por medio de una lectura voraz y constante. Nada extraño en una generación volcada al estudio y a la inquietud cultural. La generación de Góngora es una generación de enorme sensibilidad intelectual. Es la generación “cogitativa” tal como la denomina el poeta Eduardo Anguita.

“En efecto, esta fue una generación eminentemente lectora… se hicieron familiares a través de lecturas directas y en un ámbito amplio, los nombres de Bergson, Proust, Joyce, Dilthey, Max Weber, Gide, Sheller, Husserl, Jaspers, Kiekergaard, Heidegger, Rilke, George, Freud, Russell, Spengler, Ranke, Burckardt, Mommsen, Frobenius, Jünger, Pound y otros”(Arancibia Clavel: 1995, Pág. 31).

Sobre la base de esta maciza vida intelectual, Mario Góngora y su generación sienten poder participar de las grandes transformaciones de su época. Siendo parte de la ANEC y luego colaborando con la Liga Social[5] del Padre Vives buscan concretar lo propuesto por las llamadas encíclicas sociales, especialmente por la Quadragessimo Anno del Papa Pío XI. A pesar de su militancia en la ANEC y su colaboración con la Liga Social, Mario Góngora fue desarrollando un fuerte interés por la política. Ya sea por sus profusas lecturas o por el ambiente en que se desenvolvía se decidió a participar en la vida política, aunque esto, sin abandonar el gran interés que siente por la labor doctrinaria. Podemos leer en su diario:

“Me interesa poderosamente la política: la acción de Japón en el norte de China, el triunfo conservador en Gran Bretaña, la restauración griega, los proyectos de reforma financiera de Chapapietra en España. Quisiera luchar, y quisiera ver en Chile, como por todas partes, el triunfo de la verdadera contrarrevolución conservadora, antiliberal en su espíritu y en sus formas. ¡Qué interesante es vivir en la época de Mussolini, de Hitler, de Roosevelt y de Stalin! Ya los grandes jefes de la política no son los primeros ministros de un régimen parlamentario, sino hombres de genio, grandes conductores de pueblos”(Góngora: 1935).

A pesar de su carácter, decide ingresar en la juventud del partido conservador[6]. Esta participación comienza a principios de 1934. Es una decisión que llama la atención considerando que su forma de ser lo orienta más a la meditación que a la acción. ¿Qué hace que alguien tan dedicado al estudio quiera destinar algo de su tiempo en una labor tan poco contemplativa? Podemos señalar que en el lapso que se ocupa de participar en la ANEC y en la Liga Social, asiste a varias reuniones con el Vicerrector de la Universidad, el sacerdote Francisco Vives Estévez. Estas reuniones tienen como finalidad profundizar en la doctrina política y social de la Iglesia. Todas estas reuniones contarán con el auspicio de la Acción Católica Universitaria y allí no se desestimará la participación juvenil en el conservadurismo, sino todo lo contario. Además, estas reuniones se hacen teniendo presente lo politizado que se ha vuelto el ambiente en la universidad y no se desea que la juventud católica sea desorientada por la acción de movimientos heterodoxos. Un ejemplo de aquello es la gran influencia que ejerce el Movimiento Nacional Socialista en una parte de los jóvenes católicos. Por último, se entiende la participación de Góngora en política por razones meramente afectivas, pues en sus años de colaboración en varias organizaciones católicas ha trabado numerosas relaciones de amistad.

Mario Góngora se hará cargo de la dirección de Lircay, la revista de la juventud conservadora a partir de 1936. Antes sólo había escrito dos artículos con relación al corporativismo y  la figura de Antonio de Oliveira Salazar. Su limitada participación se debió a diferencias con algunos miembros de la revista, fundamentalmente con Radomiro Tomic. Estas diferencias siempre giraron en torno a lo político-doctrinal. Mantenía diferencias con Tomic en relación con el origen del poder, la democracia o el corporativismo. Mientras estas diferencias se hacían cada vez más evidentes, las sintonías con Jaime Eyzaguirre y Julio Philippi eran claras. A pesar de las discrepancias siguió dentro de la juventud conservadora y a los pocos años, como ya señaláramos, se encarga de la dirección de la revista Lircay. Góngora no oculta su admiración y respeto por dirigentes políticos como Dollfuss y Salazar, mientras que otros militantes al interior de la juventud conservadora valorizaban mucho más el régimen liberal democrático. Sobre estas divergencias en el seno de la futura Falange Nacional, el historiador Cristián Gazmuri manifiesta que:

