Una epopeya proscrita: «Chiloé realista, joya austral de la Cristiandad»

“Era un ancho Archipiélago poblado / De innumerables islas deleitosas, cruzado por el uno i otro lado / Góndolas i paraguas presurosas: Marinero jamás desesperado /En medio de las olas fluctuosas /Con tanto gozo vió el vecino puerto / Como nosotros el camino abierto”.
La Araucana, Canto XXXV.

Fidelista de Lemuy[1]

Desde que las guerras de secesión –“independencias” según historiografía oficial− extinguieron la materialidad de los reinos hispánicos en América, su herencia fragmentada en repúblicas liberales ha subsistido en torno a una competencia fratricida, promovida por extranjeros y guiada por élites deliberadamente refractarias de la cultura que, en los siglos inmediatamente previos, dotó al continente de una unidad sin uniformidad y prosperidad hasta hoy nunca recuperadas.

La división y el retraso que mantiene relegados a los países hispanos en una irrelevancia política no correspondida con su extensión demográfica, lingüística y geográfica, así como con las múltiples riquezas que poseen. 

“Costo del progreso”, dicen los partidarios de un mundo que tiene a las revoluciones modernas[2] como modelos de teoría y acción política básica. “¿Cuál progreso?”, preguntan quienes sitúan en el pasado indiano los principios mínimos para enfrentar conflictos contemporáneos[3].

La dialéctica tal en que destaca la epopeya de un pueblo materialmente pobre y aislado, pero espiritualmente hidalgo y habiloso: El pueblo chilote.

Habitantes del sur del mundo, ligados al lluvioso archipiélago que, ubicado en el Pacífico entre los paralelos 41° y 43° de latitud sur, está compuesto por la Isla grande (8394 km²) y otras cuarenta y tantas islas entre medianas[4] y menores, no obstante que su influencia demográfica y cultural vaya mucho más allá[5].

Pueblo mestizo, aunque con presencia indígena y castiza lo suficientemente relevantes para aportar notas sólidas de identidad hasta el presente. Herencia conjunta de ancestros que incluyen fundamentalmente a veliches[6] y gallegos, no sin aporte de cuncos, payos, chonos, cántabros y andaluces. Pueblo así, navegante y carpintero, organizado en múltiples comarcas costeras que mutuamente se visitan entre pampas, bosques y canales bajo la Cruz del Sur.

Dado que este 2020 se cumplen 500 años desde que Magallanes arribase al Estrecho de todos los santos y 200 desde que el pueblo de Chiloé rechazó la invasión del escocés Cochrane, ofrecemos un sincero homenaje a la joya más austral de la Cristiandad .

I. La misión.

“Todo poder me ha sido dado en el cielo y sobre la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a conservar todo cuanto os he mandado”.
Cristo Rey, Evangelio según San Mateo.

Para el siglo XVI hacía tiempo que el mandato del Maestro a sus discípulos cubría ya buena parte del mundo conocido, superando con creces las fronteras geográficas de la Tierra Santa. Pero, así como bajo la antigua alianza la mayor parte de las tribus del pueblo elegido olvidó el pacto tras su liberación de Egipto, demasiados fueron los hijos de la Iglesia que, despreciando su liberación de la barbarie, renegaron luego de la Catolicidad para fundar una “ciudad de Dios sin Iglesia”. No fue así en España, recibiendo ésta en distinción el derecho para avanzar Plus ultra.

Misión con que los conquistadores hispanos arribaron en 1567 a la isla de Chilwé −rebautizada como Nueva Galicia por la similitud de parajes− ubicada a 13.820 km. de Jerusalén, 12.786 km. de Roma y 11.565 km. de Santiago de Compostela. Enormes distancias para los hombres, mas no para el sembrador que encontró allí una tierra tan buena que pronto sería conocida como jardín de la Iglesia (Guarda: 2016, p.24)[7].

Realidad fraguada a partir de la fructífera labor de misioneros jesuitas, que, aunque no fueron los primeros clérigos en pisar la isla, si fueron los autores de una misión volante de circulación permanente, capaz de vencer clima y geografía a la hora de enseñar con éxito la fe cristiana durante los albores del siglo XVII (Moreno: 2011, pp. 50-51). Tal fue su éxito en las islas que se considera estas misiones como las más exitosas detrás de las reducciones del Paraguay (Müller: 2007, p. 216).