“[…] en este periodo de formación, no existía aún en el grupo un pensamiento monolítico en relación a las doctrinas políticas. Garretón y Mario Góngora, quien había ingresado a la Juventud Conservadora en 1934 y había sido nominado vicepresidente del Centro de Estudiantes Conservadores, valoraban mucho más que Leigthton, Tomic o Frei las experiencias europeas de Portugal, Austria e Italia, propiciando un tipo de organización corporativista no sólo en lo económico y para nada democrática. En cambio, Tomic, Leighton y Frei, más cercanos a Rafael Luis Gumucio, claro defensor del Estado de derecho, eran firmes partidarios de la democracia, adhiriendo ahora irrestrictamente a dicho régimen: ‘ninguna razón, ni aún la miseria de nuestro pueblo justifica la instauración de despotismos de cualquier índole que violen los derechos sagrados de la persona humana’, se señalaba en Lircay, cuyo manejo ‘doctrinario’ estaba en manos de Tomic más que de Garretón o Góngora. Pese a que allí todos expresaban sus opiniones, Tomic, quien dirigía el periódico junto a Manuel Risueño, vetó algunos artículos escritos por Mario Góngora(Gazmuri: 2000, Pág. 216).

Pero más allá de estas visiones doctrinales opuestas, se fue generando en Góngora cierta incomodidad producto del choque entre su carácter y las formas activistas de la política. No sentía mayor comodidad en funciones ejecutivas y los roces con otros dirigentes fueron en aumento. Se siente cada vez más decepcionado de la política y frustrado por la defensa de los males menores. Se volcó aún más en la religión, profundizó mucho más en su Fe, pensando, incluso en una posible vocación religiosa. Con relación a esto último, la dirección espiritual del Padre Juan Salas resultó de gran ayuda. No solo por el bien de su alma, sino que también para acercarlo a la figura de Lacunza y el milenarismo[7], importantes influencias para su posterior interés por la historia. Sus variadas y profundas lecturas, además de su férreo compromiso espiritual le llevan a plantear en estos términos su compromiso político:

“La juventud conservadora es una revolución nacional. No un izquierdismo superficial y snobista con finalidades puramente destructivas, sino una afirmación nueva, una nueva palabra de orden que brota de nuestra juventud, profunda y definitiva, como la sangre, como los trigos, como la fe. Una revolución que debe ser una nueva arquitectura de las almas, que se yerga al sol sobre nuestra tierra”(Góngora: 1937).

Siendo éste su ánimo, resulta evidente la distancia que comenzó a sentir por el “derechismo” y en particular por el conservadurismo. Al poco tiempo se manifiesta en él un ánimo pesimista y escéptico respecto a la política. Se aparta del Partido Conservador y tras un viaje a Europa en 1938 vuelve sosteniendo posturas que a simple vista pueden parecer como radicalmente contrarias. Estas ideas lo llevan a militar en el Partido Comunista de Chile por un corto periodo de tiempo. Se explica este acercamiento al comunismo tanto por su hastío con el conservadurismo, como también por una fuerte crisis religiosa que tuvo en 1937. Siente un gran vacío existencial que cree poder satisfacer con una ideología totalizante como el marxismo.

Pero su acercamiento al comunismo no será tanto por Marx sino a causa de haber abrevado de un Evangelio que lo llamaba a la renuncia de toda posesión particular. Su posterior ruptura con el comunismo se puede deber a su lectura de Nietzsche, pero también a su retorno al catolicismo. La militancia comunista, por breve que haya sido, tiene sus cimientos doctrinales en el discurso desarrollado en sus años al interior de la juventud conservadora[8]. Es allí donde sostiene tempranamente su rechazo al liberalismo y al capitalismo. Hay que recordar que Góngora sostuvo este discurso en un partido que no aceptaba del todo las doctrinas sociales expuestas desde Roma. Su postura lo acerca a la izquierda más que a la derecha[9], cuestión más que entendible si se considera que el partido conservador representaba la defensa de la tradición liberal de la república. Respecto a esta cuestión Alfredo Jocelyn-Holt es bastante enfático:

“Recordemos que fue conservador, filofalangista, milenarista, miembro del partido comunista, de donde salió tras leer a Nietzsche… Y, de hecho, ahí está la clave: en ese ‘común denominador’ de todas sus opciones, a primera vista contradictorias, que no es otro que el ‘antiliberalismo’. Fue siempre y por sobre todo un antiliberal”(Jocelyn-Holt: 2017, Pág. 46).