Para el siglo XVIII, la empresa había consagrado su originalidad respecto a todo el continente a causa de la síntesis entre la carpintería de los naturales e influencia de los jesuitas germánicos. Nació así la Escuela chilota de arquitectura religiosa, matriz para más de cien templos[8], donde humedad, flores e incienso se han congregado desde entonces bajo la misma materia prima en que otrora fue levantado el Salvador.

En 1767 tras la expulsión de los jesuitas, sus misiones pasaron a dirección de la Orden Franciscana de la Regular Observancia. Nuevos guías espirituales que obtuvieron importantes logros en el sur de Chile y particularmente en torno a Chiloé, potenciando la evangelización con la construcción de la mayor parte de los templos que actualmente se conservan, así como con la introducción de devociones tan poderosas como las fiestas del Nazareno de Caguach o de la Virgen de la Candelaria (Müller: 2007, p. 211).

Espiritualidad austral de la que también amerita mención su escuela de imagenería local y el muy particular rumbo que experimentó la institución de los fiscales (Guarda:1957, pp. 213-217), seglares escogidos en virtud de su compromiso e instrucción para asumir oficios en ausencia de los misioneros, aunque con una autonomía proporcional al deber de guardar la fe entre sus pares frente a la idolatría y brujería, concepto este último que también en Chiloé tuvo la proposición más lograda de la región.

El demonio no podía quedar impávido frente a una misión que le arrebataba tantas almas y el registro de esto fue transformado por el ingenio isleño a la hora de formar el bestiario mitológico más abundante de la zona, con variedad de creaturas entre monstruos y animales, que se dividen entre la ayuda a los hombres o su perdición.

Aún más, frente al establecimiento de la Iglesia surgió una respuesta igualmente institucional en la que las prácticas antiguas hallaron actualizado refugio bajo las huestes de Satanás. Tal fue la Recta Provincia, organización iniciática que agrupó a los brujos de la isla[9] y cuya actividad tuvo impacto público hasta fines del siglo XIX (Vial: 2018, pp. 170-173)[10].

Hitos ligados a una muy particular concepción sobre la vida, y aún más la muerte[11], que en conjunto revelan la facilidad con que los chilotes supieron posicionarse en el Cosmos a partir de la fe cristiana en convivencia con personajes fabulosos, que bien podría recordar a los caballeros de Arturo luchando contra gigantes y dragones en la búsqueda del Grial, o al Dante en su viaje del infierno al cielo sin problema para tratar con los notables de la antigüedad.

Identidad mágica y veraz de un pueblo que llegada la hora decisiva supo defenderse con creces frente a enemigos que mal estimaron, sería cosa fácil hacerse con el control de tan arraigado señorío insular.

II. Heroísmo al final del mundo.

“Se lucha contra la misma sangre, la misma fe, la misma lengua”.
Fernando Campos Harriet, Los defensores del Rey.

En 1812 los chilotes supieron que la guerra había surgido en las Españas de América. Múltiples pretextos se usaban para justificar algo que en los hechos era derramar sangre por retazos de la hacienda de un padre que, no por mala administración, dejaba de ser tal. Aún más, lo mínimo de un buen hijo es auxiliar al padre, tanto más si atacan impíos dispuestos a la guerra para intervenir sobre asuntos sagrados[12].

Los chilotes son buenos hijos y lo demostraron formando junto a sus hermanos de Valdivia y Chillán en el ejército realista de Chile, heredero fidelista de los Tercios de Arauco, que en aquella oportunidad habría de luchar aliado a sus antiguos adversarios araucanos (Cavieres: 2009, p.77)[13]. Hermanados en la fe cristiana y suficientemente realizados en su propia identidad, los sureños de Chile defendieron la única patria que tenían frente a las pretensiones centralistas de las élites revolucionarias que aspiraban al control del país.

Por su estratégica ubicación austral y como respuesta histórica a los ataques de piratas ingleses y holandeses, la Isla grande de Chiloé contaba desde el siglo XVIII con una modesta pero consistente organización militar, cuyo desempeño en las armas fue correlativo al progresivo avance del ejército restaurador. Tras iniciar la campaña en 1813 partieron al continente cerca de 1400 chilotes agrupados en las unidades: “Batallón Veteranos de San Carlos”, “Cuerpo de Milicianos de Castro” y “Brigada de Artillería” (Cartes:2014, pp. 179-186). A inicios de 1814 se sumaron otros 600 hombres del recién instruido “Batallón Chiloé”. Todas filas compuestas por criollos y mestizos, en tanto los indígenas de la isla estaban exentos de movilización[14].

Talcahuano, Yerbas Buenas, San Carlos, Chillán y la decisiva victoria de Rancagua, fueron las batallas con que de sur a norte acabó sepultada la rebelión. Era octubre de 1814 cuando las campanas de la catedral de Santiago de la Nueva Extremadura repicaron en una acción de gracias que los pájaros de buen agüero llevaron en procesión hasta los canales australes. Los familiares celebraron con orgullo el desempeño de los suyos.

La distinción de los chilotes favoreció su movilización para combatir por la restauración en Alto Perú, realidad que les impidió participar de la defensa de Chile en la última etapa de la guerra continental (Presa: 1978, p.28). Más conocido que aquello resulta el episodio de los derrotados huyendo a Mendoza para obtener el favor de San Martín, quien se comprometió a la organización de un nuevo ejército capaz de reemplazar al que había sido destrozado por los ¿españoles? Sí, pero más que peninsulares, americanos y aún más, sureños.

Ello ocurrió entre 1815 y 1816, años en que los habitantes del valle central chileno recién comenzaron a desplegar un sentimiento patrio similar al que previamente movilizó a los pueblos del sur. Esto fue consecuencia a la desconfianza y represión con que las nuevas autoridades realistas gobernaron el territorio restaurado, algo que, sumado a una organización más disciplinada del bando rebelde, permitió que el ejército invasor de los Andes cumpliese sus objetivos a partir de 1817.

El desastre de Chacabuco puso fin al gobierno realista en el centro y norte de Chile. Los rebeldes ofrecieron el gobierno a San Martín, quien declinó en favor del medio irlandés O’Higgins. El batallón Chiloé resultó prácticamente diezmado, no obstante que sus sobrevivientes estaban decididos a continuar esfuerzos, partiendo algunos a Talcahuano y otros al Perú. En este momento el destino de los chilotes se entrelazó con uno de los más destacados oficiales realistas, el coronel Antonio de Quintanilla y Santiago, quién con posterioridad a Chacabuco fue nombrado gobernador del Archipiélago[15].

Quintanilla llegó a Chiloé en marzo de 1817. Encontró unas islas económicamente devastadas a causa de los últimos 5 años de guerra. La mayor parte de los hombres en edad de combatir había partido sin regreso, y la población rebosaba en viudas, huérfanos y viejos. Era un escenario óptimo para que la población indígena aprovechase el descalabro monárquico para instaurar gobierno propio. Pero no fue el caso y más de doscientos años de fructífera evangelización todavía cundían para movilizar a tan agradecido pueblo.

Así, las fortalezas que en décadas pasadas habían contestado a la insolencia de piratas de hereje procedencia, fueron reforzadas para rechazar la nueva sociedad de filia jacobina. Entretanto se artillaban lanchas, armaban corsarios, producía armamento menor y entrenaban nuevas tropas que pronto fueron favorecidas por el arribo del resto realista del sur de Chile y otros tantos del Perú, en la medida que sus plazas cayeron ante la revolución.

El sur de Chile se agrupó en torno al jardín de la Iglesia y análogamente a los días en que las misiones jesuitas del Paraguay desafiaron la avaricia de mercaderes y traficantes[16], el remanente insular se aprestó para una lucha contra el tiempo.

En febrero de 1820 los chilotes rechazaron el primer intento de invasión organizado por el escocés Cochrane, quien, tras haber capturado las fortificaciones de Valdivia, pretendía subyugar las defensas locales con un golpe de audacia para luego aprovechar el “descontento” de la población. Pero ni la fuerza defensiva fue subyugada ni existía tal descontento, antes bien, la operación sirvió para reforzar la moral y los esfuerzos, estimándose que el total de combatientes superó los 2.000 hombres, aunque los fusiles −muchos de calidad mediocre− alcanzaban para poco más de la mitad. Para el resto había sables y lanzas.