Una vez que se ha comprendido esta postura vital y doctrinal en Mario Góngora, podremos abordar sin mayores dificultades su posición historiográfica y el rol de “diagnosticador” que asume al momento de visualizar como la revolución y las utopías ponen en riesgo nuestra idiosincrasia y la tradición histórica de Chile.

Bibliografía

Arancibia, P. (1995). Mario Góngora En búsqueda de sí mismo 1915-1946. Santiago, Chile: Fundación Mario Góngora.

Díaz, J. (2000). Chile: de la Falange Nacional a la Democracia Cristiana. Madrid, España: Universidad Nacional de Educación a Distancia.

Gazmuri, C. (2000). Eduardo Frei y su época. Santiago, Chile: Aguilar.

Góngora, M. (2013). Diario. Santiago, Chile: Editorial Universitaria.

Góngora, M. (1937). Portales y la tradición. Santiago, Chile: Lircay, N°85. VVAA. (2017). Mario Góngora: El diálogo continúa… once reflexiones sobre su obra. Santiago, Chile: Editorial Historia Chilena.


[1] Alfredo Jocelyn-Holt sostiene que Mario Góngora es un intelectual antes que un historiador. Señala, en relación a Góngora, que destaca en él una actitud de permanente búsqueda de formas metodológicas, un eclecticismo y ensayismo en sus trabajos, además de lo fundamental de las ideas y de las “nociones” en toda su obra. Será esto último lo que impulse sus numerosos estudios.

[2] El joven Góngora estudia derecho entre los años 1932 y 1936.

[3] Sobre Óscar Larson, el profesor Cristián Gazmuri señala: Larson era un sacerdote elocuente, de poderosa inteligencia y poseedor de una pluma “galana e incisiva”. Su ironía y una “lengua cáustica” que no sujetaba excesivamente, le conquistaron no pocos enemigos, especialmente en los altos círculos eclesiásticos (…) Había llegado a Chile el año 1927 luego de realizar estudios de sicología en la Universidad de Lovaina con el célebre profesor Michotte. Allí se había impregnado de los principios de la doctrina social de la Iglesia y de las nuevas formas de aplicar el cristianismo a la realidad social.

[4] El profesor José Díaz Nieva distingue muy bien las diferentes posturas al interior de la ANEC. Señala: “La primera de estas corrientes corresponde al grupo encabezado por Jaime Eyzaguirre y Julio Philippi (calificados por muchos, debido a su filosofía rayana en el misticismo, como integristas) que descartaban toda participación en la política militante activa en las filas de cualquier organización partidista; éstos promovieron la revista Estudios, uno de los más importantes órganos de expresión del pensamiento católico hispanoamericano. Otra tendencia fue la de los activistas sociales, hombres como Julio Santa María Santa-Cruz y Carlos Muñoz Montt, quienes prestaron una mayor atención a los problemas sociales a través de actividades sindicalistas. Una tercera tendencia tomó la bandera política e inició la formación, primeramente, de la Falange Nacional y después la del actual Partido Demócrata Cristiano.

[5] Respecto a la Liga Social el historiador José Díaz Nieva señala: La Liga Social fue creada en 1931 por el Padre Fernando Vives del Solar a su regreso del exilio español. Sus miembros no pasaron del medio centenar; la mayoría era gente muy joven impactada fuertemente por las enseñanzas que contenían las encíclicas papales. Sus militantes “fueron picoteados entre los más brillantes y de carácter más independiente de las distintas carreras”; la gran mayoría también formó parte de la ANEC. Entre ellos cabe citar a Jaime Eyzaguirre, Julio Philippi, Alfredo Bowen, Manuel Atria, Antonio Cifuentes Grez, Roberto Barahona, Julio Santa María o Gustavo Fernández del Río. A ellos habría que añadir “unos restos de la antigua generación”, como Carlos Vergara Bravo, Jaime Larraín García-Moreno o Clotario Blest; “Era gente que se la había jugado” en la lucha por implantar un “Orden Social-Cristiano» en Chile (…).

[6] Góngora anota en su diario: “Pienso entrar al Partido Conservador, aunque condicionalmente”.

[8] En 1937, Góngora dicta una conferencia al interior de la juventud conservadora denominada “Orden Nuevo”. Manifiesta sin ningún miramiento que el liberalismo resulta ser la salvaguarda de los interese de una clase social, la burguesía.

[9] El pensamiento de Góngora es bastante complejo, escapa a la muy simplista definición de “socialcristiano”. Creemos que lo más propio para hacer referencia a su pensamiento son las expresiones “tradicionalista” o “Revolucionario-Conservador”. Definiciones utilizadas por los profesores Ayuso y Robertson respectivamente.

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