La segunda invasión ocurrió entre marzo y abril de 1824. Fue comandada por el ultraliberal Ramón Freire que contaba con el apoyo de oficiales tan “autóctonos” como el inglés Tupper o los bonapartistas Rondizzoni, Beauchef y Bacler D’Albe[17]. En total la fuerza invasora superaba los 2000 hombres distribuidos en 1.940 infantes, 95 dragones a caballo y 24 artilleros, movilizados en 4 transportes y 5 naves de guerra que estaban a cargo del inglés Robert Forster (López: 2007, pp. 217-218, y Toro:1977, p.175).

Los desembarques se sucedieron a partir del 23 de marzo, optando Freire por una división de fuerzas entre él y Rondizzoni a fin de encerrar Ancud desde la retaguardia −evitando un choque frontal con el sistema defensivo− y cortar la comunicación con Castro. Pero la logística no ponderó lo suficiente el terreno a transitar, y la división de 600 hombres de Rondizzoni fue emboscada en Mocopulli, perdiendo casi la mitad de sus hombres (Barry y Vergara:1813, pp. 44-45). Situación que sumada a un intento de motín por tropas con meses de sueldo impago derivó en el fracaso de una costosa expedición, y un nuevo éxito para la perseverancia isleña.

Mas, en diciembre de 1824 las fuerzas rebeldes consiguieron una victoria definitiva en Ayacucho concretando su hegemonía continental. El Virrey capituló y los remanentes del ejército realista del Perú se guarecieron en la Fortaleza del Real Felipe en Callao. Chiloé se convirtió de facto en la última provincia bajo efectiva soberanía indiana.

Freire pensó que la capitulación del Virrey serviría de ejemplo a Quintanilla, pero conforme pasaban sin novedad los meses de 1825, Bolívar amenazó con tomar él mismo las islas si Chile era incapaz de hacerse cargo antes. Presión suficiente para una segunda expedición de más de 2.600 hombres, en 5 buques de guerra y transporte (Arancibia, Jara y Novoa: 2006, pp. 223-225).

Invadieron en los primeros días de 1826. Mejor instruidos en clima y geografía respecto a su intentona previa, llegaron preparados para un ataque total y frontal contra las defensas de Ancud. Para el 14 de enero los combates de Pudeto y Bellavista habían ocasionado contundentes derrotas en los defensores (Fuenzalida:1988, pp. 301-303). El 15 cayó el fuerte Ahui, última pieza funcional del enclave defensivo. Quintanilla consideraba una última resistencia al centro de la Isla cuando sus oficiales lo disuadieron. Los chilotes habían dado mucho más de lo que tenían, máxime al comparar su precaria realidad con la de tantos pueblos americanos mucho más opulentos y mejor apertrechados.

El 19 de enero se firmó la paz con el Tratado de Tantauco[18], cuyo tono es propio de naciones soberanas. Chiloé quedaba exento de cualquier castigo o pago económico y se integraba a la República. En caso de dudas el tratado se interpretaba en favor de los realistas, mientras se aseguraba el respeto a la persona y propiedad de todos los habitantes, permitiendo a los peninsulares que aún quedaban, optar entre permanecer o ser auxiliados para zarpar al destino que mejor estimasen. Solo abandonaron la isla ocho oficiales con sus familias, entre ellos el propio Quintanilla cuyo primogénito nació chilote fruto del matrimonio con una joven dama ancuditana[19].

El 22 de enero de 1826 las últimas banderas reales fueron relevadas por los colores liberales. De manera casi simultánea el 23, las fuerzas realistas de la Fortaleza del Real Felipe en el Callao capitulaban tras más de un año sitiados.

Chiloé se consagró como la provincia de más costosa anexión para un empobrecido gobierno republicano de Chile[20] –que siguió combatiendo hasta 1832 contra la, también sureña, guerrilla realista de los hermanos Pincheira[21]– y lo que es más valioso, como una de las regiones que mayores esfuerzos de lealtad realizó en favor de los principios fundantes de América hispana [22] .

III. La dama blanca de la Patagonia.

Entonces los chilotes dejaron de ser súbditos y pasaron a ser ciudadanos con “igualdad de derechos”, pero solo en el papel, porque a la naciente república le interesaba ante todo el valle central, algo del norte y poco las regiones sureñas de pasado realista, quedando sus antiguos habitantes virtualmente postergados durante buena parte de los siglos XIX y XX.

Una trascendente excepción ocurrió a fines de 1842, al encomendar el presidente Bulnes a la ciudad de Ancud la misión de tomar posesión del Estrecho que Magallanes descubrió en 1520. Como peritos navegantes de canales australes, los carpinteros chilotes fueron capaces de construir rápidamente una nave lo suficientemente ágil y resistente. Y aunque primero se pensó en dar a la goleta el nombre del presidente, este declinó optando por bautizarla con el nombre de la ciudad fuerte, altiva y leal.

La goleta Ancud, pionera dama blanca de la Patagonia, zarpó el 22 de mayo de 1843 y el 21 de septiembre arribó al Estrecho, tomando sus tripulantes posesión de este para el gobierno de Chile, concluyendo así −aún si bajo enseña republicana− una parte crucial del proyecto con que don Pedro de Valdivia había pensado el Reyno desde 1540. Los chilotes fueron los primeros colonos del Estrecho y con el tiempo su presencia se extendería por todo el austro patagónico.

Por desgracia estos territorios estarían ahora bajo soberanías liberales y no cristianas, algo que en ambos lados de la cordillera se tradujo en abusos y maltratos, contra la población indígena en modo casi absoluto[23], y de forma más mitigada −pero aún grave− contra la fuerza trabajadora que propiciaron miles y miles de chilotes[24]. Hechos que corresponden a la llamada Patagonia trágica, cuyo recuerdo escapa a estas líneas, pero no del todo en la medida que nuestro interés ha sido el de exponer la epopeya de un pueblo fruto del mandato evangélico que Cristo diera a sus discípulos en un tiempo siempre antiguo y siempre nuevo.

Chiloé fue país antes que el resto de Chile, pero ello nunca le motivó a invocar una “mayoría de edad para independizarse”, ni a imaginarse mejor que cualquiera de sus vecinos, pues no es de pueblos cristianos jactarse de lo mucho recibido. Así enseñan los maestros de estas islas, en las que el fidelismo ha seguido dando que hablar en siglos republicanos[25], aun cuando durante el mayor conflicto bélico del Chile moderno, los chilotes respondieron en forma acotada pero eficiente[26].

Al presente, la influencia chilota llega hasta Valdivia por el Norte y Magallanes por el sur, mezclándose con la participación del resto de chilenos, así como de indígenas y colonos, mas, aportando siempre un matiz que acaso sea el más original de la nación, al punto que actualmente son muchos quienes asocian cierta música chilota a simplemente “música de campo”[27]. Es que, entre procesiones, mingas, reitimientos, fogones, curantos, cancatos, majas, entierros, y variopintas regatas, destaca un vivo patrimonio al son de acordeones, bombos y guitarras. Identidad por salvaguardar frente a las amenazas del presente, estando por verse cuanto resienten a un pueblo al vaivén de tantos temporales forjado.

Y es que cuando los vientos cambian uno puede optar entre acomodarse a sus cambios o contestarles desde lo inmutable. Esta última fue la vocación irrevocable de miles de chilotes que en otro tiempo se durmieron. Aguardan desde entonces la mejor parte, cuando el Rey de la Gloria les despertará para un último y triunfal zarpe.

Bibliografía:

Arancibia, P. Jara, I. Novoa, A. (2005). La Marina en la historia de Chile. Santiago: Editorial Sudamericana.

Barry, D. Vergara, P. (2013). “De revolucionarios a libertadores. Los oficiales europeos y norteamericanos en el ejército de Chile: 1817-1930”, en V Concurso de Historia Militar para estudiantes universitarios. Disponible en: http://www.academiahistoriamilitar.cl/academia/wp-content/uploads/2018/11/De-rev.-a-lib.-Douglas-Barry-y-Patricio-Vergara..pdf (Actualizado el 05-10-2020)

Cartes, A. (2014). Un gobierno de los pueblos…: relaciones provinciales en la Independencia de Chile. Valparaíso: Editorial Universitarias de Valparaíso.

Cavieres, E. (2009). “Desplazando el escenario: los araucanos en el proceso de independencia de Chile”, en Revista Studia historica. Historia contemporánea, N° 27, pp. 75–98.

Fuenzalida, R. (1988). La Armada de Chile. Desde la alborada al sesquicentenario (1813-1968). Valparaíso: Imprenta Carroza.

Guarda, G. (2016). La Edad Media de Chile. Santiago: Ediciones Universidad Católica de Chile.

Guarda, G. (1968). El apostolado seglar en la Cristianización de América: La institución de los fiscales. Disponible en Repositorio UC: https://repositorio.uc.cl/xmlui/bitstream/handle/11534/9805/000402154.pdf (Actualizado el 5-10-2020)

López, C. (2007). Historia de la Marina de Chile. Santiago: El Ciprés Editores.

Muller, M. (2007). “Las misiones de jesuitas “alemanes” en las antiguas provincias de Chile y del Paraguay” (siglos XVII y XVIII), en Revista Intus-Legere Historia, Vol. 1, pp. 205 – 227.

Moreno, R. (2011). “El Archipiélago de Chiloé y los jesuitas: El espacio geográfico para una misión en los siglos XVII y XVIII”, en Revista Magallania (Chile), Vol. 39(2), pp. 4755.

Presa, Rafael (1978). Venida y aporte de los españoles a Chile independiente. Santiago: Lautaro.

Toro, A. (1997). Síntesis histórico-militar de Chile. Santiago: Editorial Universitaria. Vial, J. (2018). Chiloé, el laberinto desconocido, en Revista de Estudios Públicos, N°151, pp. 14 – 178.


[1] El autor es un hijo agradecido de la Isla Lemuy. Bajo su cielo recibió la semilla de lo que ora defiende como miembro del Círculo Tradicionalista Antonio de Quintanilla y Santiago.

[2] Revoluciones: inglesa (1688), estadounidense (1773) y francesa (1789).

[3] Por pasado indiano nos referimos a la unidad política y cultural de Hispanoamérica previa a la división en repúblicas liberales.

[4] En español chilote, mediano es un término usado luego del de chico, para referirse a los preadolescentes o a los hijos intermedios de una familia. En este caso lo hemos aplicado a las islas cuyo tamaño ocupa la misma característica.

[5] Por historia, cultura y población corresponde identificar como Chiloé a las siguientes zonas: (i) Ribera continental que mira de frente al norte de la Isla y que incluye pueblos como Maullín o Carelmapu; (ii) el vecino Archipiélago de Calbuco; (iii) la parte septentrional de la Patagonia que agrupa a Chaitén, Palena, Futaleufú, y Hualaihué, conocidas hasta hace algunas décadas como Chiloé continental.

[6] Veliche es el término con que históricamente se distinguieron estos indios emparentados a las otras tribus che. Actualmente se usa el genérico Williché para reforzar la unidad con sus símiles del continente en las regiones de los Ríos y los Lagos.

[7] En La Edad Media de Chile, Gabriel Guarda O.S.B demuestra a Chiloé como el lugar de Chile donde la Evangelización resultó más exitosa.

[8] El año 2000, 16 de estos templos fueron consignados como Patrimonio de la Humanidad. Algunos se muestran aquí: https://www.youtube.com/watch?v=6hHgEMXkiA4

En el 2019 se realizó un primer catastro gubernamental que identificó 152 templos de esta escuela que permanecen en pie: https://www.cultura.gob.cl/wp-content/uploads/2019/09/chiloe_informe.pdf

[10] El juicio de 1880, promovido por el Intendente de la Isla contra esta cofradía oscura, no tiene tanto que ver con motivos religiosos, como si con el hecho de que la organización representaba una suerte de poder paralelo que protegía e instruía a los isleños en creencias incompatibles con la instalación del mundo moderno en áreas como la medicina. Véase Medicina y Resistencias culturales en la Provincia de Chiloé, 1826-1930, de Marco Antonio León: https://scielo.conicyt.cl/pdf/magallania/v44n1/art03.pdf

[11] Sobre la relación de los isleños con la muerte recomendamos La cultura de la muerte en Chiloé (2007), también de Marco Antonio León.

[12] Aunque con distintos énfasis según el país americano en que nos situemos, es evidente que desde el primer momento la promoción de las llamadas “independencias” significó un peligro para la concepción teocéntrica que hasta entonces había regido en estas sociedades. Esta consecuencia política es lo que permite entender el que los partidarios de la monarquía hayan sido masas populares, más bien rurales, con alta presencia indígena y liderazgos criollos de una posición económica muy menor en comparación a las élites centralistas.

[13] Debido al mutuo reconocimiento que las autoridades hispanas habían alcanzado con los indios Reche que habitaban al sur del Biobío, estos cumplieron su palabra tomando las armas contra los rebeldes e invasores, de un modo similar a los germánicos que lucharon por Roma contra los hunos. Sobre el largo proceso que permitió esta alianza, véase el artículo de Marías Durán sobre los Parlamentos hispano-mapuches, de esta misma publicación https://revistaentrelineas.cl/2020/09/30/los-parlamentos-hispano-mapuches-la-resolucion-de-conflictos-a-traves-del-dialogo-intercultural-durante-la-epoca-colonial/

[14] Documental Los Chilotes en las Guerras de Independencia 1813-1826 https://www.youtube.com/watch?v=MpyTB_fIaLk

[15] Antonio de Quintanilla y Santiago (1787-1863), peninsular de origen cantábrico que desempeñaba el comercio en Concepción cuando sobrevino la revolución. En 1813 se enroló en el Ejército Real desarrollando una rápida y distinguida carrera militar que alcanzó su mayor gloria como último gobernador monárquico de Chiloé, donde llegó con el grado de Coronel, siendo pronto ascendido a General. Tras su retorno a la Península alcanzó el grado de Mariscal.

[16] Ocurrió en la guerra Guaranítica (1754 y 1756) en que los indígenas de las Misiones Orientales y los sacerdotes de la Compañía de Jesús enfrentaron abiertamente a las autoridades hispanas y lusitanas. Episodio histórico que inspiró la célebre película La Misión (1986) de Roland Joffé.

[17] Veteranos de las guerras napoleónicas que habían sido contratados en EE.UU. para reforzar a los rebeldes.  Su adhesión a los principios revolucionarios se grafica en que hayan formado parte del bando liberal en las guerras civiles de la década de 1820, siendo excluidos del ejército y la política tras el triunfo conservador.

[18] Tratado: http://www.historia.uchile.cl/CDA/fh_article/0,1389,SCID%253D15696%2526ISID%253D563%2526PRT%253D15695%2526JNID%253D12,00.html

[19] Antonia Álvarez de Garay, criolla de Chiloé que se casó con el gobernador. Fruto de su matrimonio nació Antonio de Quintanilla Álvarez, abogado de participación destacada en la causa carlista.

[20] La pobreza era tal que con posterioridad a esta acción la Escuadra fue desarmada por falta de fondos.

[21] Montonera ultramonárquica liderada por la familia Pincheira, activa entre 1817 y 1832. La historiografía oficial los considera bandoleros sociales, pero fuera de la motivación, sus acciones no son muy distintas a las de rebeldes como Manuel Rodríguez o varios caciques indígenas.

[22] Un pasado que los chilotes hacen presente en su himno, cuya tercera estrofa reza: “Tus hermanas del norte te admiran, por tu clima tu cielo y tu sol, por valiente, heroica y guerrera que fue el último reducto español”: https://www.youtube.com/watch?v=6PGTRTC3Smc

[23] Genocidio Selknam (1880-1910).

[24] Esta época de abuso y discriminación se desveló tras la denuncia hecha por el abogado vasco José María Borrero en su célebre La Patagonia Trágica (1928). Más recientemente encontramos obras como Los chilotes de la Patagonia rebelde (2015) de Luis Mancilla.

[25] Estas van desde las declaraciones que los indígenas hicieran a Darwin por la dignidad que habían perdido tras la caída del Rey, o la simpatía de los chilotes hacia España en la guerra Hispano-Sudamericana (1865-1866), hasta el alcalde de Castro protestando con la Rojigualda en 2006, o la reaparición de la bandera de los combatientes isleños en las protestas de 2016.

[26] Principalmente en la Armada. Corresponde destacar a los ancuditanos Francisco Sánchez Alvaradejo y Antonio Hurtado Rojas, que el 21 de mayo de 1879 eran respectivamente el tercer oficial en la línea de mando y el subteniente a cargo de la guarnición militar embarcada en la corbeta Esmeralda. También al curacano Galvarino Riveros Cárdenas que lideró a la Escuadra en la estrategia que capturó al Huáscar y puso fin al poder naval peruano.

[27]  Escúchese al grupo neofolk Bordemar: https://www.youtube.com/watch?v=Kn8nxSpGYK8

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